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El rubio de nuevo estaba encerrado en su cuarto, sentado contra la pared y abrazando sus rodillas. Todo su cuerpo temblaba por el miedo de que en cualquier momento, su puerta se abriera y entrar a su padre. Llevo sus manos a sus oídos y cerró con fuerza los ojos al escuchar como su padre estaba nuevamente borracho; rompiendo la mayoría de cosas en la sala y reclamándole al cielo porque le tuvo que tocar aquella vida de mierda. Su esposa había fallecido y el tuvo que hacerse cargo de su único hijo... Pero no podía, simplemente no podía lidiar con Alonso por dos cosas: la primera era que lo culpaba de la muerte de su madre y la segunda era que no se parecían en nada, nunca coincidían y mucho menos cuando se enteró que al oji-azul no le gustaban las chicas todo empeoró desde entonces.

-¡Alonso, maldita sea! ¡Ven a limpiar este desastre!

Alonso inmediatamente alzó la cabeza asustado, gateo rápidamente hacia la cama, tomo el oso de peluche que se encontraba en esta y se metió debajo de ella, con la esperanza de que su padre no lo encontrara. Escucho como unos pasos se hacían presentes fuera de su cuarto, abrazo el oso con fuerza y cerró los ojos. La puerta se abrió de golpe y un grito acompaño el estruendo, era el. El rubio trago duro, abrió levemente los ojos viendo los pies de su padre y siguiendolos con la mirada, un escalofrío recorrió todo su cuerpo al sentir como una mano lo jalaba del pie con brusquedad.

-¿¡Qué carajo haces aquí!? ¡Te dije que fueras a limpiar!

-Y-yo...-Tartamudeo con miedo.

-¡No llores, los verdaderos hombres no lloran!

El primer golpe fue dado en su mejilla, provocando su llanto. No era la primera vez que su padre lo golpeaba, pero aun así dolía, no sólo físicamente, sino, también emocionalmente; le dolía ver como el hombre cariñoso que lo cargaba cuando era un niño se había convertido en un monstruo víctima del alcohol. Sintió otro golpe en el estómago y al instante escupió un poco de saliva, llevo sus manos a la zona afectada y las lágrimas se intensificaron... Su papá lo miro con desprecio, comenzando a golpearlo más fuerte y a insultarlo de forma más hiriente.

Un celular se escucho entre todo el desastre, el señor Villalpando dejo a su hijo, se dirigió a pasos lentos y tambaleantes hacia la mesa a lado de la cama y tomó el celular entre sus manos, dándose cuenta de que se trataba de una llamada "Jos" Decía en aquella pantalla. Miro furioso a Alonso para luego aventar el celular contra la pared más cercana.

-¿¡Es el pelinegro, no!? ¡Deja de andar de puto!

-P-papá... Por favor...

-¿Te gustan los chicos, no? A ver si esto te gusta.

El hombre tomo de la camisa al menor, arrojándolo a la cama para luego subirse sobre el sin dejar todo su peso encima. Alonso tenían sus azules ojos brillosos debido al llanto, su cabello estaba completamente revuelto y su camisa fuera de lugar. Su padre lo miro durante unos instantes y claramente pudo imaginarse a Clara; su esposa, su hijo era la viva imagen de ella y el alcohol no ayudaba mucho a distinguir la realidad.

El oji-azul no paraba de llorar, soltó un quejido cuando su padre le arrebató la camisa de un solo jalón, lastimándole los brazos. Pronto se dio una idea de lo que su padre quería hacer con el, así que gritó, grito con todas sus fuerzas, pero lo único que recibió fue una bofetada para después sentir la caliente mano de su padre tocar su espalda baja y deslizarse hasta sus muslos, quiso vomitar.

No quería que su primera vez fuese de esa manera tan brusca y asquerosa, se había prometido a sí mismo que nadie más lo tocaría más que su amado pelinegro, pero los húmedos besos en su cuello lo hacían perder la esperanza cada vez más. Cerró los ojos e intentó imaginar la mirada miel de Jos, esa que era la única que lograba calmarlo.

Los recuerdos que compartió con el oji-miel se hicieron presentes en toda su mente, eran tan fuertes que abrió sus ojos de golpe viendo como su padre comenzaba a bajar su pantalón, no lo soportaba y sabía que tampoco soportaría romper su promesa. Su padre estaba distraído y sobre todo borracho, así que el rubio elevó levemente su rodilla y de repente golpeó al mayor en su entrepierna, el Señor Villalpando chillo de dolor quitándose de encima de su hijo, el cual provecho para tomar el oso y salir huyendo de ahí.

Jos era su fuerza y su impulso para seguir viviendo.





















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M U R D E R «Jalonso»Donde viven las historias. Descúbrelo ahora