2 | Las últimas horas de tortura

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Julio, 1912

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Julio, 1912

          LOS SIGUIENTES TRES DÍAS DE TORTURA EN LA CÁRCEL FLOTANTE PASAN DEMASIADO LENTO PARA mi propio gusto. Parece que el mundo ha conspirado en mi contra, casi he llegado a pensar que han colocado el enorme reloj de arena que mide el tiempo del universo entero en posición horizontal para evitar que los minutos pasen de forma natural.

La señora Wright me ha hecho limpiar hasta el más mínimo objeto que llevaba en su equipaje y en su habitación de modo que tenía las manos completamente rojas y lastimadas por la gran cantidad de detergente que tenía que utilizar. Todavía me pregunto cómo la dejaron entrar a primera clase con la falta de pulcritud que tiene.

Supongo que tener demasiado dinero te hace olvidarte de realizar tareas básicas como limpiar tus propios zapatos luego de haber corrido el mundo entero con ellos.

Elliot, todavía molesto por el asunto de su camisa, logró hacer que las tareas impuestas por la señora Wright fueran más tortuosas de lo normal. Se veía de lejos que intentaba hacerme rabiar hasta estallar por completo, esperando que mis emociones terminaran en un terrible brote de magia y terminara en un lío aún peor.

De vez en cuando podía ver la mirada de lástima que Phil, el mayordomo, me dirigía de vez en cuando. Él entendía mi sufrimiento. Por lo menos él sí tenía una recompensa monetaria. Lo mío solo se basaba en una tortura cruel e injusta de la que no me podía librar.

Lo peor de esta tortura ha sido no poder estar en la proa. Al parecer se corrió la voz de que había pasajeros subiendo a la proa—lugar prohibido desde el incidente del Titanic—y constantemente había guardias merodeando todo el lugar.

Así que me he mantenido estas últimas horas de viaje encerrada en mi cuarto, mientras cuento con pesar los hilos de las persianas. Jamás habría pensado que anhelaría tanto llegar a Inglaterra como en este momento, pero el mundo da muchas vueltas, ¿no?

—¡Ralianne! —escuché la voz de la señora Wright llamarme e hice una mueca de disgusto al saber lo que estaba por venir—, ¡Ralianne! —repitió.

Su voz era tan fuerte y estrepitosa que molestaría a los demás pasajeros. Decidí salir de la habitación antes de meterme en más problemas por los disturbios de esa terrible señora.

—Conque ahí estabas —habló, colocando sus manos en sus caderas y dio varios golpecitos con la punta de sus tacones de charol. Tacones que yo misma había limpiado meticulosamente hasta dejarlos relucientes—. ¿Se puede saber qué estabas haciendo ahí escondida?

Mordí el interior de mi mejilla para evitar decirle de muy mala gana que yo no era de su propiedad. Creo que ya he hecho más que suficiente para pagar por su estúpido y tonto jarrón.

De seguro hasta era una imitación barata.

—Pensé que... —su risa tuvo un eco tan fuerte que opacó por completo mis palabras, dejándome perpleja.

Life in Pieces | Life #1 (Newt Scamander)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora