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Ava Johnson es una entre un millón. Un caso único e impredecible. Algo extraño.
Su vida nunca fue fácil, a pesar de que tampoco fue difícil. Simplemente no fue.

< ser una chica autista no la hace rara, distinta >

Su hermano junto con su padre, desesperados, le dieron la espalda a su antigua vida, buscando lo mejor para Ava.

Y entonces, Athan McGregor.
El chico que, no cambió su vida, sino que la destruyó.

                               * * *
          
                        •Capítulo 1•

               [ huida ]

El sonido del viento al filtrarse por la ventanilla que Ava subía y bajaba continuamente, molestaba a su hermano. Los árboles no eran más que sombras borrosas de un color verde extraño, que no hacían más que escaparse de los ojos de Ava.

Conducían por una auto-via rumbo a Los Angeles, California. Su padre guiaba el vehículo a una velocidad extremadamente rápida, queriendo llegar cuanto antes a su nuevo hogar.

-¿Puedes parar? -sugirió con un tono irónico Ares, el hermano mellizo de Ava.

El señor Johnson le echó una severa mirada a su hijo a través del espejo retrovisor. Ares rodó los ojos y volvió la vista a su teléfono móvil.

El ya sabía que había sido demasiado duro con su hermana, pero en realidad no le importaba. Es más, él se negaba a tratarla como si Ava fuese alguien indefenso, débil y desprotegido,  al igual que todos.

No iba a permitir que él fuera el mellizo con suerte y Ava la pobre hermana a la que la vida no acompañó. Tener autismo, no era malo, no la hacía ser distinta, y eso Ares lo sabía.

Ares quería a su hermana más que a su propia vida, lo daría todo y más por ella. Y eso incluía demostrarle a todos y a ella misma que Ava era fuerte, muchísimo.

-Lo siento -murmuró Ava, cerrando la ventanilla de golpe.

-No importa, cariño -habló con dulzura su padre.

Ava se encogió en su asiento y miró arrepentida a su hermano, quién le dedicó una sincera sonrisa despreocupada.

El señor Johnson suspiró. Había llevado a su hija a miles de tratamientos, a miles de análisis, de pruebas, desde que nació junto con su esposa. Sonrío melancólico al recordarla. Desde que murió, Ava se había cerrado aún más. Con ella Ava parecía ser... normal. Desde ella les dejó la menor de los mellizos se volvió más tímida, más callada.

Escuchó  el sonido que hacía un cinturón de seguridad al ser desabrochado, y rápidamente miro a la parte trasera del vehículo. Ares se situó en el asiento central, rodeando el pequeño cuerpo de su hermana con un brazo.

El padre de los mellizos sintió una punzada en el pecho, casi en su corazón. Ava solo confiaba en Ares, solo era ella misma con él. Ni siquiera lo era con su padre, y eso era algo que al señor Johnson lo mataba.

-Tengo miedo, Ares -susurró afligida Ava.

-No hay de que tenerlo -dijo en voz baja el chico q la abrazaba.

Ava acomodó su cabeza en el hombro de su mellizo, y se agarró a su camiseta. Ella no pensaba igual.

-¿Y si no les gusto?

-Les gustaras -afirmó seguro.

-¿Seguro?

Ares se encogió de hombros y apretujo a su hermana más contra él.

-A mi me gustas.


                       (................)

Ava dejó las maletas en el suelo de lo que sería su nuevo dormitorio. Ella ya sabía que su padre había venido anteriormente a la gran casa para decorarla con algo de ayuda de su madre, pero lo q no sabía era que la yaya Johnson tuviera tan grandioso gusto.

Se adentró en la espaciosa habitación y giró sobre sí misma, procurando no perderse nada. Era algo como salido de un cuento, de una película.

Las paredes estaban pintadas de un color blanco roto, salvo una que únicamente consistía en un enorme ventanal con vistas a la playa. En ese momento del día se podía ver el hermoso lienzo que creaba el atardecer.

Una grande cama con sábanas igualmente blancas en el centro de la habitación, y una estantería a su lado,  con todos sus libros y enseres personales.

Se dio cuenta, que la parte baja del grande ventanal estaba cubierta por una especie de ladrillo blanco que sobresalía unos centímetros. Era un banco tapado por cojines aparentemente cómodos.

Una puerta justo a su derecha llamo su atención. La abrió para ver su propio baño.

Abrumada por todo lo nuevo que parecía poseer, se sentó en la cama con las manos en la cabeza. Miró los metros cuadrados que se abrían ante ella antes de llegar a la pared.

Al menos tendría un buen sitio donde bailar. Se volvió a levantar, esta vez para bajar las escaleras y reunirse con su hermano y con su padre, quienes charlaban en voz tenue hasta que ella llegó.

-¿De que hablaban? -preguntó Ava.

-De nada importante, cielo -contestó su padre.

Ava frunció el ceño. Ella era autista, pero eso no quería decir que fuese idiota. Sabía cuando la estaban mintiendo, y esa era una de esas ocasiones.

-No le mientas, papá -gruñó Ares, quién no soportaba la idea de ocultarle cosas a Ava, como si no fuese capaz de entenderlas -Estábamos hablando sobre ti, Ava. Vas a dejar de recibir clase en casa, iras al instituto como lo hacen las personas normales.

Ava se tensó. La aglomeraciones de  gente la ponían muy nerviosa, es por eso que cuando su madre aún vivía decidió que lo mejor era que una profesional diera sus lecciones en casa.

-¿Por qué?

-Debes socializarte -respondió su padre.

Ava no iba a rebatir, ¿como hacerlo? Simplemente asintió y dio un paso hacia delante, colocándose más cerca de Ares.

–¿Podré seguir dando clases de matemáticas?

Ares río y puso su manos en los hombros de su melliza. Era tierno verla.

-Claro que sí, Ava. Seguro que eres de las primeras de la clase –explicó Ares. Ava sonrío -Y seguro que también hay clases de danza por la tarde, a las que obviamente asistirás.

Ava se tensó y rápidamente dio un paso hacia atrás. Nunca nadie, salvo mama y él la habían visto hacer un único paso. La idea de que me miles de chicas la vieran le aterraba.

-No la presiones más, Ares -le regañó su padre.

-Pero, ¡papá! Debería ir -protestó.

-Las cosas a su debido tiempo , ¿vale? -su padre se acercó a Ava y le sonrío con cariño -¿Por qué no subes a ducharte y luego te vas a la cama? Mañana empezaréis el instituto. Luego subirá Ares a verte, ¿si?

Ava hizo algo parecido a un asentimiento y se dio media vuelta, decidida a acabar con el primer día en Los Angeles, de lo que sería una larga y extraña etapa.

Baila para mí. Where stories live. Discover now