XI

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Sieme Voord arqueó su espalda hacia atrás para intentar calmar el dolor de espalada. Llevaba casi dos horas inclinado sobre el ordenador que controlaba la iluminación cuando se había levantado para recoger una pizza. Sonrió al recordar la mirada del pizzero al ver que la dirección se trataba del gran edificio de arquitectura recargada donde se reprentaban las mejores obras de teatro moderno de todo Londres.
    Voord dejó el cartón sobre una mesa en el escenario y abrió la tapa. La pizza, con piña y trozos de aceitunas, aún estaba caliente. Era de las peores comidas que había probado desde que vivía en Londres, pero Voord siempre la encargaba en situaciones así, con todo el peso del trabajo sobre él.
     Deliciosamente empalagosa.
     Devoró un trozo de dos mordisco y lo acompañó con un trago de Pepsi sin azúcar. Dejó la lata y se estiró para evitar estar tan entumecido. Sentía sus ojos pesados, debían de ser las dos de la mañana, aunque no lo sabía con certeza. Llevaba ya varias horas solo. Incluso el guardia le había dado las llaves del teatro para que cerrara él mismo.
    Desde luego, era el único que de verdad se preparaba de verdad para la función. Para eso eres el director, Sieme, pensó suspirando. Aquella función era la oportunidad que esperaban su compañía para resaltar en los grandes cárteles. A pesar de ello, el elenco parecía indiferente.
    Los ojos de Voord se dirigieron rápidamente hacia las butacas. Creyó ver algo corriendo entre la penumbra. Volvió a mirar en esa dirección alarmado, pero no encontró nada mas que butacas vacías. Habría jurado haber visto algo, pero ¿quien iba a ser a esas horas? Nadie se había preciado a aparecer en toda la tarde y lo iba a hacer en ese momento. Voord lo dudaba.
    Decidió que ya era hora de irse a dormir, mañana debía de estar fresco y bien despierto para hacer frente a los últimos preparativos. Mientras recogía los restos de la grasienta cena, empezó a tararear una canción que se le había pegado de un anunció. Recogió la caja de pizza y la dejó por ahí, seguro que alguien se la comería sin pensarlo mucho.
    Cuando iba a apagar las luces, uno de los tablones del atrezo mas grandes se desplomó contra el suelo con un gran estruendo. Voord dio un salto y se giró hacia el tablón. Si hubiera caído unos instantes antes, habría caídos con todo su peso sobre él. El director suspiró y cogió el retablo de cartón-piedra.
    El retablo dio unos golpecillos titubeantes contra la pared antes de terminar de apoyarse. Voord se apoyó mientras ese recuperaba del esfuerzo y miró por el hueco que había entre el retablo y la pared. Unos ojos inyectados en sangre le devolvieron la mirada.
     Voord dio otro respingo y retrocedió unos pasos.
     —¡Fuera de aquí! —gritó, aunque había perdido de vista a la figura— ¡Voy a llamar a la policía!
    Tanteó su bolsillo sin dejar de apartar de su vista el tablón. Se maldijo al sentir que su bolsillo se encontraba completamente vacío. Sin pensarlo, se giró en seco y empezó a correr hacia las escaleras. Los peldaños de hierro se tambalearon bajo su peso, pero Voord estaba acostumbrado y los ignoró.
    Llegó a un corredor lleno de camerinos de un salto y empezó a correr sin saber mucho porqué lo hacía. ¿Había visto a alguien de vereda? Podría haber sido un parte del decordado. Llevaba muchas horas despierto, era muy normal que su cerebro le diera una mala pasada.
     Sieme, eres un cobarde sin remedio, se dijo a sí mismo.
     Estuvo a punto de darse la vuelta y volver a bajar, pero algo chocó contra él con una fuerza brutal.
     Voord salió despedido unos metros hacia delante sin saber muy bien lo que había pasado. Rodó un poco y se equilibró con las rodillas. Estaba dispuesto a defenderse con uñas y dientes frente al agresor. Pero se echó atrás al verlo.
    En aquel pasillo oscuro sólo se atisbaba la silueta de alguien enorme. Casi dos metro de alto y ancho como un armario. Olía mal, como a tierra húmeda y a sudor. Aunque no podía asegurarlo, Voord apreciaba que la figura tenía el pecho desnudo.
    —¡¿Donde está?! —una voz profunda inundó el pasillo como un gran estruendo. Voord adivinó un extraño acento en la voz.
    Arañando el suelo, el director se levantó del suelo y empezó a correr sin mirar muy bien donde iba. Había empezado a sudar. Cuando estaba a punto de girar el pasillo, noto que el suelo cedía y chaqueaba bajo su peso.
    Antes de que pudiera pensarlo, fue otra vez  derribado, esta vez contra la pared. Cayó de bruces cintra el suelo. Tras unos segundos de confusión, Voorn se dio cuenta de que estaba sobre un tapiz de cristales rotos. Entre sus dedos resbalaban pequeño trozos brillantes.
   —¿Donde está? —preguntó de nuevo, la voz sonaba a pocos centímetros de la cabeza de Voord— ¡Dímelo!
   Sintió como su mano se aferraba a uno de los trozos mas pequeños y segundos después se lanzaba al ataque. La figura dio un paso atrás, pero Voord consiguió cortarle a la altura del abdomen con el filo del cristal. Sí, estaba seguro de haberle dado.
    En un instante, la sombra respondió con un golpe en el rostro del director. Voord perdió perdió el norte unos segundos hasta que notó que alguien le empujaba contra la pared. Su espalda se quejó con una punzada de dolor mientras  aire abandonaba sus pulmones.
    —¡Habla!
   Cuando abrió los ojos, Voord se encontró que unos pequeños ojos le devolvían la mirada desde un rostro ennegrecido. Intentó retorcerse pero la fuerza suelo susjetaba del cuello pareció multiplicarse.
    Una de las manos que el amordazaba el gaznate desapareció y Voord intentó ver donde estaba. Se sintió que el corazón le daba un vuelco al ver el brillo de un cuchillo acercándose mentalmente.
   Un dolor punzante inundó su pecho. La imagen del pasillo se fue difuminando mientras sus extremidades se retorcían sin control. Quiso apartar la vista de aquellos ojos furiosos, pero le fue imposible.
    No sabía si había perdido el conocimiento. Solo sentía que alguien le arrastraba y, lo que era peor, su telón se cerraba para siempre.

Huesos para Adhira Donde viven las historias. Descúbrelo ahora