Capítulo 4

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Nueva York, actualidad.

Sentada en el alfeizar de la ventana, Candice continuaba sumida en sus recuerdos. Mirando sin ver los rascacielos iluminados de Nueva York. El sol hacía rato que iluminaba otro cielo.

Un par de horas se había levantado de la cama, sin ningún deseo de hacerlo. Ahora estaba recién bañada y con el estómago lleno. Todo a instancias de Patricia. El baño le sentó bien. Mientras cenaba, ya con la mente despejada, se puso en movimiento, o más bien, puso en movimiento a Jason.

El guardaespaldas se encontraba volando en un jet privado a San Diego. De San Diego volaría en helicóptero hasta L.A., y el único motivo por el que ella no iba en ese jet, le estaba tirando pataditas en ese momento. Acarició su barriga con una mano, sonriendo con ilusión.

—Jason va a encontrar a papá y lo traerá con nosotros, insecto —musitó, sin dejar de acariciar a su bebé.

Miró el teléfono móvil, que seguía sin timbrar. Estuvo tentada de tomarlo, pero no quería ver el reloj, los minutos avanzaban lentos y ella tenía prisa. Prisa porque Jason llegara a L.A., porque encontrara a Terrence y lo trajera de vuelta a ella. Prisa por recibir la llamada que le devolviera la alegría. Esa alegría que no le había abandonado desde que vio por primera vez —no literalmente— al que hoy es su esposo. Recordó aquél lejano día en que vio más allá de su fachada.


Nueva York, cinco años y algunas semanas atrás.

Mientras caminaba hacia la habitación de James, quien ya se encontraba ahí recuperándose, tuvo una sensación de déjà vu. El ambiente festivo y lleno de susurros debió prepararla para lo que encontraría en la habitación, pero no lo hizo.

Al abrir la puerta, lo primero que vio fue a Terrence —con su «penacho» de Simba puesto—, cantando Hakuna Matata junto a otros dos individuos que, caracterizados de Timón y Pumba, le hacían coro.

Asombrada se detuvo en el umbral, deambulando por el cuarto con la mirada, deteniéndose en las caras extasiadas de los pequeños. Había unos veinte niños, arremolinados en las cuatro camas, exhibiendo sus inocentes sonrisas, disfrutando de la mini función.

De espaldas a ella, enfrascados en su representación, los actores no le habían visto. Se mantuvo en silencio, observando, deleitándose con la voz grave y vibrante de Simba. Percibiendo la fuerza que emanaba su personaje, de los músculos que, con cada movimiento, se tensaban bajo su piel. La noche de la función, semana y media atrás, no pudo verlo con tanto detalle, y hoy lo estaba viendo en high definition. Se le calentaron las mejillas al darse cuenta de las burradas que estaba pensando.

Al finalizar la canción, los niños explotaron en risas, aplausos y gritos emocionados.

La emoción de los pequeños le llegó hondo, provocando que se le humedecieran los ojos. Sus insectos gritaban todos a la vez, tratando de llamar la atención de sus personajes. Felicity, la más extrovertida, pedía a gritos otra canción; logrando que los demás niños le apoyaran en el acto.

—Uno por uno, uno por uno. —Terrence movía las manos, pidiendo calma con ellas.

—¡Nala y Simba! ¡Nala y Simba!

—Ya les dije que Nala no vino, no hay quien haga de Nala conmigo. —Escuchó la voz agotada de Terrence.

Imaginó las veces que les habrá dado ya la misma explicación y sonrió, compadeciéndose de él.

—¡Candy! ¡Candy! ¡Ven, Candy! ¡Ven con nosotros! —La joven rubia se sobresaltó al ser descubierta por los pequeños de esa forma tan abrupta. Nerviosa se encaminó hacia una de las camas, la de James.

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