Y como ambos padres trabajamos en la casa, cada vez que teníamos que ir a la cocina a buscar agua o lo que sea, nos veíamos obligados a escondernos de él, a pasar agachados por delante de las puertas vidriadas o a enviarle a la niñera un mensaje de texto pidiéndole que se encerrara en la habitación del niño para que él no nos viera pasar. Y acá surge el primer dato curioso: la niñera actual nunca me había producido una atracción física conciente, mientras que algunas de las dos o tres que probamos antes, sí; sobre todo una, Karina (era el tipo de mujer pulposa y alta, de piernas largas y torneadas y un busto desbordante) con quien le dimos de comer juntos algunas veces a Simón; en ese entonces Simón comenzaba a experimentar con la comida, tomaba pedazos de zapallo con las manos y los estrujaba lentamente, abstraido y fascinado, y nos arrojaba el zapallo así pisado a Karina y a mí; a ella le frotaba luego, con sus manitos torpes y regordetas, esa pasta aceitosa sobre sus piernas, y así nos iba encharcando de comida y baba, mientras Karina y yo rozábamos nuestras manos accidentalmente para atajar los manotazos de Simón. La primera vez que vio a mi hijo hacer esas cosas Karina quedó atónita y amagó con impedir el desastre, entonces Marcia y yo le explicamos que lo queríamos dejar probar, que recién estaba descubriendo el alimento y que necesitaba conocerlo y sentirlo y que después total yo mismo limpiaría todo en un momento. Al principio Karina parecía algo desconcertada, pero en seguida se fue acostumbrando a esa manipulación continua de texturas y sabores, tal vez también disfrutando de haber entrado en un territorio de comportamientos que antes le habrían parecido incorrectos. Las pocas veces que coincidimos con Karina en darle el almuerzo a Simón yo percibía mi sangre bullir dentro de mí con cierta intensidad luego de ese extraño e involuntario jugueteo alimentario, pero nunca tuve dificultad para mantener el control; parte del propio erotismo y de la gracia de la escena provenía, para mí, precisamente de mi rol de padre serio; siempre tuve claro que en el instante en que me hubiera entregado a una actitud lasciva, la escena se habría vuelto patética y decadente en el momento. En cierta manera me sentía orgulloso de ser capaz de controlar mis impulsos básicos en virtud de un comportamiento caballeroso, de buen padre y de marido fiel, de persona íntegra en definitiva. Y así había sido siempre, hasta que ocurrió esta especie de rebelión interna; ahora esos "impulsos básicos" parecen comenzar a reclamar por sus derechos a las jerarquías intelectuales de mi ser.
Así estoy desde entonces, acechando mis propios sentimientos, tratando de entender. Este mundo es maravilloso. La vida es maravillosa. Pero ahora tira de mí en dos direcciones diferentes. Y siga la dirección que siga, quedaré condenado a sentir el tironeo en la otra. No sé, quería contarte eso. Ahora mismo tendría que ponerme a trabajar. Te mando un beso grande, Katie, y pronto te volveré a escribir, seguramente. Te deseo lo mejor en tu carrera musical.
John
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Vida de pueblo
Fiction généraleNada es lo que uno creía cuando viaja al interior del país y de uno mismo. Ni las costumbres de la gente ni los propios sentimientos. Estoy escribiendo esta novela desde hace siete años. Ya está casi terminada, aunque sigo corrigiendo partes. Public...