1: El día y el tiempo.

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Patricia Parrish necesitaba serios cambios en su actitud. Ciertamente, la que ella poseía se estaba haciendo un tanto tediosa.

Parrish era una chica de complexión delgada, de estatura promedio para una chica de su edad, tenía el cabello apenas llegando a los hombros, con un flequillo y castaño, su rostro indicaba que estaba pidiendo ayuda para quitarse esa maldita inseguridad que la persigue desde la secundaria. Ella tenía fortalezas a medias y daba a entender que manejaba un carácter entre el hazme reír y la chica bad-ass, pero no era así. En otras palabras, ella tenía su concentración fijada en cosas que ella consideraba más importantes, como, chicos pero, claro, ¿cómo iba a hablarles si no podía ni siquiera dirigirle la palabra a chicas de su edad?

Patricia estaba ocupada tratando de explicarle al conductor del taxi que acaban de llegar a su destino y que por favor se detuviera. Al bajar del taxi, ella tomó su mochila y se la colgó en el hombro izquierdo. Comenzó a caminar hacia la escuela con tranquilidad, sin temor alguno pero sus sentidos se activaron cuando una voz familiar la llamaba desde lejos.

—¡Patricia!—Una chica morena, con un abrigo azul corría hacía ella—Patricia, se supone que tú debiste llegar mucho antes que yo, ¿qué pasó con esa puntualidad?

—¿Ah, sí?—Preguntó Parrish un poco desconcertada—Ni siquiera me había fijado en la hora, el estúpido taxista parecía que no me entendía.

—Deberías subir tu tono de voz cuando viajes en taxi, querida.

—Lo tomaré en cuenta, Johanna.

Unos chicos que vestían chamarras del equipo de fútbol americano, se acercaron a Patricia y a Johanna.

—Bonito abrigo, Jordan—dijo uno de ellos.

—Gracias, Wolf—contestó Johanna.

Otro, se acercó a Parrish y le hizo un cumplido.

—Bonito cabello, amiga.

—No soy tu amiga—contestó Patricia, molesta.

—Como tú digas—contestó aquél chico y siguió su camino.

La mirada de Patricia se fijó en un chico que vio de reojo pero no estaba segura de que estaba viendo exactamente.

—¿Otra vez ese chico pelirrojo?—Preguntó Johanna.

—No lo sé.

—¿Ah, no? ¿Quién lo sabría si no eres tú?

Patricia le echó una mirada dudosa porque realmente no tenía idea de que estaba diciendo. Ambas comenzaron a caminar y Patricia comenzó a pensar en que iba a decir.

—Nos conocemos desde que éramos niños y ahora ni siquiera hablamos, ¿sabes?

—La verdad es que no, chica—contestó Johanna.

—Es difícil no dirigirle la palabra a la primera persona que le hablaste en la secundaria.

—Bueno—Johanna se encogió de hombros—, lo conocí cuando entré a las porristas cuando entramos a la secundaria, justamente el mismo tiempo que te conozco a ti.

—¿Ha cambiado?—Preguntó intrigada Patricia.

—Bueno, es difícil saberlo.

—¿Por qué?

Ambas entraron por fin a la escuela y caminaban por los pasillos, hasta que un profesor les dijo que entraran a clases, para su suerte, tomaban casi todas las clases juntas.

—Hace tres años que lo conozco. Realmente no sé cómo era.

—Bien—dijo Patricia pensando un poco en él—, lo recuerdo como solidario, ¿sabes?, cuando me apoyó con la situación de mis padres, pero cuando entramos a la secundaria, recuerdo que todos estaban sobre él y bastantes chicas querían con él. Me saludaba y charlabamos pocas veces por los pasillos.

2002Donde viven las historias. Descúbrelo ahora