Capitulo 7

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Dumbledore había convencido a Harry de que no buscara otra vez el espejo de Oesed, y durante el resto de las vacaciones de Navidad la capa invisible permaneció doblada en el fondo de su baúl.  Una y otra vez, soñaba que sus padres desaparecían en un rayo de luz verde, mientras una voz aguda se reía. Harry también me explicó que el espejo de Oesed te mostraba lo que más uno deseaba, me prometió que no le diría a nadie que me gustaban Ron.

—¿Te das cuenta? Dumbledore tenía razón. Ese espejo te puede volver loco —dijo Ron, cuando Harry nos contó sus sueños.

Hermione, que volvió el día anterior al comienzo de las clases, consideró las cosas de otra manera. Estaba dividida entre el horror de la idea de Harry vagando por el colegio tres noches seguidas («¡Si Filch te hubiera atrapado!») y desilusionada porque finalmente no hubieran descubierto quién era Nicolás Flamel.

Ya casi habíamos abandonado la esperanza de descubrir a Flamel en un libro de la biblioteca, aunque Harry estaba seguro de haber leído el nombre en algún lado. Cuando empezaron las clases, volvimos a buscar en los libros durante diez minutos durante los recreos. Harry tenía menos tiempo que nosotros, porque los entrenamientos de quidditch habían comenzado también. Wood los hacía trabajar más duramente que nunca.

Ron y yo estábamos jugando ajedrez en la sala común, cuándo Harry entró y se sentó al lado de Ron. El ajedrez era la única cosa a la que Hermione había perdido, algo que Harry y Ron consideraban muy beneficioso para ellos.

—No me hables durante un momento —dijo Ron, cuando Harry se sentó al lado—. Necesito concen... —vio el rostro de Harry—. ¿Qué te sucede? Tienes una cara terrible.

En tono bajo, para que nadie más los oyera, Harry les explicó el súbito y siniestro deseo de Snape de ser árbitro de quidditch.

—No juegues —dijo de inmediato Hermione.

—Diles que estás enfermo —añadió Ron.

—Finge que se te ha roto una pierna —sugirió Hermione.

—Rómpete una pierna de verdad —dijo Ron.

—No, obligatoriamente Harry tiene que jugar, no hay otro buscador.—hablé apartando la vista del tablón de ajedrez.

—No hay un buscador suplente. Si no juego, Gryffindor tampoco puede jugar.— Dijo Harry.

En aquel momento Neville cayó en la sala común. Nadie se explicó cómo se las había arreglado para pasar por el agujero del retrato, porque sus piernas estaban pegadas juntas, con lo que reconocieron de inmediato el Maleficio de las Piernas Unidas.

Había tenido que ir saltando todo el camino hasta la torre
Gryffindor. Todos empezaron a reírse, salvo Hermione y yo, me puse de pie e hice el contramaleficio. Las piernas de Neville se separaron y pudo ponerse de pie, temblando.

—¿Qué ha sucedido? —pregunté, ayudándolo a sentarse junto a Harry y Ron.

—Malfoy —respondió Neville temblando—. Lo encontré fuera de la biblioteca. Dijo que estaba buscando a alguien para practicarlo.

—Malfoy se las verá conmigo ahora mismo—Me separé del lado de Neville y me dirigí al retrato de la dama gorda. Hermione corrió hacía mi y me agarró el brazo.

—No puedes hacer nada—Me empujó de nuevo al lado de Neville.— ¡Ve a hablar con la profesora McGonagall! ¡Acúsalo! —lo instó Hermione—

Neville negó con la cabeza.

—No quiero tener más problemas —murmuró.

—¡Tienes que hacerle frente, Neville! —dijo Ron—. Está acostumbrado a llevarse a todo el mundo por delante, pero ésa no es una razón para echarse al suelo a su paso y hacerle las cosas más fáciles.

Harry Potter y la piedra filósofal (Rayita)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora