La vida de la muerte

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~ Lluvia, viento, frío.

Mis mejillas temblaban cuando por fin paré de correr; la tenue luz de las farolas iluminaba mi rostro, y mis manos; manchadas de un rojo carmesí por aquel acto inhumano que acababa de cometer. Escucho la lluvia, siento el frío, acaricio el viento; ya no soy, ya no siento, ya no estoy; ya no hay nada, solo yo y mi culpa existimos sin capacidad para separarnos. Mis ojos se tornan agua que dejo resbalar por mis rojas mejillas que se contraen al sentir el poco calor que me queda y que poco a poco pierdo a través de mi mirada. Todo a acabado, ya nada sería igual; mi vida terminó en el momento que lo maté. Este, era el final de mi historia.~

Guardo el triste libro para buscar otro nuevo. El cálido sol atravesaba las rojas cortinas creando un ambiente encandilador que invitaba a sentarse a leer, por lo que me apresuré a elegir un nuevo amigo quizá menos trágico, hasta que el pasado volvió a mi. Las campanillas retornan su sonido melodioso, y con la curiosidad que creía muerta hace tiempo me asomo a la puerta sin que nadie sepa que sigo allí.

Una cara familiar que ha cambiado tras los años aborda la tranquilidad de la librería. La misma niña que hace años, no tan niña. Va vestida de cuero negro totalmente a pesar del calor veraniego que abrasa la ciudad, con los ojos oscuros y remarcados dejando ver sus iris azules como el único color distinto además de su piel. Entra lenta pero ruidosamente, marcando un ritmo misterioso a través de sus pasos que llama aún más mi atención, y hace que me acerque. Estoy a unos dos metros de ella, pero nadie descubre mi presencia. La veo ojear las estanterías del género dramático con curiosidad que oculta con chulería, hasta que se decide por el mismo libro que yo acababa de leer. Camina hacia el mostrador para llevarse aquel escrito que perduraría en mi memoria; la dependienta la mira de reojo y después la cobra. Sale de allí con el mismo ritmo y estilo con el que entró.

Vuelvo a mi eterna rutina y me pierdo entre las estanterías.