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~Corro; corro como el viento mientras siento la tierra clavarse en mis talones y esconderse entre mis dedos. Corro sin cesar, salto de piedra en piedra; caigo estrepitosamente para luego seguir corriendo, sin parar, sin mirar atrás. Jamás volvería, jamás me obligarían a luchar por lo que ellos necesitan. Nunca. Correré; correré por mi libertad, por mi mismo. Correré para volar, y volaré para no volver. Caigo y vuelvo a caer. No se nada, ni quiero saberlo; sólo quiero alejarme de allí, huir como un cobarde, un cobarde seguro de lo que hace. Jamás volvería a empuñar la misma espada, ni a cargar la misma armadura. No volvería a cruzar la imponente muralla, y mucho menos iba a pasar por el mismo umbral, lujoso y perfecto, al que llamaba hogar.

Me detuve, regresé el aliento a mis entrañas y pensé. ¿Qué haría? ¿A dónde iría? Si me encontraban me decapitarían por desertor, pero no dejaría que eso ocurriera. No se saldrían con la suya, no podrán tener el gusto de ver mi cabeza en una pica.

Sinceramente nunca me había imaginado en aquella situación. Yo, un bravo caballero del norte, había huido.~

La puerta se abrió con el suave y perfecto tintineo de las campanillas que colgaban sobre ella. Dejé el libro sobre la mesa que junto a mi había, y observé a la anciana y a la niña que entraban agarradas de la mano, cubiertas de armaduras de lana que traían motas de un blanco puro esparcidas por los negros abrigos. Ambas se acercaron a la sección infantil para empezar a hojear mis tesoros de cuero y papel. La anciana se acercó a la dependienta y compró un hermoso libro con ilustraciones muy coloridas y hedores y fragancias en distintas páginas. Después se marcharon felices para enfrentarse a la suave pero fría nieve que creaba aquel ambiente tan acogedor. Mientras tanto, yo cambié de libro otras miles y miles de veces durante puede que demasiado tiempo:

La vida de la muerteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora