Secretos

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Abro la puerta de casa y me encuentro directamente con la figura de Aceituna tirándose en el suelo y enseñándome su barriguita blanca y gris. 

—Mi niña. —tiro el bolso a un lado de la entrada, junto al mueble donde están las llaves de las diferentes puertas de la casa en un bote de cerámica y marcos de fotos en blanco, ya que aún no he tenido tiempo de pensar qué poner. 

Cojo a mi gatita en brazos y me vuelvo a enderezar para ir hacia la cocina. 

—¿Qué tal te ha ido el día, pequeña? —entro en la cocina y abro los armarios en busca de la lata de comida para Aceituna y una lata de melocotón en almíbar para mí. Bajo la mirada hacia ella y veo que se rasca con mi mano y después me mira. —Supongo que mejor que el mío. 

Dejo a Aceituna encima de la pequeña isla que hay en el centro de la cocina y me siento en un taburete que hay hecho a medida para esa isla, con dos boles en mi mano, en uno echo la comida en lata para gatos y en otro echo mi melocotón. 

—¡Eso es mío! —la riño al ver que va directa al melocotón. —No me seas malcriada. 

Aceituna levanta su cola, dejándola enderezada y firme, mientras camina hacia su comida y comienza a comer. 

—He llegado a la conclusión de que la gente en España es rara, primero esa chica, que parece no querer saber nada de mi cuando me choco con ella y después se interesa por mí, de la nada. Y después ese chico... ¿habrá dicho lo mismo que la abuela a propósito o ha sido todo mera coincidencia? —Aceituna levanta la mirada de su bol durante unos segundos para mirarme mientras yo me meto un trozo de melocotón en la boca y lo mastico, después vuelve a su comida y me ignora. —Ojalá pudieras hablar. 

Cuando digo eso mi teléfono empieza a vibrar en el bolsillo de mi trasero y doy un pequeño salto que provoca que la gata de otro. 

Miro la pantalla y veo que es mamá. 

—¡Hola madre! —digo alegre al descolgar.

—Vera, ¿qué tal ha ido tu primer día?¿has hecho amigos ya? Espero que no hayas sido una antipática como siempre y hayas podido socializar, no quiero que la gente vea solo tu parte antisocial. —me río internamente por la inmensa preocupación que tiene por que haga amigos, ni siquiera yo estoy preocupada por ello. 

—Sí, madre, he conocido a una chica muy mona que se llama Ana y a otro chico que se ha sentado a mi lado, que se llama Athiel. —miento, pero cuando le informo prosigue un silencio más largo de lo que debería ser, pero no le doy importancia y acaricio la cabeza de Aceituna esperando la respuesta de mamá. 

—¡Me alegro mucho, hija! En una semana estaré ahí para ayudarte con la mudanza y para asegurarme de que no te compras toda la comida en almíbar o envasada. —cuando dice eso me como el último trozo de melocotón y tiro la lata, sintiéndome culpable. 

—Te quiero. 

—Yo también. 

Cuando la llamada se corta vuelve a entrarme hambre y busco en mi móvil una pizzería que esté cerca y que tengan servicio a domicilio. 

Encuentro un sitio que no parece que esté nada mal, que se llama Papapizza y llamo para pedir dos pizzas, una para ahora y otra para cenar, y lo que sobre para desayunar mañana. 

Gorda se nace, no se hace. 

—Papapizza, ¿en qué puedo ayudarle? 

—Hola, era para pedir dos pizzas a domicilio, una de... —me quedo callada un segundo al darme cuenta que no he mirado las pizzas que había antes de llamar. —Las que usted quiera. 

—Pero señorita... —el chico del otro lado de la línea se queda bastante confundido y me río en voz baja, para que no lo escuche. 

—¡Confío en usted! Mi dirección es Calle Gran Vía número 27, el piso es el 1ºC. 

—Está bien... Sus pizzas estarán en media hora, son 15 euros. 

—¡Gracias! 

La llamada se corta y bajo a Aceituna de la isla cuando ya ha acabado de comer y camino hacia el baño para ducharme. 

Aceituna me sigue por toda la casa y se sube a la tapa del retrete mientras me desvisto, y observa todos mis movimientos mientras se acomoda en su aposento. 

Me ducho bastante tranquila y cuando salgo enrollo la toalla a mi cuerpo para que vaya absorbiendo la humedad y cuando abro la puerta la gata sale disparada, sabiendo que voy a ir hacia mi habitación. Y se va rascando en cada esquina que encuentra hasta llegar a la puerta de la habitación. 

—Algún día me gustaría entenderte. 

Voy a abrir la maleta para buscar mi pijama, ya que aunque lleve una semana aquí aún no he colocado mi ropa en los armarios. Pero cuando la abro suena el teléfono de la entrada, haciendo que maldiga el día en que pedí pizza. 

—Al fin y al cabo solo tengo que abrir, darle el dinero y ya está. —me convenzo a mi misma de que no pasa nada por ir solo con la toalla y camino hacia la puerta, con Aceituna siguiéndome, como no. 

—¡Hol... —me quedo callada al ver el rostro del chico de las pizzas y me paso la mano por los ojos para comprobar que estoy viendo bien. 

—Qué bonito es el destino, Vera. —su sonrisa de malicia hace que me estremezca y que cada vez me gusta menos este chico. 

—Tus 15 euros, vete. —le tiendo el dinero y cojo las cajas de las pizzas e intento cerrar la puerta, pero su pie me lo impide. —Si no te vas llamo a la policía. 

—¿Y qué les vas a decir? ¿Mi querido compañero de clase, que por coincidencia trabaja en la pizzería donde me han atendido está intentando entrar en mi casa cuando me ha traído las pizzas que he pedido a domicilio? —el sarcasmo en su voz es tan negro y espeluznante que intento volver a cerrar la puerta, pero su pie sigue ahí. 

—Ya te he dicho que no puedes evitar tu destino, Vera. —cuando vuelve a repetir eso abro la puerta, dejando las cajas de pizza en la mesita que tengo al lado. —¿Tú madre no te ha hablado de mí aun? 

Miro a Athiel de arriba a abajo y entrecierro los ojos poco a poco, intentando descifrar qué quiere conseguir con todo esto. Aceituna, mientras tanto, se acerca al chico y empieza a acariciar sus piernas con su torso y cola. 

—Parece que a Aceituna no le importa que me quede. 

¿Cómo diablos sabe el nombre de mi gata? 

BansheeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora