Todo mal

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Cojo el bolso, limpiándolo de los pelos que Aceituna ha ido dejando al acariciarse en él, y abro la puerta para irme a clase, dejando todo arreglado para que cuando vuelva no tenga que hacer nada más que dormir. 

Mamá estaría orgullosa. 

—Buenos días. —escucho la voz masculina del vecino junto al sonido de la puerta cerrándose y levanto la vista para sonreírle. 

—Buenos días. —correspondo con gratitud, ya que si no fuera por él ayer no podría haberme deshecho de Athiel. 

—¿Todo bien con tu novio? —pregunta con indiscreción y frunzo el ceño sin entender a qué se refiere. —El chico de ayer. —aclara.

—Oh, no es mi novio... —miro al hombre mientras bajamos las escaleras juntos y observo cada uno de los detalles de su cara, las arrugas que empiezan a salir por el paso del tiempo, algún pelo blanco que indica que si los treinta no han llegado seguramente quede poco para que lo hagan y los pequeños lunares que, aunque se pueden contar con los dedos de una mano, crean la forma de un triángulo en la parte derecha de su frente. —Él es solo un compañero de clase. —murmuro. 

—Pues parecía tener mucho interés por entrar en tu casa y estar contigo. —no sé qué contestar a eso, ya que no sé hasta qué punto las personas pasan de ser educadas a ser cotillas. Aunque creo que este hombre ha superado el límite. Al llegar a la planta baja yo camino hacia la salida y él sigue dirección al parking, supongo que para recoger su coche. —Si necesitas cualquier cosa en cualquier momento ya sabes dónde estoy, mi nombre es Mario, por cierto. 

—Vera. —es lo último que digo antes de salir a la calle y que el sonido de la gran ciudad me golpee con los claxon y el murmullo de la gente hablando y los pies chocando contra las baldosas de las aceras. 

Tardo unos veinte minutos en llegar a la universidad y lo primero que observo al entrar es la bicicleta de Ana aparcada. Es la única que hay en el parking para bicis que al parecer lleva mucho tiempo ahí, por las barras oxidadas y la pintura agrietada. 

Me rasco la nuca al sentirme bastante incómoda por las miradas de los veteranos de la universidad y busco algún rostro conocido. Aunque teniendo en cuenta que este es mi segundo día aquí los únicos rostros que podría reconocer son el de Ana o Athiel, y la primera no querrá saber nada de mí después de haberle provocado un accidente y del segundo no quiero saber nada yo, después de que intentase entrar en mi casa. 

Pensandolo mejor no es tan incómodo que todo el mundo me esté mirando. O que piense que lo están haciendo.

Camino hacia el aula que creo que será mi clase y veo que la puerta está abierta y que ya hay unas cuantas personas dentro, pero ninguna de ellas reconocible. 

Ocupo un asiento de las últimas filas y observo como la gente habla entre ellos, como se presentan, comparten los números, nombres, aficiones y demás, como encuentran personas o ciudades en común y como empiezan algunas amistades. 

—No sé dónde me he metido. —mascullo llevándome la mano a la frente. 

—¡Buenos días! —noto un escalofrío recorrer todo mi cuerpo al sentir una mano sobre mi hombre y me giro de un salto para ver el precioso rostro de Ana, que reluce por la sonrisa de oreja a oreja que tiene. Me quedo paralizada aun por el escalofrío e intento no parecer tan borde como ayer. 

—Hola. —sonrío pero no sirve de nada, soy un fracaso para entablar amistad con alguien. —Perdona por lo de ayer, no te vi llegar con la bicicleta y no me dio tiempo a apartarme.

—No pasa nada, al principio me enfadé, pero luego pensé que no sería tu culpa, llegaba tarde y no miraba por donde iba. —se excusa y sonrío de nuevo. —Soy Ana Caomhánachs, también soy de Irlanda. 

Mi cuerpo se paraliza al escuchar el apellido de la chica, ya que solo lo había escuchado en los cuentos que mi abuela me contaba cuando era pequeña, cuentos que hacían que no pudiera dormir por las noches. 


BansheeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora