Un nuevo interés por la vida

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La tarde siguiente Ana, levantando la vista de su costura y mirando por la ventana de la cocina, vio a Diana que, bajando por la Burbuja de la Dríada, le hacía señas misteriosamente.  En un tris Ana estuvo fuera de la casa y corrió a la hondonada con los ojos brillantes por el asombro y la esperanza.  Pero la esperanza se esfumó cuando vio el afligido semblante de su amiga.
- ¿Ha cedido tu madre? – murmuró.
  Diana sacudió la cabeza tristemente.
- No, oh no, Ana.  Dice que no puedo jugar contigo nunca más.  He llorado y llorado, diciéndole que no fue culpa tuya, pero todo fue inútil.  Le rogué que me permitiera venir a decirte adiós.  Dijo que me concedía diez minutos y que iba a controlar con el reloj.
- Diez minutos no son mucho tiempo para decir un eterno adiós – dijo Ana llorando –.  Oh, Diana, ¿me prometes fielmente que no has de olvidarte nunca de mí, la amiga de tu juventud, a pesar de los muchos amigos queridos que puedas tener?.
- Sí – sollozó Diana –.  Y nunca tendré otra amiga del alma.  No quiero tenerla.  A nadie podría querer como a ti.
- Oh, Diana – exclamó Ana juntando las manos –, ¿de veras me quieres?.
- Claro que sí.  ¿No lo sabías?.
- No – Ana exhaló un largo suspiro –.  Por supuesto, sabía que yo te gustaba, pero nunca esperé que me quisieras.  Porque, ¿sabes, Diana?, nunca pensé que nadie pudiera quererme.  No recuerdo que nadie me haya querido nunca.  ¡Oh, es maravilloso!  Es un rayo de luz que siempre iluminará la oscuridad del sendero que me separa de ti, Diana.  Oh, dilo otra vez.
- Te quiero muchísimo, Ana – dijo Diana firmemente –, y siempre será así, puedes estar segura.
- Y yo siempre os amaré, Diana – exclamó Ana solemnemente extendiendo la mano –.  En el futuro, vuestro recuerdo brillará como una estrella sobre mi solitaria vida, como dice en el último cuento que leímos juntas.  Diana, ¿queréis darme un bucle de vuestros cabellos negros como el azabache, para que sea mi tesoro para siempre jamás?.
- ¿Tienes algo con qué cortarlo? – preguntó Diana secándose las lágrimas que habían hecho brotar las afectuosas palabras de Ana.
- Sí, afortunadamente tengo en el bolsillo mis tijeras de labores – dijo Ana.  Solemnemente cortó uno de los rizos de Diana.
- Que seáis feliz, mi amada amiga.  Desde ahora en adelante, debemos ser extrañas aunque vivamos la una junto a la otra.  Pero mi corazón siempre os será fiel.
  Ana permaneció de pie observando alejarse a Diana y moviendo tristemente la mano cada vez que su amiga se volvía a mirarla.  Luego retornó a la casa no poco consolada, por el momento, por aquella despedida romántica.
- Ya todo ha terminado – le informó a Marilla –.  Nunca volveré a tener otra amiga.  Realmente ahora estoy mucho peor que nunca, porque ya no tengo ni a Katie Maurice ni a Violeta.  Y aunque las tuviera sería lo mismo.  De cualquier modo, las niñas de los sueños no satisfacen después de tener una amiga real.  Diana y yo nos hemos despedido con mucho cariño.  Siempre guardaré sagrada memoria de este adiós.  He usado el lenguaje más patético.  Pude recordarlo a tiempo, y usé el “vos” en vez del “tú”.  “Vos” parece mucho más romántico que “tú”.  Diana me dio un rizo y voy a guardarlo en una pequeña bolsita que me pondré alrededor del cuello toda la vida.  Por favor, encárguese de que la entierren conmigo, porque no creo que viva mucho tiempo.  Quizá cuando la señora Barry me vea yerta ante ella, sienta remordimientos por lo que ha hecho y permita que Diana asista a mi funeral.
- No creo que haya que temer que te mueras de pena mientras puedas hablar, Ana – fue la seca respuesta de Marilla.
  El lunes siguiente, Marilla se sorprendió al ver bajar a Ana de su cuarto con los libros bajo el brazo y los labios apretados con determinación.
- Vuelvo a la escuela – anunció –.  Es todo lo que me queda en la vida, ahora que mi amiga ha sido cruelmente separada de mí.  En la escuela podré mirarla y pensar en los días idos.
- Será mejor que pienses en las lecciones y sumas – dijo Marilla ocultando su satisfacción por el giro que tomaba el asunto –.  Espero que no volvamos a oír que has roto pizarras sobre la cabeza de la gente y demás cosas por el estilo.  Pórtate bien y haz sólo lo que te diga tu maestro.
- Trataré de ser una alumna modelo – accedió Ana tristemente –.  Supongo que no ha de ser muy divertido.  El señor Phillips dice que Minnie Andrews es una alumna modelo y no hay en ella una chispa de imaginación o vida.  Es apagada y lenta y nunca parece estar contenta.  Pero me siento tan deprimida que me resulta fácil.  Voy a ir por el camino principal.  No podría resistir pasar por el Camino de los Abedules sola.  Me traería aparejadas lágrimas muy amargas.
  Ana fue recibida con los brazos abiertos.  Habían echado de menos su imaginación para los juegos, su voz en el canto y su habilidad dramática para leer libros en voz alta a la hora del almuerzo.  Ruby Gillis le pasó tres plumas azules durante la lectura de la Biblia.  Ellie May MacPherson le dio un enorme pensamiento amarillo, recortado de la tapa de un catálogo de flores, una especie de decoración para los pupitres muy preciada en la escuela de Avonlea; Sophia Sloane se ofreció para enseñarle un nuevo punto muy elegante para hacer encaje, ideal para franjas de delantal.  Katie Boulter le dio una botella de perfume para guardar agua para limpiar la pizarra; y Julia Bell le copió cuidadosamente en una hoja de papel rosa pálido, festoneado en los bordes, el siguiente verso:

Cuando el crepúsculo deja caer su cortina
Y la prende con una estrella
Recuerda que tienes una amiga Doquiera esté ella.

- Es tan bonito ser apreciada – suspiró Ana esa noche al contárselo a Marilla.
  Las niñas no eran las únicas alumnas que la “apreciaban”.  Cuando Ana regresó a su asiento después de almorzar (el señor Phillips le había dicho que se sentara junto a Minnie Andrews, la alumna modelo) encontró sobre su pupitre una brillante “manzana fresa”.  Ana ya iba a darle un buen mordisco, cuando recordó que el único lugar de Avonlea donde crecían “manzanas fresas” era en la huerta del viejo Blythe, al otro lado del Lago de las Aguas Refulgentes.  Ana soltó la manzana como si hubiera sido un ascua y ostentosamente se limpió los dedos con su pañuelo.  La manzana quedó intacta sobre su escritorio hasta la mañana siguiente, cuando el pequeño Timothy Andrews, que barría la escuela y encendía el fuego, se la anexó como una de sus propinas.  La tiza que le enviara Charlie Sloane después del almuerzo, suntuosamente adornada con tiras de papel rojo y amarillo y que costaba dos centavos, cuando una ordinaria valía sólo uno, halló mejor recepción en Ana.  Ésta la aceptó complacida y agradeció el obsequio con una sonrisa que transportó al muchacho al séptimo cielo y le hizo cometer tantos errores en el dictado, que el señor Phillips le hizo quedarse después de las clases a pasarlo otra vez.
  Pero como:

De César el ostentoso ataque al busto de Bruto
El amor de Roma por él sólo consiguió aumentar,

así la ausencia absoluta de alguna señal de reconocimiento por parte de Diana, que estaba sentada junto a Gertie Pye, oscurecía el pequeño triunfo de Ana.
- Creo que Diana podría haberme sonreído siquiera una vez – se lamentó ante Marilla.  Pero a la mañana siguiente le pasaron una nota doblada y arrugada, y un paquetito.

  “Querida Ana – decía la primera –, mamá dice que no tengo que jugar ni hablar contigo, ni aun en el colegio.  No es culpa mía y te ruego que no te enfades conmigo, porque te quiero como de costumbre.  Te extraño terriblemente para contarte todos mis secretos y Gertie Pye no me gusta ni un poquito.  He hecho para ti un señalador nuevo de papel de seda rojo.  Ahora están muy de moda y sólo tres niñas de la escuela saben hacerlo.  Cuando lo mires recuerda a
tu amiga de verdad, Diana Barry.”

  Ana leyó la nota, besó el señalador y rápidamente mandó su respuesta al otro lado del aula.

  “Por supuesto que no estoy enfadada contigo porque tienes que obedecer a tu madre.  Nuestros espíritus pueden comunicarse.  Guardaré tu ermoso regalo por siempre jamás.  Minnie Andrews es una buena chica (aunque no tiene imaginación), pero después de haver sido la amiga del halma de Diana, no puedo serlo de Minnie.  Por fabor perdona los errores porque mi ortografía todavía no es muy buena, aunque he megorado.
  “Tuya hasta que la muerte nos separe,
Ana o Cordelia Shirley.   “P.D. Esta noche dormiré con tu carta bajo mi halmoada. A. o C. S.”

  Desde que Ana comenzara a ir otra vez a la escuela, Marilla esperaba que surgieran problemas en cualquier momento.  Pero no pasó nada.  Quizá Ana captó algo del espíritu “modelo” de Minnie Andrews; de cualquier modo, desde ese entonces le fue muy bien con el señor Phillips.  Se sumergió en sus estudios en cuerpo y alma, decidida a no ser eclipsada en ninguna clase por Gilbert Blythe.  La rivalidad existente entre ellos pronto se hizo notoria; Gilbert era todo afabilidad; pero era de temerse que con Ana no sucediera lo mismo, ya que ésta tenía una condenable tenacidad para conservar rencores.  Era tan apasionada en sus odios como en sus amores.  Nunca admitiría que consideraba a Gilbert su rival, porque hubiera significado reconocer que existía, a lo que Ana no estaba dispuesta; pero la rivalidad se mantenía y los honores fluctuaban entre ellos.  Hoy era Gilbert el primero en la clase de gramática y al día siguiente Ana, con un movimiento de sus trenzas rojas, le sobrepasaba.  Una mañana Gilbert había hecho todas sus sumas correctamente y su nombre era escrito en la lista de honor del pizarrón.  A la mañana siguiente Ana, habiendo luchado salvajemente toda la tarde anterior con los decimales, sería la primera.  Un aciago día empataron y sus nombres fueron escritos juntos.  Esto resultó casi tan malo como un “Atención”, y el descontento de Ana fue tan evidente como la satisfacción de Gilbert.
  Cuando llegaron los exámenes mensuales, la emoción alcanzó su límite.  El primer mes ganó Gilbert por tres puntos.  El segundo, Ana le derrotó por cinco.  Pero su triunfo fue frustrado por la felicitación que recibió de Gilbert delante de toda la escuela.  Le hubiera resultado mucho más dulce si él hubiera sentido el aguijón de su derrota.
  El señor Phillips podía no ser un buen maestro; pero un alumno tan firmemente determinado a aprender como Ana, difícilmente podría haber dejado de progresar, sea cual fuere su maestro.  Al terminar el trimestre Ana y Gilbert pasaron a quinto grado, y se les permitió comenzar a estudiar “las ramas” – nombre que se daba al latín, geometría, francés y álgebra –. 
En la geometría, Ana encontró su Waterloo.
- Es una asignatura totalmente horrorosa, Marilla – gemía –.  Estoy segura de que nunca seré capaz de ser ni la primera ni la última.  No hay en absoluto campo para la imaginación.  El señor Phillips dice que soy la tonta mayor que ha visto a ese respecto. 
Y Gil... quiero decir algunos de los otros, ¡son tan listos!  Es mortificante en extremo, Marilla.  Hasta Diana se desenvuelve mejor que yo.  Pero no me importa ser vencida por Diana; aun cuando somos como extrañas ahora, sigo amándola con amor inextinguible.  A veces me pongo muy triste cuando pienso en ella.  Pero realmente, Marilla, uno no puede estar triste mucho tiempo en un mundo tan interesante, ¿no es cierto?.

Ana de las tejas verdesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora