Capítulo 10

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Nueva York, cuatro años cinco meses y veinte días atrás.

Las siete de la tarde.

«No voy a llegar, no voy a llegar», comenzó a mover el pie derecho, zapateando contra el pavimento de la banqueta.

Tenía casi quince minutos sentada en la parada de autobús, esperando la línea que la lleva a su casa.

La cita con...

«Cena, solo es una cena para que Martha lo conozca», repitió por enésima vez.

Está bien.

La cena para que Martha por fin se deleite la pupila, y pueda presumir a los demás miembros del fan club, es a las ocho treinta de la noche. Apenas tiene tiempo de cambiarse, sin bañarse, y salir corriendo hasta la casa de Patricia para recibir a Terrence.

Él no emitió ningún comentario cuando le envió la dirección donde sería la reunión. Solo se limitó a confirmar de recibido con un "ok". El insufrible ni siquiera se interesó por saber a qué clase de lugar irían y por supuesto no se ofreció a pasar por ella. En lo profundo de su corazón deseó que lo hiciera. No obstante, no fue así. Y las posibilidades de que apareciera en su departamento eran nulas. Él se había tomado muy a pecho su twitt.

Cerró los ojos y agitó la cabeza, queriendo espantar el recuerdo, pero le fue imposible. En su mente se reprodujo con claridad la imagen que circuló durante semanas en todos los portales de chismes. Incluso fue víctima de memes y burlas de miles de usuarios.

¿Qué les interesaba si ella lo mandaba por un tubo? Pero la gente era así. Todos se solidarizaron con el guapísimo rechazado, miles de mujeres se postularon para consolarlo. Si él no hubiese sido su seguidor en la red social... en ese caso quizá nadie lo habría tomado en cuenta, habría pasado sin pena ni gloria, una respuesta más de las innumerables que recibe a diario; no obstante, alguien jaló la punta y aquello se fue como hilo de media.

"La respuesta es no. Ni hoy ni mañana ni nunca aceptaré una cita contigo @tggraham", decía el mensaje.

El hashtag #YoSíAceptoTG fue tendencia por días.

«¡Por dios, ni que lo hubiese dejado plantado en el altar!», resopló en su interior.

El autobús apareció en la distancia y se paró de un salto, acomodó su bolsa en el hombro y abordó apenas el transporte se detuvo.

En otro punto de la ciudad, Terrence mordisqueaba un chocolate. Decir que estaba nervioso era quedarse corto. Estaba en el balcón, viendo la gente que cruzaba la calle. No sabía que esperar del encuentro. Meses atrás se había resignado a que la doctora Candice no era para él. Sin embargo, esas señales que ella emitía, de una semana para acá, lo estaban perturbando.

«Ahora te quiero cerca, ahora no. Ahora te hablo, ahora no. Hoy soy Terrence, mañana señor Graham».

Aunque no lo demostraba, esas contradicciones lo tenían en vilo. No obstante, él no pensaba dar un paso adelante. No mientras ella no fuese clara con sus intenciones y sentimientos. No estaba dispuesto a ser rechazado otra vez; ni siquiera en privado.

Entró al departamento cuando el reloj en su muñeca, luego de consultarlo por enésima vez, dio las siete con cuarenta y cinco. Tomó la cartera, celular y las llaves del auto de la mesita de centro; estaba listo desde hacía horas, esperando a que el bendito tiempo se dignara a pasar para irse.

En el estacionamiento subterráneo subió a su auto y programó en el GPS la dirección que Candice le envió en un mensaje de texto. Condujo por las vibrantes calles de Nueva York, guiado por la voz mecánica del aparato.

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