Mi mejor amigo se llama Pablo. Los presento: Katie, Pablo. Pablo, Katie. Pablo es un poco opuesto a mí. Somos amigos desde la escuela primaria. Yo siempre lo admiré (en algún punto lo envidié, seguramente) porque a él todo parecía resultarle fácil: los deportes, la relación con las mujeres. Y cuando yo le pedía explicaciones, él me decía que todo era por sus instintos. Yo pensaba que era una excusa para no revelarme sus secretos, pero ahora entiendo que es verdad: él no tenía una explicación racional; se dejaba llevar y las cosas le sucedían. Todo lo contrario de mi forma de actuar. El otro día vino a visitarnos y yo estaba ansioso por contarle mi situación con Rosa porque su opinión suele ser implacable, inapelable, desinteresada y precisa (con él no puedo explayarme como lo estoy haciendo con vos ahora, primero porque no tenemos tiempo físico para vernos, pero aún si le escribiera como te estoy escribiendo a vos, sé que él no tendría la paciencia de prestar atención a lo que digo, por eso prefiero escribirte a vos, Katie, y hacer de cuenta que estás atenta a todo lo que te cuento).
Cuando vino a visitarnos, Pablo pasó unos dos o tres días en casa. Esa vez lo noté más desequilibrado que de costumbre. Me dijo que estaba ganando mucho dinero, dijo algo así como que había descubierto una veta en la naturaleza o en el universo que le permitía lograr lo que quisiera. No me extrañan ese tipo de aseveraciones de su parte; siempre tuvo una inclinación algo mística. De hecho, hasta ahora ha descubierto distintas vetas que le han permitido conseguir cosas normalmente inconcebibles. Desde siempre él fue el místico y yo el científico, y creo que los dos nos envidiamos secretamente nuestras capacidades en cada ámbito.
Al igual que mi padre, Pablo es una de esas personas que no te extrañarías de encontrar conversando tanto con un gerente de una multinacional como con una banda de delincuentes, con todos con la misma naturalidad, y en general tratado por todos ellos con respeto y simpatía: al no encuadrarse en ningún estilo en particular, al mostrarse tan libre e ingenuo en sus opiniones, al no escudarse en ninguna máscara social, la gente parece considerarlo una excepción y no le oponen prejuicios. Ambos tienen una forma de evitar las convenciones que les permite atravesar estructuras sociales o psicológicas como si fueran de papel.
Aquella vez Pablo me ofreció que si necesitaba algo, cualquier cosa, un auto, una camioneta, dinero, que estaba dispuesto a regalármelo. Por supuesto que no acepté nada de eso. No sé por qué. Supongo que al no estar preparado para una cosa así, totalmente inesperada, mi moral se puso rígida y me recomendó negarme por las dudas: eso no podía estar bien. Le dije que si tanto le sobraba la plata, aceptaba que él invitara todos los gastos mientras estuviera en casa, y accedió de muy buen gusto.
Me tenía preocupado lo que fuera a opinar sobre mi relación con Rosa, y su respuesta me dejó más perturbado. Aproveché un momento en que mi mujer estaba atendiendo a una paciente en el consultorio y que Rosa estaba con Simón jugando en su cuarto, y le comenté que no sabía qué hacer con Rosa:
–Empijátela –me respondió.
–No podés decirme eso –le dije. Es una palabra horrible. Explicame qué me querés decir.
Varias veces tuve que pedirle que me diera algún fundamento, alguna pista, cualquier cosa que me ayudara a comprender el significado de su veredicto. El hizo estricto silencio hasta que por fin me di por vencido. En algún momento, cuando yo no me esperaba su respuesta, me explicó:
–Te lo digo por la manera en que la mirás.
–Bueno, ¿pero no estás teniendo en cuenta la opinión de ella? Lo que me interesa es tu visión de la opinión de ella. Mi decisión la tomaré yo finalmente.
Pablo dio vuelta los ojos hacia arriba, como disgustado por la obviedad que estaba obligado a explicar, y suspiró antes de responder:
–Si soporta que la mires de la forma como la mirás sin denunciarte o sin buscar otro trabajo, quiere decir que está dispuesta a todo.
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Vida de pueblo
Fiksi UmumNada es lo que uno creía cuando viaja al interior del país y de uno mismo. Ni las costumbres de la gente ni los propios sentimientos. Estoy escribiendo esta novela desde hace siete años. Ya está casi terminada, aunque sigo corrigiendo partes. Public...