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~ Los verdes prados caen a mis pies. Las flores vuelven a pintar mi vida de aquel color que solo percibí en mi niñez. El blanco y negro ha desaparecido. Vuelvo a ser feliz, ya todo tiene sentido, ya nada podrá vencerme nunca, ni aunque él ya no esté. Hago lo que tanto tiempo llevo queriendo hacer desde todos estos años; simplemente me tumbo, y ruedo colina abajo espantando a los dientes de león que anuncian la joven primavera.

Acabo cabeza arriba junto al riachuelo, y una vez que consigo desvanecer mi mareo tiro mis zapatos a mi espalda y sumerjo poco a poco los pies en el agua helada recién caída de las montañas. Después, seguí saltando y riendo entre las flores y las colinas, sin importarme los moratones o las medias rotas de mi caro y odiado vestido. Cuando mi estómago me dice que es suficiente, retorno al pueblo, donde ahora todos me volverían a ver como la niña que saltaba entre las flores, no como la señorita de ciudad.~

Me aburrí de la historia. Definitivamente la felicidad no era lo mío. Empezó a gustarme la tragedia del principio, pero había perdido fuerza, como muchos otros.

Después de tantos años buscando una historia que me llenara, finalmente me había aburrido. No había nada; nada en aquella librería que me dijera _Hola, tengo algo que contarte. ¡Seamos amigos!_ Decidí dejarlo estar y salir de aquel hermoso lugar en el que había vivido tanto tiempo. Me acerqué a la puerta, pero algo me detuvo. Una mujer con traje negro se acercaba. Se la veía triste, por lo que tardé en reconocer a la niña que había conseguido despertar mi curiosidad hace tanto tiempo.

La vida de la muerteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora