Capitulo 1 Parte I

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Me voy a casar : Sasuke Uchiha, de pie en la cola del aeropuerto, contuvo la respiración y aguardó que lo asaltara la alegría, la excitación o cual­quier otro síntoma derivado del mundo de las emociones. Desgraciadamente, su única reacción fue pensar que iba a perderse la reunión de Gaara por culpa del ensayo de la boda. Un sentimiento poco afortunado, dadas las circunstancias. Levanto la vista hacia la taquilla, avanzo un paso y repitió las palabras en un susurro, calibrando su sentido.

- ¡Me voy a casar!

Quizás fuera una cuestión de confianza y elevó el tono de su voz.

-¡Voy a casarme! —gritó.

De acuerdo, había levantado la voz en exceso.

La gente se giró para mirarlo. Una niña pequeña, con coletas, lo miró fijamente con los ojos muy abiertos y la mujer que lo precedía en la cola se volvió sorprendida, arañándolo con el bolso de flores estampado que llevaba al hombro.

-¡Vaya! ¡Felicidades, caballero!

Forzó una sonrisa débil que se desvaneció tan pronto como la mujer recuperó su sitio. Un golpe genial. Imagi­naba los titulares del Periódico esa mañana. Famoso empresario pierde la cabeza a cinco días de su boda. La úl­tima vez que se lo vio en público hablaba solo en el Aeropuerto de La Guardia.

Estaba tan inquieto que sintió la necesidad de hacer rechinar los dientes. Estaba acostumbrado a cerrar tratos multimillonarios con plena confianza. ¿Por qué le temblaban las rodillas como a un colegial ante la idea de ca­sarse con Hinata? Esa boda sería el mejor trato que hu­biera cerrado nunca.

Sin embargo, cuando le llegó el turno de adquirir su billete, tuvo que combatir el impulso de pedir plaza en algún vuelo a La Aldea de la Lluvia o de la Arena. O incluso al país del Rayo. Había oído que era un país entrañable en diciembre.

Pero años de disciplina lo empujaron a tomar un billete a la aldea de Konoha, donde lo esperaban cinco largos días en los que se representaría el gran espectáculo de su boda.

Sakura se levantó de su asiento en cuanto escuchó la primera llamada para embarcar. La chica no veía el momento de alejarse de la aldea del Sonido. Ni siquiera una ciudad de ocho millones de personas era lo suficiente­mente grande para compartirla con sus padres.

Puesto que la mayoría de sus alumnos se habían to­mado vacaciones para el Día de Acción de Gracias y las navidades, ella se había visto obligada a acudir a la Aldea del Sonido para visitar a sus padres y asistir al concierto de su madre Mebuki Haruno. Pero el viaje había degenera­do en una avalancha de discusiones, seguidas de chantajes para firmar la paz, y la llamada de rescate de Hinata no podía haber sido más oportuna. Hinata le había rogado que regresara a Konoha para ser la dama de honor de la boda. Sakura se había sentido tan agradecida por la llamada que había olvidado por completo la pregunta crucial. ¿De qué boda estaban hablando? Lo último que había entendido era que su amiga de la infancia se había hecho cargo de un corazón roto.

La llamativa pelirrosa se puso a la cola, junto al resto de pasajeros, frente al estrado de color naranja y sopesó la situación de su amiga.

Quizás Hinata había vuelto con Naruto. Quizás la había conquistado. En cuyo caso él, habría hecho bien en casarse con ella antes de que su amiga anunciara el compro­miso a sus padres. Sakura y Hinata habían sido amigas des­de que se habían conocido en el exclusivo internado fe­menino donde habían estudiado. Quería a su amiga como a una hermana. Pero tenía la pésima costumbre de permitir que sus padres le organizaran la vida.

En el extremo opuesto del espectro se encontraba Sakura, estandarte de la rebeldía y azote de la institución paterna. Su madre se había casado con un hombre de di­nero y se había hecho un nombre como concertista de piano. Esperaba que su hija obtuviera un éxito parecido. Sin embargo la chica enlazaba un desastre tras otro en cada una de sus citas mientras daba clases de piano a niños. Adoraba su trabajo, si bien sus padres se lamentaban por una ocupación con tan poco prestigio y tan mal pagada.

Feliz por dejar tras de sí el viaje y las quejas de sus padres, entregó la tarjeta de embarque a la azafata uniformada de la compañía y subió al avión.

Poco después localizó su asiento de pasillo en prime­ra clase. Su padre había insistido en cambiar el billete cuando la había acompañado al aeropuerto. Ella, cons­ciente de que un nuevo enfrentamiento solo habría con­seguido subirle la tensión, había aceptado mientras con­taba en silencio los segundos que faltaban para que el avión despegara y recuperase su ansiada libertad. Dejó sus pertenencias y se acomodó en el asiento, emocionalmente agotada tras defender durante los últimos cinco días su estilo de vida.

La mirada fija en el respaldo del asiento que tenía de­lante, trató de imaginar el giro que daría la vida de Hinata en pocos días e intentó calibrar su estado emocional. Excitación, ilusión ante un nuevo futuro, amor...Años atrás, la pelirrosa había anunciado a sus padres que nunca se ca­saría por dinero o para adquirir una determinada posición social. Solo se casaría por amor.

Hasta el momento, la vida se había burlado de su de­cisión. Los beneficios del amor verdadero eran mínimos. Poseía una buena colección de novios para demostrarlo. Estaba Sasori, el cleptómano, que terminaba todas sus ci­tas con un beso apasionado mientras le quitaba dinero de la cartera. Sai, artista sensible, que la había cautiva­do con sus retratos y su desprecio por el mundo material hasta que se había escapado con Kiba, otro artista igual­mente sensible. Últimamente había conocido a Deidara.

Un buen tipo, Deidara. Era analista estadístico. Buena apa­riencia, dispuesto a sentar la cabeza, educado y, toda una ventaja, no parecía interesado en salir con otros hombres. Perfecto, siempre que pasara por alto su enfermiza atención por 《el más mínimo detalle》. Algo que había resulta­do más fácil sobre el papel que en la práctica.

Así que ahí estaba ella, sola y sin compromiso una vez más. La verdad era que no tenía prisa por encontrar a alguien. Y no quería pensar en los posibles defectos del próximo hombre que llamara su atención.

-¡Disculpe, señora!

Sakura levantó la mirada y su corazón trepó a una esca­la de dieciséis notas. 《Me he quedado dormida. Tiene que ser eso. Siempre me pasa cuando pienso en los hombres e imagino al tipo ideal》.

Toda su persona destilaba una masculinidad salvaje. Tenía el cabello negro como el pecado, unos penetrantes ojos azabaches y un corte de cara esculpido al milímetro. Nada que ver con la suavidad adolescente tan repetida entre los modelos y los jóvenes actores que hacían babe­ar a casi todas las mujeres. Ese hombre tenía la mandíbu­la cuadrada, firme, y unos labios llenos de sensualidad. Pese al traje de Armani y la corbata color burdeos, había algo en él que no había sido domesticado aún.

-¿Señora? -Señaló con un gesto el asiento vacío junto a la ventanilla y después el equipaje de mano de ella, que todavía no había metido bajo el asiento delan­tero-. Ese es mi sitio.

-Sí, desde luego -dijo sonrojada-. Lo lamento.

Apartó la maleta y el enorme bolso de mano para de­jarle el paso. En primera clase disfrutaría de mucho más es­pacio que los pobres que viajaban en clase turista, pero aun así la proximidad era más que notable.

Suficiente, en todo caso, para que el hombre rozara su cuerpo al pasar junto a ella. El aroma de su colonia, sutil y distinguido a un tiempo, inundó sus fosas nasales.

El piloto interrumpió sus pensamientos. Saludó al pa­saje con un entusiasmo algo forzado y recurrió a algunos chistes viejos mientras la electricidad estática de la radio emborronaba su voz. Poco después el avión enfilaba la pista de despegue mientras un auxiliar de vuelo, de pie frente a la cabina, explicaba las medidas de seguridad. Sakura atendió las explicaciones, de sobra conocidas, con­fiando en que distraerían su atención del misterioso y atractivo hombre que se sentaba a pocos centímetros de ella.

Continuara.....

Una Traicionera Dama de HonorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora