Capítulo III

1.1K 173 136
                                    

Semilla de la injuria

«Mi coche se averió, no llegaríamos muy lejos.»

Pero sabía que de vez en cuando se escapaba con sus amigos a Crewe.

«No tengo dinero suficiente para la gasolina, sunshine.»

Pero siempre se guardaba todo lo que podía del recaudo de las limosnas.

«No podrías con el estrés de una vida clandestina.»

Eso... Eso tal vez era cierto.

Toda nueva propuesta que daba el –cada vez menos– pequeño Stuart encontraba una excusa rápida y sólida del mayor. Y aquello comenzaba a frustrarlo, empujándolo a desistir en la idea de una vida fuera del alcance de sus padres. La desilución crecía junto a su pubertad naciente, pero la curiosidad que tuvo por conocer al hijo del padre de la ciudad se había convertido en una mezcla infinita de sentimientos encontrados. Años pasaron desde aquel verano de escapadas para verlo, y durante años lidiaba con una suerte de encanto que le producía acercarse más a aquel muchacho.

Algo no andaba bien en Murdoc Niccals. Y una fuerza mayor que la propia lo llevaba a querer desenmascararlo, saber de qué se trataba.

¿Pero quién era él para juzgar a los demás?

•  •  •


Mientras la conciencia y las inquietudes del hijo del alcalde reelecto Pot se batían a fuego cruzado en su cabeza, otra fuerza revolucionaba su cuerpo. Cada vez que se encontraba con su amigo Murdoc un cosquilleo recorría su espalda, erizándole los cabellos de la nuca. Disimulaba con risas altas y gestos chistosos, cosa que le hacía ver como un payasito a los ojos del mayor, pero la verdad era que se moría de vergüenza.

Cierta tarde en especial había sacado a pasear a su perro por el descampado, dejando que su correa se soltara de rato a rato, por el simple gusto de perseguirlo a través de los yuyos y sentir esa pequeña brisa en la cara que sólo se conseguía corriendo cuando el viento no soplaba. El motor de un auto a la distancia le llamó la atención, tomando del collar a su mascota y guiándolo hacia los arbustos para espiar. No era muy bueno en eso, por lo que apenas al oler algo familiar Crawley salió al encuentro con los sujetos, arruinando por completo su intento de ser sigiloso.

—Perro estúpido, ¡sal de aquí! —La inconfundible voz de Niccals se fusionaba con las exageradas lamidas, y unas risas de mujer.

Al asomar su cabeza por la mata verde que lo ocultaba, pudo observar la escena. Murdoc se sacaba de encima al encariñado animal tirándole una rama, y un par de ojos delineados se posaban en su figura.

—¿Es tuyo? —musitó la chica con fingida inocencia, esbozando una media sonrisa—. Parece que le agrada Mudz.

Un sinfín de preguntas se le presentaron al castaño, al tiempo que un carmín profundo se le subía a las mejillas, aterrado. En un largo silencio se dignó a acercarse, y el muchacho respondía por él sin haberlo pedido.

—Claro que sí, ¿no es obvio? —Por fin le había mirado, de una manera que lo dejó aún más petrificado—. Hey, niño, no puedes dejar desatado al perro donde se te cante.

¿Estaba siendo condescendiente con él?

—Ay, déjalo, pobresito... —Con lentitud, pero poca elegancia, la muchacha se acercó hasta inclinarse un poco para tener al menor al frente, era al menos dos cabezas más alta, al igual que el azabache—. Oh, espera, sé quién eres. ¿El hijo de David Tusspot?

—Es Pot. —Atinó a corregir con sequedad el chico.

—Por un momento pensé que no sabías hablar, pero ahí lo tienes, eres muy adorable.

—Paula, maldita sea, sólo vete de una vez —refunfuñó el mayor, lanzándole las llaves de su auto a la nombrada, quien ensanchó su sonrisa triunfante.

Chillando de alegría, se despidió de ambos chicos y salió a toda velocidad hacia la carretera.

