Hablemos de mí, o no

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Si me dieran un euro por cada vez que alguien me mira de arriba  a abajo por la calle, intentando saber quién soy, cómo soy o cualquier información relevante sobre mí, podría haber construido mi propia universidad para no tener que pisar la mía. 

Aunque probablemente la mayoría de las veces únicamente me miren las tetas o el culo. 

—¡Cuidado! —dejo de mirar al suelo para levantar mi vista y encontrarme una bicicleta que viene directa a mí. Como acto reflejo me hago a un lado, chocándome con la pared de mi izquierda; la chica de la bicicleta también usa sus reflejos y acaba comiéndose la pared que tiene enfrente al intentar frenar y obtener como respuesta un derrape de su vehículo. 

—¿Estás bien? —me acerco corriendo a ella, ya que no hay nadie más en este momento en la estrecha calle. Cojo mi bolso con fuerza para que no se resbale de mi hombro al agacharme y miro como ella ni siquiera me mira, solo se preocupa por la bicicleta. 

—Reza para que no le haya pasado nada, ¡podrías ir con más cuidado! —al decir eso levanta la vista y me quedo atónita al ver la belleza de su rostro. 

Nunca me doy cuenta cuando me pasan estas cosas, analizo tanto a la gente que cuando veo algo tan hermoso no puedo evitar que se me note. 

—¡Encima ni un "perdón"! —salgo de mi trance, pero sin poder quitar la vista de encima suyo, y la ayudo a levantarse con el impulso que tomo yo para enderezarme. —Me voy, ya que no existe educación en este mundo por lo menos yo lo tendré y no llegaré tarde al primer día de clase. 

La chica sale corriendo empujando la bicicleta con sus manos, que están cogidas al manillar. Cuando desaparece por la esquina que hay al final de la calle vuelvo a mirar al suelo y sigo caminando. 

Probablemente esto haya sido una señal para que me vaya por donde he venido y deje de hacer el tonto y piense que puedo llegar a tener un futuro decente. Mi vida siempre ha sido una locura y no va a dejar de serlo ahora para que yo me centre y empiece a estudiar. 

Cuando nunca lo he hecho. 

Ni siquiera tengo muy claro cómo he llegado hasta aquí. 

Metafóricamente hablando. 

Porque a la universidad he llegado caminando. 

Observo el enorme edificio y entro sin dejar de mirar al suelo. Prefiero no ver las caras de los que ya llevan aquí más tiempo. No quiero que se compadezcan por estar perdida en este sitio. 

Aunque ya lo hace la gente de la calle, por estar perdida en la vida. 

—Buenos días. —abro la puerta de la clase que tengo apuntada en un papel con la mejor sonrisa que pueda salirme en ese momento y siento cientos de miradas sobre mí. 

Genial, he llegado tarde. 

—¡Llega tarde, señorita...! 

—O'Grady. —respondo buscando un sitio donde pueda sentarme y no llamar más la atención. 

Pero es como buscar una aguja en un pajar. 

—¡La irlandesa puede sentarse aquí! —levanto la vista al darme por aludida, ya que mi apellido no es que sea muy común, y menos en un sitio como España. Veo a un grupo de chicos levantando las manos y haciendo un hueco, dejando un asiento libre. 

Debería haberme ido después de lo de la bicicleta. 

—No tenemos todo el día, señorita. 

No digo nada y camino hasta el sitio que me han hecho los chicos. 

Espero que esto no dure mucho. 

—Estaba deseando conocerte, Vera. —miro de reojo al chico que tengo a mi lado, que con su susurro provoca que se me erice la piel e inconscientemente trague saliva. 

—¿Cómo sabes mi nombre? 

BansheeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora