El delegado de seguridad encargado de controlar la entrada de los alumnos ya estaba cerrando las enormes puertas rejadas del colegio cuando llegamos. Dejó entrar a Aslan, pero no sin antes lanzarme la típica mirada desafiante, con la parecía advertirme que esa era la última vez que lo permitía.
-¡Disfruta del día, nos vemos por la tarde! –le grito a través de la verja, mientras él se alejaba hacia el interior del edificio, solo girándose un momento para darme su típico adiós con la mano.
El enorme ascensor de la cara norte se eleva, con ritmo lento pero continuo, hacia el nivel 6. Tuve que dar un sprint y subir a toda prisa las escaleras que llevan a la plataforma de plancha metálica, situada al lado del raíl por donde levita el tren magnético. Sentí que ya no estoy tan en forma como antes cuando al entrar al tren tuve que respirar hondo unos segundos para hacer bajar mis pulsaciones. Por lo menos no lo perdí, lo que hubiera significado esperarme quince minutos más, eso si el siguiente tren fuera puntual. El trayecto desde el área donde está la escuela hasta el centro de nuestro radial es rápido. Allí están ubicados los cuatro enormes elevadores, cada uno de ellos encarado hacia un punto cardinal distinto y con capacidad para unas ochocientas personas cada uno. En los monitores del tren ya habían repetido la tempranera noticia sobre el desperfecto en la tubería y la consecuente restricción de agua, y mientras ascendemos por los túneles verticales, que permiten a los habitantes de Ngam moverse entre niveles superiores e inferiores, vuelven a retransmitir la misma información, esta vez por cada una de las diez pantallas distribuidas por el ascensor. <<Gracias por su comprensión, buenos días Ngam>>, vuelvo a escuchar por los altavoces. El cierre de emisión hace que el tumulto de gente concentrada en el elevador, que seguramente no va ni a la mitad de capacidad por la hora tardía que ya es, empiece a dar su irrelevante opinión: “Tendremos que dosificarnos hasta que este arreglado”, le dice un cuarentón con gafas a la mujer que tiene al lado; “Pues a nosotros no nos queda agua para muchos días”, suelta una voz femenina detrás de mí; “Siempre he pensado que deberían tener infraestructura de emergencia preparada para casos como éste” afirma un señor mayor situado a mi izquierda. Miro el reloj para ver cuánto tiempo ha pasado desde que entré en el elevador. Llevo seis minutos aquí dentro, por lo que me quedan todavía unos cuatro más de subida. Tengo problemas de asma desde que respiré esa gran cantidad de humo durante los ataques de hace unos años, y estos momentos son de esos que me ahogan. Aunque no es la primera vez, ni la última, que me encuentro en estas situaciones, nunca sé si me afecta más el parloteo compulsivo de la gente o el estar encerrada en éste cubículo flotante, las paredes de acero del cual crujen mientras realiza su tedioso ascenso. De repente una mano en mi hombro rompe el murmullo constante que se había adueñado de mis sentidos.
-¿No crees que es extraño? –Me susurran en la oreja.
-¡Jolie! –grito al girarme.
Con Jolie Girardon, mi mejor amiga, nos conocemos desde que empezamos en la escuela el denominado “Curso de Vida Obrera”, ambas con solo 3 años de edad. De hecho fuimos inseparables durante todos los cursos escolares. Al acabar nos distanciamos un poco porque, aunque las dos trabajamos en alimentación, yo estaba en las piscifactorías y ella en el sector de fruta y verdura, hasta que hace dos años me trasladaron a su sector y se produjo el ansiado reencuentro.
A Jolie le encanta darme este tipo de sorpresitas sigilosas, ya lo hacía también de pequeña. Cuando estoy en plena jornada laboral, a veces quedo tan sumergida en la tarea que estoy realizando que ella aprovecha el momento para acercarse silenciosamente por detrás para darme un buen susto. Y la verdad es que más de una vez he acabado dando un grito digno de cualquier niña pequeña, cosa que nos ha costado alguna que otra reprimenda de los delegados que están al cargo del personal. Estoy más que segura que estuvo vigilándome durante el rato que llevamos de ascenso, rondando entre la muchedumbre, esperando el momento adecuado en el que le pareciera despistada para abordarme por detrás.
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Misantropía
Научная фантастикаDespués de la gran catástrofe, la humanidad sobrevive como civilización en Ngam, una ciudad construida bajo tierra. Allí, Janna, que vive junto a su hermano Aslan, se encontrará sin quererlo en medio de acontecimientos que harán temblar los cimiento...