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La mañana empezó lenta para Seokjin. Las clases eran tan aburridas como todos los días. Atendía a ellas con toda la atención que el cuerpo le permitía generar. No tomar su pastilla por un día lo hacía sentirse hundido, como en un pozo de agua. Odiaba olvidarse de tomar esa mierda por salir a las apuradas. Todo por culpa de un estúpido sueño mojado que le obligó a cambiar las sábanas y poner las suyas a lavar.

Le daba vergüenza la idea de que su madre se hiciera cargo de ese enchastre y por eso se hizo cargo él mismo. Salió tarde sin ella y tuvo que tomar un taxi, usando de su propio dinero para pagarlo. Tendría que buscarse un trabajo a medio tiempo si seguía con esos accidentes, aunque la idea de tener que trabajar con otras personas dependiendo de él le daba ganas de vomitar.

Yoongi estaba en su lugar de siempre. Recostado contra su cuaderno mientras dibujaba garabatos pequeños. En ese momento en que el profesor escribía la pizarra, fue Seokjin quien volteó los ojos hacia él con una sonrisa ínfima pero pícara en sus labios que no pudo ocultar. Arracó de la hoja de su cuaderno un trozo de papel, hizo una pequeña bola y la tiró directo hacia el contrario.

Llamó su atención de inmediato, el muchacho de cabello azabache volteó apenas el rostro hacia él, con la mirada achinada y el gesto acusador. Apretó los labios al ver esa misma expresión que el contrario le había puesto el día anterior en su casa. Depravado.

Recordó sus sueños a flor de piel. Los recordó como si realmente los hubiera vivido. Su cuello enrojecido, su gesto amenazante, su piel sudada y brillante. Seokjin vio como las mejillas del azabache se sonrojaban entreabriendo los labios. Mostraba ligeramente los dientes, su lengua se entre veía y sus ojos brillaban.

Recordó sus propios sueños como si los hubiera vivido. Aquella piel caliente marcada por sus manos, esos labios enrojecidos por las mordidas que les daba, los incontables gemidos roncos y amargos. Tragó saliva en seco. El mundo empezaba desaparecer a su alrededor. De pronto estaban solos en esa misma aula, en pleno atardecer. Sus cuerpos estaban cerca, sus labios estaban cerca, sus respiraciones chocaron y finalmente sus labios también.

Se sintió morir cuando le ardieron los ojos y tuvo que pestañear, el contrario copió el gesto igual de ido que él, saliendo de ese ensueño que apareció como oasis en el desierto. ¿En qué estaría pensando? ¿Yoongi también pensaría en él? Lo había pensado toda la noche, lo deseaba con alma y cuerpo, pero aquello estaba mal.

No solo dos desconocidos, sino dos hombres tan distintos e iguales. Aquello era incorrecto de tantas formas que le generaba más deseos aun si podía. Más desbocado que de costumbre su mirada se regresó al cuaderno en un abrir y cerrar de ojos. Si lo seguía viendo aquello podría ser un desastre. Le temblaron los labios mientras intentaba no sonreír como un depravado. Sin embargo, en su bolsillo su móvil vibró ligero.

El profesor seguía prendado a la pizarra y el resto de los alumnos observaba calmadamente mientras copiaba. Seokjin hubiera sido uno de esos de no ser porque no le interesaba absolutamente atender en clases ese día, había entendido el tema hacía mínimo una hora y el ejercicio que estaba escribiendo el profesor era realmente estúpido. Sacó su teléfono en un gesto oculto, pues a pesar de que su mente estuviera en modo desobediencia seguía teniendo una imagen que mantener, siempre que no quisiera llenarse de problemas hasta el cuello.

Su teléfono mostraba un mensaje del muchacho de labios pequeños. Tras observarle, se encontró con una sonrisa tan o más depravada que la que tenía en sus propios labios, pero por parte Yoongi. Le estaba provocando.

—Eres un Depravado, Jinnie.—

—Te dije que no me vieras así.—

—No me pidas que no te mire si luego no vas a querer que deje de hacerlo.—

PROZAC [ YOONJIN ]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora