Pastillas para calmar la alegría

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—Agh

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—Agh... Todo lo que echan en la televisión es una mierda... ¿¡Cuándo echarán una serie en condiciones o tan siquiera una película buena!? La cartelera de hace unos años no estaba tan mal —bufó visiblemente molesta y siguió cambiando de canal con su desgastado y viejo mando a distancia—. Ahora ni siquiera se molestan en poner películas de hace cuatro o cinco años... ¡Echan películas del año 1940 al 2001! ¡Y todas son un tostón!

Se dejó caer sobre el demacrado sillón de polipiel el cual alguna vez fue de color verde césped, ahora es más bien un color verde oscuro; se nota que tiene bastantes años, ¿cierto?

—¡Jocelyn! ¡Ya llegué a casa! —anunció la muchacha de rizos rubios mientras entraba por la puerta como podía, pues iba cargada de bolsas repletas de cosas, hasta juraría que algunas de las cosas se cayeron al suelo de tanto amontonamiento que la de ojos azules hizo sólo para que no le cobraran por más bolsas- Cielo, ¿qué te he dicho sobre dejar tus zapatos tirados por cualquier parte? Ya estás mayorcita como para hacerlo... Además, siempre te los quitas y los lanzas contra las paredes, y recuerda que la última vez tuvimos que pintarla de nuevo por ello.

Fulminó a la menor, la cual simplemente no le hizo caso y siguió cambiando de canal, desesperada por encontrar alguna película decente o, por lo menos, una serie que mereciera la pena.

—Oh, vamos Jocelyn... Deja de buscar películas, sabes demasiado que los domingos no hay nada bueno en la televisión —observó a la menor para después acercarse a ella y darle una de las bolsas que portaba—. Anda, toma.

La pequeña enarcó una ceja y observó con detenimiento a la mayor, se veía en su expresión facial que estaba ilusionada por saber qué pensaría su hija sobre aquel obsequio que quiso hacerle.

—Si te preguntas el porqué repentino de esto... Pues bueno, estos días te portaste muy bien y no hiciste nada malo... Así que quise hacerte un regalo.

—¿Y cómo puedo estar segura de que no es una trampa? —preguntó desconfiada mientras observaba con incredulidad a su madre.

—¡Ábrelo de una vez! —exclamó impaciente mientras portaba una sonrisa de oreja a oreja. Parecía que, en cualquier momento, su sonrisa saldría de su cara y se agrandaría cada vez más y más.

—Está bien —sacó una pequeña caja a rayas, de color rosa chillón y blanca. La abrió con lentitud y observó con detenimiento lo que en su interior se encontraba—. Sabes que detesto las cosas así.

Miró con odio y asco a su madre e hizo una mueca de inconformidad. Lanzó el regalo contra la pared, rompiéndolo al instante, y haciendo que pequeños y diversos trozos de él se esparcieran por todo el suelo.

—Cariño... Yo te lo compré con toda la ilusión del mundo, y pensaba que te gustaría de verdad —habló angustiada la mujer; ella simplemente había querido tener un lindo detalle con su hija, ¿no?

—Odio el rosa, odio todo lo que tenga que ver con muñecas, odio las princesas, odio las hadas, odio a los estúpidos príncipes de cuentos irreales... Y te odio a ti —respondió cruzándose de brazos y mirándola con odio. Si las miradas pudiesen matar, su madre ya estaría degollada, descuartizada, quemada y a cincuenta metros por debajo de la tierra.

—Se acabó, ahora mismo voy a buscar tus pastillas... Te las vas a tomar y pagaré a un nuevo psicólogo para que vuelva a tratarte. Y que sepas que has ocasionado todo esto por ser descortés conmigo, jovencita —sacó un bote de pastillas de un pequeño cajón que había en la vieja cómoda de la entrada y se acercó a la pequeña para después entregárselo—. Debes tomar las dos de la dosis diaria que te corresponde, así que no intentes engañarme, te estaré viendo.

La contraria mayor se fue a por un vaso de agua mientras que la pequeña Jocelyn tomaba sus dos pastillas tal y como le había dicho su madre.

—Ahora traga —le dio el vaso con agua, y observó como la niña se lo bebía a lo que simplemente sonrió— ¿Ves como cuando te portas bien nos podemos entender? Si dejaras de hacer tus rabietas de niña malcriada y egoísta, y dejaras de ser como tu padre, tal vez no debería llevarte al psicólogo.

Esa fue la gota que derramó el vaso para la pequeña de pelo azabache. Observó cómo la mayor sacaba su teléfono y llamaba a la policía para que se pudieran llevar a la niña a un hospital psiquiátrico, porque ella no la soportaría mucho más. Pero se sorprendió al ver que la menor se levantaba y caminaba hacia ella; ¿que por qué se sorprendió? Bueno, las pastillas que tomó la pequeña Jocelyn eran tranquilizantes, y con las dos que había tomado ya debería estar en los brazos de Morfeo, pero no salió según lo previsto, ahora todo sería más difícil. La contraria colgó visiblemente molesta y preocupada, deberían darse prisa en recoger a Jocelyn, quién sabe qué clase de cosas podría hacer ella.

—¿Cómo es que...? —fue interrumpida por una carcajada sonora de la más pequeña de las allí presentes.

—¿No me he dormido? —completó la frase que no le había dejado terminar a la rubia— Simplemente no las tomé; a mí me gustan las pastillas que calman la alegría, no las que la causan o te incitan a estar alegre.

La muchacha de ojos azules como el cielo comenzó a retroceder, y volvió a sacar su teléfono para volver a llamar a la policía y preguntar por qué cojones no estaban aún ahí. No pudo hacerlo, sintió un fuerte golpe en su cabeza y cayó al suelo, pero no había quedado inconsciente aún.

—Dulces sueños, mamá... Oh, espera, es cierto, yo jamás te consideré como mi madre —rió estruendosamente y se fue acercando a ella hasta que quedó a unos pocos centímetros y se agachó para verla cara a cara—. Dulces sueños, Elizabeth...

Vio la sonrisa psicópata de la que era su hija, y lo que dijo esta última fue lo último que escuchó antes de que todo se volviera negro para ella.






¡Hola! Si llegaste hasta aquí, te lo agradezco en verdad.

Y bueno, aquí está la segunda parte, espero que la disfruten, tardé 15 minutos en hacerla. No fue mucho pero estuve concentrada y me esforcé, lo juro.

Gracias por seguir esta historia, los amo❤

Jocelyn // Obsesión PsicópataDonde viven las historias. Descúbrelo ahora