Capítulo Seis

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VI.

VI. 

La llevé en brazos hasta su cama, estaba por llamar a emergencias cuando alguien tocó el timbre y yo atendí.

—Dougie Poynter.

Mire al hombre que estaba parado en el umbral de la puerta, sabía que lo conocía de algún lado pero por alguna razón su nombre no venía a mi mente. 

Con ese hombre venía un médico.

—¿Dónde está la señorita Blummer?

—En su habitación, se desmayó.

El hombre le hizo una señal al médico, para que pasará y yo no puse objeción alguna.

—Paul—él asintió.—Eres Paul. 

—Si, ¿De casualidad el señor Blummer sabe que ella te ha estado viendo?

—No. Y de verdad te agradecería que no le dijeras nada.

—Por supuesto que no le diría nada que lastimara a la señorita Blummer.

Nos quedamos parados en medio del recibidor, él me observaba y yo también.

—¿Por qué ella estuvo en Escocia?

—El señor Blummer la internó en el mejor hospital psiquiátrico del Reino Unido.

Había tantas cosas que necesitaba saber, pero dudaba que él me las dijera.

—¿Se la llevó por mi?

—Si, él no quería que ella estuviera cerca de ti.

—¿Dónde está ahora?

—Trabajando.

—¿Y porque estás tú aquí?

—La señorita llamó a su padre y él me mandó a mi y al médico.

—Bueno no es necesario que te quedes, yo la cuidare.

—Eso no será posible, tengo mis órdenes.

Iba a prestar, cuando el medio bajo las escaleras.


—Tiene 39° tiene fiebre, y está resfriada. 

—¿Y por qué se desmayo? 

—Por la fiebre. Voy a dejar estas pastillas, y las tiene que tomar cada seis horas.

—De acuerdo. 

—La fiebre debe de bajarle con la inyección que le aplique, su padre el señor Blummer vendrá a verla más tarde. Compermiso. 

Acompañé al médico hasta la salida y Paúl permaneció en el recibidor. 

Cerré la puerta de la casa.

—Yo no pienso irme de aquí.

—Yo tampoco.

—Entonces preparemos té.

Al principio él pareció muy sorprendido, pero me siguió hasta la cocina. Y me ayudó a preparar la cena para Lena y para los dos.

Estuvimos en silencio, hasta que empezamos a escuchar los pasos descalzos de Lena en la habitación. Los dos reaccionamos al instante y nos apresuramos a subir.


—Lena,—me apresure a acercarme a ella—No te levantes de la cama. 

—Es  que…—contestó con voz ronca—¿Cómo entraste? 

—La puerta estaba abierta.

—¿El médico ya llegó? 

—Si, te puso una inyección y te dejó píldoras. 

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