XLIII

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    Ansel notaba que sus dedos temblaban al entrar en el pasillo solo. No se sentía nervioso, pero tampoco podía ver el tembló. Fue dejando el patio atrás, pero se giró a unos metros. Solo era un cuadrado de luz sin rastro de vida. Estaba solo.

Las paredes estaban recubiertas de un papel con un patrón de flores. Seguía envuelto en un silencio aplastante. Todo tenía un tono chillón en la casa, sin el buen gusto de Chandra Bartwall. Pensar en la mujer le puso los pelos de punta.

Parecía preparada para su llegada, acomodada sin prisa en su butaca. No estaba nerviosa, o la menos no dejaba verlo. Quizá no tuviera razones para estarlo, al fin y al cabo, los soplones de Jenkins no eran la fuente mas precisa del mundo. Otra idea pasó por su cabeza: los mismos informantes les habían delatado, y ahora se metían en la cueva del lobo y él los esperaba.

Ansel intentó encender una de las luces. No soportaba estar solo en la penumbra. El interruptor chasqueó, pero no pasó nada. No había luz.

Aplastando el oído contra la primera puerta y escuchó con atención. No se oía nada, pero abrió con todas las precauciones. Aplastó la madera contra la pared mientras levantaba el arma hacia dentro. Tras la Glock, descubrió un mugroso baño.

El sol entraba a raudales por una ventana a la altura del techo. Eso es bueno, pensó Plock, al menos hay luz. Las baldosas del suelo estaban ennegrecidas. Lo único que encontró fue una ducha minúscula -justo debajo de la ventana- un lavabo con un armarito de madera podrida por la humedad y un váter en una esquina. Plock comprobó con una arcada de asco que estaba atascado, rebosante de... mejor dejarlo así.

Salió del baño y cerró la puerta. Otra vez oscuridad.

¿Cómo de grande era la casa?

No tardó mucho en descubrir que era mucho mas pequeña que la anterior. Un par de dormitorios desordenados, vacíos. La cocina tenía restos de grasa por todas partes, como si nadie la hubiera limpiado en años. Sobre el fogón reposaba una olla con una especie de sopa de verduras. Asqueroso, pensó Plock mientras volvía al salón.

El gran televisor que lo presidía estaba apagado, lógico, pero Plock se acercó puso la mano en la carcasa trasera. Estaba caliente, alguien había estado viendo la tele un buen rato hasta hacía muy poco. Eso demostraba que no estaba solo ahí.

Empezó a dar vueltas por le salón, con los sentidos alertas y los nervios a flor de piel. ¿Dónde podía haberse escondido? ¿Había dejado un hueco sin mirar? Plock sabía que no, había revisado toda la casa. Podría mirar de nuevo, pero eso sería demostrar que estaba en desventaja, desesperado.

Y lo estaba, pero no dejaría que se viera. Ya debían de haber pasado los cinco minutos. Quizá los demás se encontraran ya fuera. Caminando lo mas calmadamente que pudo, deshizo sus pasos hacia el pasillo. El rectángulo de luz parecía tan lejano.

Al llegar, la luz se clavó sin piedad en sus córneas. Sin embargo, era reconfortante. Mell llegó casi al mismo momento. Parecía igual de aliviado que él.

-¿Qué tal? -preguntó Plock, sin mucho interés. Podía adivinar la respuesta.

Mell de dejó caer en uno de los banco de metal. Eran bajos, de niños, y el agente extendió sus piernas por el suelo.

-Nada, solo una mierda de casa.

-Mas de lo mismo.

Mell guardó su arma. Parecía molesto.

-Aquí no hay una mierda. Solo son varias casas juntas con esos cuadros... -Plock asintió, también había visto un par en la casa del baño-. Esta gente debe de estar chiflada. Aunque esa es otra: aquí no hay absolutamente nadie.

Plock observó como el agente doblaba dedos, amarillentos en las puntas, en un gesto nervioso. Era fumador, sus dientes y uñas lo delataban. Él no fumanba: el tener algo ardiendo tan cerca de su cara le ponía histérico.

"Tranquilo, Ansel, siente el fuego"

Un escalofrío de terror le recorrió el cuerpo y trató de decir algo. No quería pensar en eso.

-El capitán Dumm está tardando -dijo, señalando el hueco oscuro tras los escalones-. Deberíamos ir a ver, solo por echar un vistazo.

Mell soltó aire por la boca. Sí, estaba desesperado por un cigarrillo. Con un gesto pesado, se levanto. Cuando miró hacia Plock, abrió los ojos como platos.

-¡Cuidado!

Plock se hizo a un lado en el momento en el que una hoja de hierro cruzó el aire hasta clavarse en su piel. Sintió que el metal ardía y dejaba una estela de fuego en su mano.

La figura, algo mas baja que él, lanzó otro cuchillazo al aire. Plock sintió el metal pasando a pocos centímetros de su rostro, pero se echó atrás. Plock notó que la sangre goteaba por sus dedos. No sentía dolor, solo miedo a morir así.

El puñal volvió a bajar, y falló, pero Plock empujó al joven para alejarlo. Trastabilló un momento, pero aprovechó el impulso para lanzarse contra Mell. Cayó sobre él y ambos cayeron tras el banco.

Plock levantó su arma con la mano sana. La otra sangraba por un largo corte que acababa hundiéndose en la falange del índice. No le prestó atención, estaba concentrado en el forcejeo.

Rodaron por le suelo. No podía disparar, estaba seguro de que le daría a Mell. Al final chocaron con la pared del fondo. El chico tenía cogido a Mell por el cuello y levantaba el cuchillo para clavárselo. El agente apenas podía sostenerle el brazo para que no bajara y firmara su final.

Ahora podía ver la figura con mas claridad. Un chico, que no debía pasar de los quince, con los ojos desorbitados por la rabia. Llevaba el pelo rapado y una camiseta naranja de los Beach Boys de hacía veinte años. Plock lo observó forcejear, pensando que se parecía un poco a su retrato pasado: un chico que peleaba con un puñal a vida o muerte.

-¡Dispara! -chilló Mell, revolviéndose sin control.

Plock no iba a disparar. Había que dialogar, controlar la situación antes de poner en peligro la vida de un compañero. Eso habían dicho en la academia.

-Escucha. Deja el cuchillo...

Habló alto, pero el chico no le hizo caso. Solo miraba a Mell, buscando un sitio donde hincar el puñal.

-¡Para ya! ¡Dispararé! ¡PARA!

-¡Dispara!

El chaval tampoco se inmutó. Quizá no conociera le idioma. Plock notaba como el arma se movía entre temblores. Era imposible apuntar con precisión.

El dedo le temblaba por el gatillo.

La mano de Mell se apartó fugazmente del brazo del chico para tratar de soltarse, pero en ese momento, el puñal cayó en picado. Se hundió en el hombro del agente. Un hilo de sangre estalló y se pegó a su cuello.

La hoja salió de nuevo y el chaval la alzó en el aire. EL siguente golpe sería letal. Mell tenía sus manos en el hombro, llenándolas de sangre. Aullaba de dolor. Plock temblaba mas.

Respiró hondo.

El chico miró con ojos de loco a su víctima. Había ganado. Un golpe de gracia en el cuello era suficiente. Plock lo sabía.

Soltó el aire

El puñal cayó con rapidez.

Y disparó.

Una sola bala, con un estruendo metálico, destrozó el cráneo. Una gran mancha roja salpicó las paredes con violencia. Había acabado. El joven descansaba con la pared en la espalda.

Mell se arrastró, ya libre, con los ojos bañados en lágrimas de dolor mientras aullaba entre sangre. Se apoyó en el banco, pidiendo ayuda.

Pero Plock no podía oírle, se encontraba en un estado irreal. El eco del disparo aun rebotaba en su cabeza. Miraba el cráneo destrozado del chaval. Solo le quedaba un ojo, desde el que miraba a Plock, sin vida, muerto.

Sintió que algo se retorcía en sus entrañas. Un dolor espantoso. Y lo echó por la boca.

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