Miserable.

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Y volví otra vez. Solo recuerdo que las palabras brotaban solas de mis dedos, palabras que las escribía lo más profundo de mi corazón.

La razón no tenía cávida en este entierro. Sabía que si pensaba seriamente lo que estaba haciendo, me daría cuenta de que eso no estaba bien. Pero no lo hice. Ni me inmuté. No lo razoné. Escribí el mensaje, esperé su respuesta y sin volver a mirar el mío, corrí a la ducha a arreglarme.

Hablaban mis instintos, mis deseos reprimidos.

Al pestañear un par de veces, ya estaba esperando el metro. Miraba la hora como distracción pero solo quería ver ese mensaje de él diciéndome que no vaya, que me quedase en casa.

No lo hizo.

Tenía en frente su puerta, y las dudas albergaban mi mente. Mi lado más sensato me pedía que me fuese, que no pintaba nada ahí, que podría hacerme daño, que con este acto, podría acabar con la poca dignidad que me quedaba. Qué estúpida fui.

Desconecté. Apagué esa luz de mi razocinio y dejé que me dominaran los instintos más primitivos del ser humano. Estaba preparada para entregarme sin dudar.

No volvería a cuestionar mis actos.
No volvería a desconfiar de mí.
No volvería a arrepentirme.

Abrió la puerta y sólo tuve unos pocos segundos para contemplar El David de Miguel Ángel Buonarroti. La más hermosa escultura del hombre creada frente a mí.

Su sonrisa, tan íntima, tan seductora y tan perfecta. Un arma letal que acabó con mis murallas fuertemente creadas, las más poderosas e indestructibles, las cuales, no daban el paso a cualquier forastero. Sí, su sonrisa las hizo trizas.

Tenían que haber seguido así. Tenían que haber permanecido estables.

No lo hicieron.

En ese momento, en ese preciso momento, mis pies tomaron la iniciativa. Se alejaban poco a poco de su destino; estaban creando uno nuevo. Escapando de un mal viejo.

Pero algo tan obvio pasó: él me detuvo. Con su mano posada en mi cintura, me atrajo hacia él eliminando los pocos centímetros que nos alejaban.

Su respiración chocaba en mi rostro, su mano agarraba posesivamente mi piel, su sonrisa perfecta, tan jodidamente embaucadora. ¿Ahora se entiende un poco el por qué he vuelto?

Sabía que en mi condenada vida me encontraría con otro hombre como él. Alguien que entendiese tan bien mi cuerpo, una persona que supiese perfectamente los puntos que tiene que tocar para que mi cuerpo pase de estado sólido a líquido.

Era mi hombre ideal.

¿Sabéis cuál es ese momento en el que el demonio hace su aparición? Justo antes de hacer una travesura.

Lo vi, en su sonrisa. Vi reflejada esa maldad, esa oscuridad, ese infierno perfecto. Sabía que si caía en su red, me perdería para siempre.

Pero era algo que en lo más profundo de mi ser despertaba todos mis sentidos.

Era algo que yo quería.

Me dejé guiar al interior de ese paraíso infernal. La temperatura aumentaba cada vez que me adentraba más en él.

Su mano sostenía la mía con una firmeza incuestionable. Estaba dispuesta a seguir sus órdenes.

En un rincón, cayeron mis cosas. Mi bolso, mis zapatos, mi vestido, mi dignidad.

Volvía a arrastrarme. Volvía a caer en este juego en el que solo yo, iba a perder. Tan miserable me sentía, tan estúpida por dejárme llevar por mi cobardía. Nunca entenderé porqué tuve que volver.

Aún así, sus manos en mi piel, sus labios acariciando cada centímetro de mi ser, su sudor mezclándose con el mío. ¡Dios, qué dulce tan amargo! ¡Qué idílico placer!

Mi cuerpo lo anhelaba. Deseaba ese sabor, el sabor del placer. Su placer.

Nadie entenderá lo que me hacía sentir con un roce, una mirada, un rugido suyo. Millones de sensaciones albergando este pequeño cuerpo, esta gran alma.

Quizás es por eso que no quería a nadie más, quizás es eso lo que yo necesitaba, quizás era él el único que podía hacerme llegar a las estrellas, observar las galaxias.

Confié en él, le amé, le adoré, le deseé.
¿Por qué me permitió volver?

¿Por qué perro infiel?
Destruye mi alrededor otra vez. Acaba con mi mundo. Quémalo. Es lo único que sabes hacer bien.

Lo triste de todo fue que después de mis lamentos, llantos, arrepentimientos, volví a ti.

Juré olvidarte, juré pasar página, juré enamorarme de otro, pero aquí estoy. Aquí. Otra vez. Enredada en tus sábanas, envuelta en tu falso amor.

Miserable.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora