Día 3. Sueños.

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Dazai corría, corría todo lo que podía. El pasillo de su casa parecía no tener final, por mucho que no midiese más de dos míseros metros. A él se le estaba haciendo eterno. Sus cortas piernas de niño no abarcaban la distancia suficiente, no lo llevaban a ninguna parte. Y, por mucho que corriese, el fuego seguía persiguiéndolo sin descanso. Y no era el único. El tóxico humo llenaba sus pulmones, impidiéndole respirar.

Cayó al suelo tosiendo, tratando de arrastrarse, de huir. Si se quedaba quieto, las llamas lo alcanzarían, lo abrasarían. Aunque lo supiera, no era capaz de moverse. El humo sobre él parecía pesar varias toneladas. Las lágrimas incesantes dificultaban su visión. Sería tan fácil rendirse... sólo la perspectiva del horrible dolor que supondría le instaba a ponerse en pie. Quería gritar, intentar pedir ayuda a alguien, pero el humo se le atascaba en la garganta, impidiéndole siquiera producir el más mínimo sonido.

No estaba seguro de hacia dónde corría, su visión se hallaba nublada, y el fuego no le dejaba ver nada. Y entonces, un armario en llamas cayó, derribándolo en el proceso. Se levantó con un duro esfuerzo. Había llamas por todas partes, ¿qué haría ahora? ¿Cómo lograría escapar de ahí? No había manera humana. Su habilidad no servía para nada en ese momento y su cerebro parecía no querer funcionar. La única orden que ese maldito le mandaba era la de hacerse un ovillo en una esquina y deshacerse en llanto esperando un doloroso final. No quería. No quería resignarse a ello, no quería morir así.

De algún lugar sacó fuerzas para arrastrarse hasta la puerta más cercana. A dónde fuese a llevarle le hubiera dado igual, pero estaba cerrada. Quiso chillar ante la puerta atrancada, pero ni para eso tenía fuerzas. Se dejó caer de rodillas y contempló aterrado como las flamas se comían aquel armario. Estaba atrapado en un callejón sin salida.

¿Mamá? ¿Papá? De nada serviría tratar de recurrir a esas personas. ¿Ayuda? ¿Por favor? ¿Me muero? Palabras que no conseguirían salvarle la vida ni sacarle de aquel aterrador fuego. Pero tenía miedo, estaba aterrado, y quería que alguien viniese a rescatarle. Le daba igual quién fuese, él no podía escapar solo, y ya comenzaba a sentir el calor de las llamas en su propio cuerpo, marcándole para el resto de sus días.

Tosió. El humo estaba perforando sus pulmones demasiado deprisa, y cada vez le resultaba más difícil ver con cierta claridad. ¿Es que nadie pensaba ayudarle? ¿No había visto ninguna persona el humo salir de la casa? ¿Tan solo estaba en este mundo? Era sólo un niño, todavía no había cometido crimen alguno. ¿Acaso se lo merecía?

El dolor del fuego lamiendo sus piernas y su cuerpo hizo que el llanto se intensificase. Recordó las enseñanzas clásicas que alguien le había contado alguna vez. En caso de que tu ropa se incendie, al suelo y a rodar. Pero no funcionó. Esas llamas no se apagaban, cubrían todo lo que veía. En un parpadeo se vio completamente rodeado. Ni muebles, ni paredes, nada. A su alrededor sólo se extendía el incendio. Y dolía, dolía demasiado. Él no era la excepción al alcance del calor. Hasta sus lágrimas podrían haberse incendiado. Fuego y humo. Humo y fuego. No había nada más cerca de él.

-¡No! -Exclamó Dazai despertando, llorando y abrazándose a sí mismo-. ¡No! ¡No!

-¿Osamu? -Medio dormido todavía, Kunikida despertó-. ¿Qué pasa?

-¡Quema! ¡Quema! ¡Ayuda! Que alguien me ayude...

-¿Osamu? Osamu, mírame. -El rubio intentó abrazarlo, pero el moreno se zafó tembloroso de su agarre.

-Quema... Quema...

-Osamu, ¿qué quema? Mírame, ¿qué quema?

-El fuego... Está por todas partes... y duele... ¿Por qué no viene nadie?

Especial Kunikidazai WeekDonde viven las historias. Descúbrelo ahora