—¡Sucia lagartija, no te pases con los cambios! —gritaba a viva voz el malhumorado engendro de Stoke, a punto de lanzarle un cascote de piedra al auto, hasta caer en cuenta nueva de que se trataba de su propio coche. Resignándose, dio un bufido y se dio vuelta, encontrándose con la mirada fija del contrario—. Es la noviecita de Hannibal.

Ambos sabían que no le debía ninguna clase de explicación, pero fue esa misma acción la que desencadenó un nuevo silencio incómodo, seguido de unas risas eufóricas de parte de Stuart, las cuales fueron contagiadas. Se sentía desfallecer, como si hubiera estado a punto de estallar encolerizado. No le había sucedido nunca algo como aquello, aún tenía la piel de gallina.

Juntos llamaron a Crawley y dieron una caminata por el descampado, calmando las malas impresiones que seguramente aquella situación había generado.

—Entonces, la única manera de que mi hermano no delate mis fugas de casa, es prestándole el coche a esa "señorita". El gran hijo pródigo ni siquiera sabe manejar. —Terminó de contar aquello con un chasquido de lengua, y desvíando la mirada, definitivamente sin querer seguir pensando en el tema.

El menor sólo observaba con atención. Midiendo cada movimiento, como si supiera analizarlo.

—¿Y por qué te dijo "Mudz"? —susurró tras un largo silencio, llevándose la completa atención del azabache.

—¿Qué pasa?, ¿tienes celos? —Era obvia una broma del muchacho cuando sonreía arrugando la nariz, pero algo en la conciencia del menor le reveló la verdad.

—Sí. De hecho sí. —Los ojitos angelicales por los que Murdoc babeaba en secreto le hicieron derretir. Parecía estar rogando una respuesta a todas las preguntas que se le agolpaban aquel último tiempo—. Mudz... ¿En serio no quieres irte? Pensé que detestabas a tu familia.

El aludido asintió con la cabeza y se sentó al costado del camino de tierra, frente al prado en el que tuvo contacto con el chico desde la primera vez. El segundo imitó su acción y a cada momento que pasaba podía oír sus propios latidos. Estaba nervioso de recibir la respuesta.

—La detesto. Detesto Stoke-on-Trent. Detesto ir a Misa y me asquean los trajes con corbata. Detesto muchas cosas, Stu... —Quiso ladear la mirada, pero sabía que le hipnotizaría la imagen del chico y no quería entorpecer sus palabras—. Pero tú no, sé que no detestas nada ni a nadie. No pienso arriesgarme a perder la única persona que no me tiene asco, ¿sabes?, si nos descubren estamos fritos.

Entre el tono de voz tosco encontró paz. Se recargó en el hombro del muchacho y sonrió con levedad. A su vez, el mayor se acomodaba apoyando sus codos en el suelo para apreciar las nubes que adornaban el cielo. Cada segundo era oro con el contrario.

—Siempre encuentras una buena excusa para convencerme, pero... esta vez te creo.

Ambos rieron con parsimonia, y el castaño plantó un casto beso en la mejilla ajena, ganándose alguna que otra caricia disimulada con chistes y roces accidentales.

Stuart siempre terminaba olvidando hasta su nombre en aquellos encuentros con matices poco amistosos. Gradualmente se encontraba en un terreno cada vez más inhóspito para él, puesto que carecía de otras atenciones, y la adoración entre ambos jóvenes parecía ser mutua. Cualquiera impresión de que algo estaba fuera de lugar se desvanecía en el momento en que sus orbes celestes enfocaban la figura del mayor para luego pasar tiempo juntos a escondidas.

Pero en la flor de la juventud siempre podía hallarse alguna espina malintencionada. Tal vez, y sólo tal vez, si algo "no andaba bien" en Murdoc Niccals, tampoco en Stuart Pot.


N/A:
Espero les haya gustado. ♡ —Rinkataku fuera.—

Sinners 『2Doc』Donde viven las historias. Descúbrelo ahora