III

6 0 0
                                    

La connotación de su voz respondía a una furia poco apropiada para alguien como él. Doña Lupita no había respetado el contrato y así se hacía llamar la dueña del edificio. Pero basta de hablar de la ira de Diden, lo que más sorprendía era que Doña Lupita le correspondía. No intercambiaban palabras groseras, el muchacho parecía una persona caballerosa como para ponerse a decir majaderías a una señora que medía veinte centímetros menos que él y tenía unos treinta años más.

Diden encontraba molesto que hubiera otra persona viviendo en el último piso, al lado de su cuarto. Doña Lupita le había dicho que nadie rentaba cuartos en el último piso y que ahí estaría muy solitario, para él chico, eso ya era un contrato. Él siempre fue raro, pero no quería estar solo, se notaba en su mirada que no le agradaba el hecho de no tener a nadie con quien platicar, sin embargo no le gustaba compartir cosas con desconocidos. Ella respetaba al muchacho hasta hace un día,  se mudó un tipo raro (aún para mi gusto) al lado de su cuarto. No es que sea desagradable, pero se notaba que escondía algo.

¡Pero qué descortesía la mía! He comenzado mi narración y ni siquiera me he presentado. Mi nombre es Alberto, pero todos me dicen Beto,  los chicos ponen un “Don” antes de mi nombre y en ocasiones Doña Lupita hace lo mismo. Soy amigo del chico llamado Diden, un nombre muy raro, me parece, pero que (según lo contado por él) no tiene familia, (y según lo que he observado) tampoco amigos de su edad. Me siento afortunado de ser uno de sus pocos amigos. Mis motivos para narrar lo que veo se los deben agradecer a mi exagerado tiempo libre, saben, estoy retirado. En fin, no vine a contarles mi historia es un poco aburrida. Prefiero narrar lo que veo, es más divertido para mí y entretenido para ustedes. Continuaré… ¡vaya! me perdí, Diden no está, sube las escaleras, me temó que sucedió lo inevitable, a fin de cuentas Doña Lupita es la dueña.

Diden (me gusta escribir su nombre), no es muy querido en este edificio, a veces llego a pensar que de no ser por que discute mucho con la dueña nadie sabría que vive en este lugar. Se va muy temprano a trabajar y cuando llega no hace un solo ruido, o no se escucha lo que hace. Nunca sale de noche (que yo sepa) y siempre trae cargando tantos libros como puede, de un lado para otro.

Hace ya cinco años que vive aquí. La primera vez que lo vi, debo admitirlo, me alarmé,  fue como si me hubiera visto a mi mismo de joven, lo barrí con mi mirada y me exalté tanto como mi corazón me lo permitía. Lo salude y cortésmente me correspondió, desde entonces viene constantemente los viernes a las siete a tomar un café en mi casa, se queda dos horas, donde platicamos. A veces tiene en mente ideas raras, por los libros que lee creo yo, pero lo comprendo, la senectud siempre considera como raro a lo joven porque no lo entiende, yo no lo entiendo pero lo comprendo, me hace más amena la conversación con él, y al mismo tiempo él se siente seguro al hablar conmigo.

La vida lo ha tratado mal según lo que me ha contado, aunque aún tengo una duda. Me ha hablado de su padre y de su hermano, me ha hablado hasta de algunos amigos de la niñez, esos amigos pasajeros, pero nunca he escuchado sobre su madre o de cualquier signo de feminidad en su vida, nunca madres, novias, amigas, hermanas, profesoras. Me hace pensar que se siente culpable por algo o que esconde algo referente a eso. Es por eso que escribo esto. Tataré de averiguar qué es lo que esconde, a partir de hoy mi proyecto será conocer al muchacho, Diden (me encanta escribirlo) a fondo.

MolonyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora