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Beatrice Dumm salió por la puerta de la casa y se sintió aliviada al ver que estaba nublado, aunque el sol amenazaba detrás de las oscuras manchas grises. Cerró los ojos y apreció el momento: era la primera vez que salía en todo el mes y los pocos rayos que se filtraban por las nubes eran reconfortantes.
   Bajó los escalones y empezó a caminar decidida mientras dejaba atrás su hogar. El tráfico discurría con la misma calma, mientras los transeuntrs miraban hacia abajo como si levantar la mirada fuera un gran esfuerzo. Siguió recto y tras observar de lejos el Puente de Londres, giró a la izquierda para ir a Covent Garden.
    En la otra acera, un grupo de personas que hacían cola a la entrada de un museo empezaron a girarse y a cuchichear. Estaba acostumbrada a ello.
   Empezó a sentir esa misma incomodidad que la acompañaba desde niña. Algunas miradas empezaban a dirigirse hacia su mortecina piel y al impoluto cabello blanco que lucia. Se alegró de haber cogido las gafas de sol; lo que mas sorprendía a la gente eran las dos esferas rojas que decoraban sus afilados rasgos.
   Les parezco un fantasma.
   El grado de albinismo que Beatrice sufría era de los mas altos. Los niveles de melanina en su organismo eran muy bajos, y no absorbía la vitamina C que necesitaba, por lo cual a veces se sentía mareada. La fotofobia era lo mas molesto, y lo que mas le impedía tener una vida normal. La poca pigmentación siempre sorprendía a la gente, ha que sus venas se podían adivinar bajo la fina piel.
    Dejó atrás la cola de curioso y por fin llego a la plaza central de Convent Garden.
    El gran edificio llamó la atención de su mirada. Una gran estructura de hierro y cristal templado. Aunque las grandes cristaleras no tenían esa forma, a Beatrice siempre le había parecido una especie de panal de abejas, pero a nivel diseñado para los humanos. El murmullo de los turistas entrando y saliendo de los comercios se asemejaba con el de un enjambre hambriento.
   Hambrientos de ver algo interesante.
   Beatrice se internó por en medio de la calle peatonal y se sorprendió al ver a unos de los malabaristas ambulantes que solía actuar a esas horas, se iba recogiendo sus artilugios: cuchillo, bolas y varillas de colores que hacia volcar por los aires. Era extraño verlo marcharse, normalmente toda la atención se centraba en su juegos. Ver sus actuaciones era algo que divertía a Beatrice. La multitud solía congregarse para ver bailar los bolos entre las manos del artista callejero.
    —¡Joder, macho! —exclamó alguien a su lado. Cuando Beatrice se giró vio a un joven con anillos tanto en los dedos como en las orejas— Está ahí adelante, ¡tienes que verlo!
    —¡Paso! —respondió otra joven con mas anillos— No quiero hechar el desayuno.
    —Pues te lo pierdes, porque... —Beatrice siguío andando, y la conversación se perdió entre el incesante murmullo de voces.
    ¿Otro malabarista? Debía de ser un espectáculo muy bizarro. Quizá llamaba demasiado la atención del público, y artista de siempre había abandonado su mina de monedas. Beatrice descartó la idea. Esa competencia debería ser muy voraz para echar así al artista circense.
    Un minuto después, la joven encontró la razón de los murmullos.
    En la entrada principal de Covent Garden se había congregado una multitud curioseando algo que llamaba su atención. Algunos agentes dirigían el tráfico de turistas hacia la otra entrada del centro comercial mientras el resto murmuraban morbosos… un cadáver.
   Beatrice se hizo paso entre varias personas, que se apartaron impresionados al ver su aspecto. Se sintió incómoda rodeada de tanta gente. Nunca había soportado estar rodeada de mas personas que las necesarias. Sentía la necesidad de saber quien estaba a su alrededor, y con aquella multitud era imposible saber quien respiraba en su nuca.
    Al fin se hizo paso por completo y vio la escena que mantenía entretenido a un forense.
    El cuerpo de un hombre estaba en el suelo, rodeado de un mar de sangre. Algunas personas apartaban la vista al ver el rostro desfigurado del hombre. La mandíbula se había desencajado y colgaba a un lado. Por debajo del cráneo se extendía una espesa masa que parecía picadillo de carne.
    Sí que esta hecho picadillo.
    La cabeza era irreconocible y había quedado en una posición poco natural. Pero, en cambio, las extremidades habían quedado relativamente intactas. Estaban extendidas haciendo que el cuerpo formara una estrella. Lo único que parecía roto será un huesos que sobresalía por el brazo derecho, era el cúbito. Pero había un detalle en partícula que llamó la atención de Beatrice: en manos manos el pulgar y el índice estaban algo separados, por lo que el índice, el anula y el corazón estaban alineados con la palma de la mano. Beatrice miró al cielo y vio que dos agentes acababan de llegar al techo de cristal y miraban nerviosos la mortal caída. La altura debía rondar casi los veinticinco metros.
    Un suicida.
    Todos lo murmuraban, pero Beatrice estaba segura de que había algo mas que un simple suicido. Ladeó la cabeza y se hizo paso hasta llegar al cordón policial. Lo cruzó ante las miradas sorprendidas.
    —¿Que hace? —preguntó uno de los curiosos.
    Beatrice lo ignoró y siguió andando hasta llegar al agente mas cercano.
    Supuso que era nuevo en el cuerpo, ya que no recordaba haberle visto. El agente era mas bajo que Beatrice, pero tenía la espalda como la de un nadador. El traje de policía parecía quedarle pequeño, casi a punto de estallar. Rozaría los treintas. Tenía el pelo de un color anaranjado y la espesa barba estaba peinada y recortada al milímetro. Sopesaba un café, removiéndolo poco a poco, pero no se atrevía a beber junto al cuerpo destrozado. Le tocó el hombro y el agente dio un respingo.
    —Señora, no puede…
    Beatrice puso a pocos centímetros del rostro del agente, que retrocedió un poco, alarmado. La pequeña identificación pilló por sorpresa al hambre.
    —Me llamo Beatrice Dumm. Soy investigadora civil, y vengo en nombre de Edric Dumm, teniente de la Policía Metropolitana —y le dijo su número de placa.
    El agente examinó a la mujer de arriba a abajo y asintió con cara de no comprender.  Miró en derredor, buscando a otro agemte, peeo no encomtró ninguno. Si duda era nuevo en el cuerpo. Finalmente, asintió lentamente.
    —Vale, puede pasar, pero debo acompañarla en todo momento —miró unos instantes alrededor sin abandonar la esperanza de encontrar ayuda. Ningún agente estaba cerca. Suspiró y se giró hacia la joven— Toda la información respecto a este caso deberá compartirla conmigo, y no podrá filtrarla a la prensa ni a ningún medio. ¿Queda claro?
   Beatrice se sonrió por su suerte. Desde hacia tiempo, era medianamente conocida en el cuerpo por ser la hermana de Edric Dumm, uno de los agentes mas notables. Seguramente el policía que tenía delante había escucado algo sobre ella. Beatrice había ayudado en unas cuantas investigaciones a su hermano. Aunque también era conocida por su aspecto, Beatrice apartaba ese pensamiento de su mente.
   —Me llamo Ansel Plock —dijo el agente, como si intentara retomar un poco el control de la situación haciéndose notar.
   Ella siguió mirando el cuerpo,  en su mente ya empezaban a formarse decenas de ideas. Una de ellas era que nunca había visto a un policía con barba.
   —Bien, empezemos.
  

Huesos para Adhira Donde viven las historias. Descúbrelo ahora