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Era de mañana y el sol entraba sigiloso por su ventana. El olor a café se sentía arrebatador, proveniente desde su habitación. Era hora de amanecer, era hora de despertarse e ir a la escuela.

Tenía todos los músculos entumecidos, desde el talón hasta el cuello. Sin olvidar que su cabeza estaba a punto de partirse al medio. Dormir no era una de sus actividades favoritas pero se esforzaba por intentarla de vez en cuando.

Se hizo una bola en la cama antes de despegarse las sábanas y finalmente salir con desgano. Otro día. Otro puto día. ¿Sería siempre la misma rutina desgastadora? Le dolía el estómago del hambre pero no tenía ganas de comer. Un café sería su desayuno, otra vez.

Se observó al espejo con saña, no se gustaba para nada, aunque era normal. No es como si alguna vez le hubiese gustado alguien, por lo que mucho menos iba a gustarse a si mismo. Allí estaba su cuerpo magullado y pequeño, roto desde dentro. Parecía una muñeca de porcelana abandonada hacía mucho tiempo. Su piel estaba tan pálida que inspiraba que no había salido en años de su cuarto, aunque lo hacía todas las mañanas. Estaba tan flaco que daba grima y su pelo sin brillo parecía el de un muerto, demasiado soso, demasiado triste.

Ojeras, labios rotos, ojos rojos.... Esa noche habían sido unas largas cuatro horas de sueño. Cuatro tibias y reconfortantes horas de sueño. Pesadas, dolorosas y aburridas horas de sueño. Las necesitaba, pero las odiaba, las odiaba profundamente.

—Bien, Yoongi, bien.— Rectificó al espejo mientras intentaba ser optimista por primera vez en su vida. No sirvió de absolutamente nada. Tras eso observó con asco ese frasco de pastillas que estaba sellado en su envoltorio, esperando fervientemente por él. Pero Yoongi decidió ignorarlo una vez más.

El transporte público estaba a rebosar de gente

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El transporte público estaba a rebosar de gente. Plena madrugada y él dirigiéndose a clases para intentar acabar con ese día cuanto antes. Lo único bueno es que gracias a la suerte había empezado mejor que los demás días. Había logrado dormir y esta vez logró conseguir un asiento para no tener que ir parado entre la muchedumbre de gente acalorada.

La gente murmuraba, ¿acaso un pobre joven flacucho, con cara de odio al mundo, no puede tomar el transporte público en paz? La gente fue ensombrecida por la falta de luz dentro del túnel. Esto hizo que los ojos del público se enciendan como faroles inquietos. Una vez más era el centro de atención de los monstruos.

No podía apartar su atención de la gente y una vez más esas voces salidas del mismo infierno le recordaban la mierda que era, lo odioso que se estaba volviendo, lo antisocial que había sido siempre. Por un segundo en su día sintió la necesidad de ser como todos esos monstruos que lo acosaban con su presencia.

Tan chiquito en un asiento tan grande. Se hizo una bola buscando despejar el miedo de las miradas. Observó por la ventana para no llamar la atención, el día eran puros grises y azules, pero era mejor que los ojos rojos infernales que le acosaban la nuca. 

Suspiró con fuerza, consternado hasta los huesos. Temblaba como una hoja y esta vez nadie le había hecho nada. Ellos estaban ahí y el estaba allá. Un muro invisible lo dividía del resto de los seres humanos y aun así tenía un miedo insufrible al mero hecho de existir.

Y se odia.

La clase estaba tan silenciosa como siempre solía estar

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La clase estaba tan silenciosa como siempre solía estar. El sueño volvía a atacarlo en un horario en el que no podía dormir. Estudiar le importa poco menos que una mierda, pero era su último año, unos meses más y ya podría dormir como un vampiro todo lo que le placiera. Escuchaba a regañadientes lo que el profesor tenía para decir y evitaba cualquier contacto visual con cualquier ser que perteneciera a su clase. O bueno, podía escapar de todos, pero era incapaz de escapar de él.

Levantó la vista de su libro de texto y ahí estaba. Tan perfecto como siempre. Su cabello brillaba naturalmente, su piel blanca y sus labios rojos eran como pequeños gajos de una manzana madura. Sus ojos oscuros acompañado de ese rubio platinado. Perfecto, simplemente perfecto.

Seokjin no tenía punto de comparación con ningún hombre que conoció en su vida. Lo consideraba por encima de los ángeles, por encima de Dios. Había intentado compararse muchas veces con él, pero el rubio era como un alma etérea que se corporizaba solo para hacer sentir menos a simples mortales como el azabache.

Era alto y esbelto. Un físico envidiable, bueno en todo lo que se propusiera, sabio, inteligente, atractivo, carismático, popular, llamativo. La perfección de la perfección. Y Yoongi lo odiaba, lo odiaba tanto que solo podía pasar sus días pensando en él.

Le tenía asco a los seres humanos. Asco, miedo, repulsión. Pero Seokjin no podía ser un simple humano, Yoongi estaba convencido de aquello. Esa deidad de cabellos platinados le generaba un sentimiento inexplicable. Y el moreno lo llamaba Odio.

El cabello azabache de Yoongi era tan soso... odiaba a Seokjin por hacerle sentir soso. Y sus labios eran tan carnosos... también odiaba a Seokjin por hacerle desear morderle los labios. Lo odiaba por obsesión, lo odiaba por necesidad. Lo odiaba porque nunca había sentido nada bueno por nadie y ese rubio perfecto no sería la excepción. Tenía que odiarlo.

Sin embargo, había algo que entre Seokjin y él ocurría sin consentimiento de ninguno. No podían dejar de mirarse.

Incluso cuando el profesor le dijo a Yoongi que se levante a repetir algo de lo que el libro de texto decía. El muñeco de cabellos azabaches no podía escuchar la voz de nadie, siquiera los murmullos de los monstruos, cuando Seokjin le miraba. Solo hacía contacto con la mirada ajena, no había nada más. Ni paz, ni guerra. Aún si su cuerpo se movía y acataba a las reglas impuestas por la sociedad, nada en él estaba bien cuando le miraba de esa forma. Mucho menos cuando sintió que su garganta arder porque vio claramente como Seokjin se mordía el labio inferior mientras se le enrojecían las orejas.

PROZAC [ YOONJIN ]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora