Una canción interminable

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Llevo tres horas y cuarenta y ocho minutos tocando el mismo estribillo. De repente comienzo a tocar y de repente me pierdo en mis pensamientos. Después de un rato me doy por vencida porque ya han sido demasiadas las veces que he dejado esta canción sin terminar. Así que, como siempre, decido dejarla para mañana.

Escucho el teléfono sonar. El más cercano está aquí mismo en el estudio, así que lo atiendo. Es mi madre.

—Aurora, querida, ¿cómo estás? —me pregunta, con su tono de voz de que todo está magnifico.

—Bien, madre, he estado escribiendo una nueva canción estas semanas, ¿qué tal todo por allá? ¿Cómo está papá?

—Muy bien, hoy iremos a la piscina y en la noche me llevará a cenar. Debiste haber venido, cariño, tienen seis restaurantes diferentes en este crucero—alega animadamente.

—Gracias, madre, pero sabes que no me gusta mucho el mar.

Hace un sonido de disgusto.

—Pero si a ti solía gustarte mucho el mar, ¿recuerdas la primera vez que te llevamos de crucero? tenías siete...

—Lo sé, ya lo sé—la interrumpo—. Pero ya no me gusta más.

—Aurora, ya han pasado dos años, deberías superarlo y divertirte un poco con tu familia.

Aprieto un poco los dientes.

—No tiene que ver con eso.

—Lo parece.

—¿Sabes? Dejé un pastel en el horno, creo que debería...

—Sí, tú ve, luego hablaremos—esta vez yo soy la interrumpida.

Nos despedimos y cuelgo.

Esa mujer cada fin de semana me llama para intentar sacarme a galas, fiestas, cenas o a cualquier cosa que sugiera alcohol. Tomé su primera invitación y luego de eso nunca volví a salir con ella. Un verdadero desastre.

Me dirijo hacia la cocina y como algunas galletas saladas mientras divago sobre cómo sería la vida si Diego estuviera aquí.

La verdad es que llevo escribiendo esa misma canción desde hace meses. Quizá hace ya más de un año. O quizá comencé a escribirla antes de que él se fuera, no lo recuerdo, pero no he podido terminarla. A diario intento e intento pero todo parece ser un fracaso. "La canción de Diego" la he llamado. Cada vez que intento cantarla la letra cambia, todo es sobre Diego. Siempre. A veces me pregunto si él realmente me amaba. Me pregunto por qué se fue, ya he inventado catorce respuestas a esa pregunta, pero de ninguna puedo estar segura, no hay nada que me lo confirme. Pero siempre hay una idea constante en mi cabeza: ¿cómo sería mi vida si él siguiera aquí? Quizá ya hubiera acabado aquella canción interminable y escrito otras veinte, porque él siempre me ayudaba a escribir mis canciones.

Solía contarme que antes de conocerme ya estaba enamorado de mí. O al menos estaba enamorado del sonido que mis dedos provocaba al tocar las teclas del piano. Nos conocimos hace doce años en una gala benéfica que planeó su exnovia, Minerva. Yo conocí a Minerva desde la preparatoria. Aún lo recuerdo como si hubiera sido ayer: al terminar de tocar, Diego fue el primero en dirigirse a mí y felicitarme. Después de eso conversamos toda la noche. Estuvo a punto de besarme, pero recordó a Minerva. Me invitó a salir al día siguiente. Terminó con ella antes de nuestra cita.

¿Por qué te fuiste, Diego? Sigo preguntándoselo al aire como si me fuera a soplar la respuesta. Sigo llorando por las noches abrazando la almohada, imaginando que es él. Lloro mientras me ducho, para que la gente no note mi cara hinchada y mis ojos rojos. Intento no salir porque todo me recuerda a él. Hace dos años, después de su funeral, nunca volví a casa. No volví a ese lugar en donde Diego dio su último aliento por miedo a sufrir más de lo que ya sufro.

Por un tiempo estuve con mi madre hasta que compré una nueva casa, nuevos muebles, nuevas cosas que me hicieran olvidarme de él. O al menos de no recordarlo con frecuencia. Pero es inútil. Aunque no tenga cafetera, aún huelo el café por las mañanas. Aún me levanto en la madrugada jurando que escuché el sonido de las teclas: Diego escribiendo.

Mis pesadillas suelen ser sobre ese martes por la mañana cuando entré a casa y todo parecía tan pacífico, tan normal. Excepto que el piso comenzó a mojarse. ¿De dónde venía toda esa agua? Fui tan tonta, pensando que solo había una fuga. Subí las escaleras, viendo el agua brotar desde una puerta. El baño. Segunda teoría: Diego olvidó apagar la bañera. Casi acertaba. Su cuerpo estaba inmóvil y blando, con sus labios morados. Comencé a gritar. La primera vez que lo soñé estaba en casa de mi madre. Los gritos de aquella pesadilla se convirtieron en gritos reales y desperté a todos en la casa. Sólo que esta vez no tuve que llamar a la policía, llorando, reportando a mi esposo muerto en la bañera de mi casa.

Con los meses se ha vuelto más fácil. Las bolsas debajo de mis ojos han estado ahí tanto tiempo que perdí la cuenta, y ya no molestan. Al menos ya no intento ocultarlas con maquillaje. Las pesadillas se han vuelto tan habituales que ya no me preocupa el insomnio.

He renunciado al maquillaje hace trece meses, a dormir hace dieciocho. He renunciado a mi trabajo, a mi vieja casa. He dejado mi vieja vida. Aquella vida en la que lo tenía todo. En donde tenía a Diego.

He renunciado a todo.

A todo menos a esa canción. La canción de Diego. Aquella canción interminable es lo único que me queda.

Cuando me doy cuenta la caja de galletas está vacía. Son las nueve de la noche. Me doy cuenta que me pasé toda la tarde perdida en mis pensamientos y comiendo galletas saladas.

El teléfono vuelve a sonar. Esta vez no es mi madre, y contesto casi de inmediato.

—Buenas noches, señorita Coria. Llamo para confirmar su cita con el señor Strautman.

Por un momento me pregunto quién será ese gringo y por qué tendría una cita con él. Después recuerdo que había hecho una cita con un tal Strautman de Palace films, pues quieren llevar las historias de Diego a "la gran pantalla".

—Oh, claro, ¿podría repetirme los datos de la cita?

Diego siempre soñó con ser un gran escritor y no sólo un maestro de literatura. Aunque nunca me agradaron del todo los temas de sus libros, siempre estuve para apoyarlo. Desde que murió sus libros se han vuelto de los más vendidos. Tanto así que ahora los quieren hacer películas.
La señorita al otro lado de la línea me pasa algunos datos, horarios, etc. Y yo le digo que asistiré. Tengo que firmar algunos papeles y estar de acuerdo en varias cosas, bla bla. La verdad es que me da igual. Diego querría que sus historias se volvieran tan famosas como para hacerlas películas, por lo que voy a aceptar.

Cuando cuelgo busco otra caja de galletas. Es lo único que he comido en los últimos dos días. Para cuando llega la media noche la caja ya está vacía. 

Diario de una fascinaciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora