—Hoola, repite conmigo: hoola, paaapá... paaapá
A través de la pantalla de la tableta electrónica, Terrence miraba los intentos de Candice porque su nena, de apenas cinco meses, pronunciara unas palabras que quizá ni siquiera entendía. La rubia doctora estaba recostada contra el cabecero de la cama, con la bebé en el regazo y James pegado a su costado.
Él estaba en Ciudad de México, metido en una camioneta de camino a un lujoso centro comercial. Era media mañana, y esperaba que el evento no se alargara porque esa misma noche quería estar en esa cama que tan bien albergaba a su familia.
—Paaa...paaa
—¿La oíste? —Candice elevó la mirada hacia la pantalla de la laptop que tenía sobre el colchón—. ¡Dime que la oíste! —Miró a Terrence con una enorme sonrisa antes de comerse a besos a la rechoncha bolita de carne que en ese momento dejaba sus babas sobre su cuello y pecho.
Terrence sonreía con la boca y la mirada. Claro que había escuchado los balbuceos de su preciosa, y aunque no estaba seguro de que significaran algo, sentía que el corazón le explotaría de ternura en cualquier momento.
—La oí, cielo.
Candice escuchó la voz llena de emoción de Terry y su felicidad se hizo mayor. Todos los días daba gracias por la inmensa dicha que vivía al lado de la familia que formó con él.
—Nuestra nena se pondrá celosa —dijo, levantando un poco a la bebé que, al sentirse en el aire, comenzó a patalear y manotear como si la vida le fuera en ello.
Y Terrence, quien siempre detestó las cursilerías, se vio modulando el tono de voz a uno dulce y tierno que era dedicado en exclusiva a la hermosa rubita ojos de cielo. Quién se lo iba a decir, tanto que detesta a otro rubito ojos de cielo.
«Algún día serán zafiro», se consoló en vano, pues amaba esa mirada tal y como era ahora.
—Verdad que no, mi pedacito de cielo —dijo a la niña, que rio emocionada, reconociendo en el instante la voz de su padre—. Mi nena sabe cuánto la quiero, ¿verdad, cielo mío?
La pequeña agitó más los brazos, buscando con la mirada a Terry, deseosa de que este la cargara, sin embargo, al no obtener respuesta, los ojos se le aguaron y frunció la boquita. Señal inequívoca de que un acceso de llanto estaba por llegar.
Terrence sintió un nudo en la garganta al ver el puchero y posteriores lágrimas de su hija. Se maldijo y maldijo a su representante por aceptar este compromiso. De no ser por eso, a esta hora ya estaría ahí con ellos, y no a través de este pobre sustituto tecnológico.
—Ya, mi corazón. Papá vendrá esta noche. No llores, mi vida. —Candice había girado a la niña y ahora la abrazaba contra su pecho. Buscando calmarla con besos y palabras suaves.
—Lo siento, amor. —Terrence dio voz a su necesidad de disculparse con su familia por el tiempo robado.
—Está todo bien, papá. —James se hincó sobre el colchón y tomó a su hermanita de los brazos de su madre—. Entendemos que estás trabajando. ¿Verdad, Hope? —Puso el rostro de la pequeña a la altura del suyo y jugó con la nariz de ambos, provocando que el llanto se tornara en carcajadas.
El nudo en la garganta de Terrence se hizo más grande. Aun así, se obligó a responder al niño.
—Gracias, campeón.
Candice vio a sus hijos jugar, y se dijo que no podía pedirle más a la vida.
—Señor, hemos llegado.
«Bueno, solo un par de cosas más», pensó al escuchar la voz del asistente de su esposo que siempre los interrumpía.
—Debo irme, cariño.
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¿Dónde Estás?
FanfictionCuando Candice conoció a su nuevo paciente supo con cada vello de su cuerpo que ese hombre perturbaría su, de por sí, nada ordenada vida. Y no se equivocó. Cuando un pequeño accidente lo mandó al hospital, el susodicho paciente nunca pensó que ahí...