3. En la huerta del terrateniente.

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Preguntándose en qué parte podría vivir tal personaje como para que nadie se diese cuenta, llegó a las afueras del barrio. A lo mucho pasaron cuarenta minutos desde que comenzó su búsqueda y la hora del desayuno le hizo revolver las entrañas.

Su estómago comenzó a doler cuando logró llegar a un sendero muy curioso detrás de unas rocas gigantes. Había huertas de fresas, tomates y maíces. ¿Se enojarían si tomaba sólo unas pocas fresas?

—Oye, a eso se le llama robar, ¿sabes?

Se atragantó con la fresa, pero logró recuperarse al momento. La persona que le hablaba era un joven de al menos quince años o más. Se acercó a él y arrancó de la planta otras cuatro fresas para ofrecérselas.

—Muchas gracias —contestó el rubio avergonzado.

—Claro, se ve que tenías hambre. Y papá no se dará cuenta que hacen falta solo cinco fresas.

—¿Tu padre es el dueño de la huerta?

—De la tierra, sí. Es el dueño de todo lo que ves.

El terreno tenía varias hectáreas y parecía nunca acabar, con miles de colores de las diferentes frutas y verduras. Lo contempló todo con asombro, cuando alguien lo tomó de la mano, halándolo con fuerza pero no la suficiente como para lastimarlo.

—Tienes la mala costumbre de seguirme a todas partes. ¿Qué eres espía?

Emoción, sorpresa e incertidumbre mezcladas. Se quedó mudo unos instantes para después abrazarlo con fuerza.

—¡Te encontré! ¡Te encontré! —gritaba con fuerza, tal niño jugando a las escondidas después de ganar.

Era muy despistado o no entendía las consecuencias que eran conocerlo y peor aún hablarle. Sabía su nombre ahora, seguro que sabía lo que todos creían conocer de él a pesar de ser mentira. ¿Para qué lo buscaba?

—¿Me perdí de algo, Alaude? No sabía que tenías un novio.

El joven los miraba como se contemplaría a un ser de un planeta extraño y desconocido. Giotto lo soltó algo sonrojado, cosa que hizo reír con ganas al chico.

—¡No lo soy, no digas eso! —chilló empujándolo.

—¿A qué no? Pues no te creo.

Alaude los separó, tomándolos de los hombros para que dejaran de empujarse. Giotto le enviaba miradas furiosas y el otro le respondía con unas divertidas.

—Lampo, venga ya, no empieces.

—No seas aguafiestas —replicó el mencionado haciendo un mohín con sus cachetes, con la clara intención de molestar.

Celoso, su rostro enrojeció, esta vez de molestia. Lo haló del brazo para que Lampo lo soltara.

—¿Lo ves? Está celoso de mí, pero era de esperarse, soy demasiado hermoso.

Quería estamparle el puño en su cara de niño mimado, al diablo las fresas que le dio.

—¡Calla que no me conoces!

Alaude cansado de tanto barullo, les dejó ir un golpe a ambos en la cabeza, haciendo que se distrajeran un rato.

Giotto iba a alegar, pero un resplandor le indicó que se estaba haciendo tarde, quizás demasiado. Hacia un calor insoportable y Talbot le castigaría si no se apresuraba.

—Yo tengo que irme, pero te estaba buscando. Podemos... ¿Podemos encontrarnos en algún lado?

Preguntó Giotto, con sus ojitos de perrito mojado. La verdad sea dicha, no se arrepentía de salvarlo aquella noche de esos delincuentes. Pero lo más prudente era que dejaran de verse, si es posible que ambos fingieran una demencia extraña y que nadie se acordara del otro. De ser así, no entendía porque le dijo que sí.

—Te veré aquí mañana —y al decir esto, el rubio salió corriendo lo más rápido que pudo, haciéndole una mueca infantil a Lampo.

La felicidad era enorme. Tanto así que pudo olvidar por un rato quién era aquel que tanto le atraía. ¿Qué hacía ahí? ¿Era algún pariente de Lampo? Eso daba igual.

Lo importante es que lo había podido ver. Y mejor aún, lo vería al día siguiente.

El mundo era un pañuelo, tan solo con caminar unos cuantos trechos podía llegar a una huerta hermosa, más allá a una escuela llena de niños que se veían mejor económicamente. Tan solo los separaba una barrera imaginaria. Reprocharse de nada servía, así que mejor no lo hizo. Sería como culparse a sí mismo de algo que no era culpable. Había ya muchos problemas como para estarse imaginando otros donde no los había.

Estaba ya agitado de tanto estar corriendo para llegar a tiempo. Ingenioso pero ingenuo, pensó que podía hacer la misma treta de sus años infantes: llegar más tarde para que el castigo fuera más suave. De todas formas ya iban a castigarlo cuando llegara...

—¡Alto a la Guardia Civil!

El cabello se le erizó del susto cuando a su lado pasaron dos hombres, un prófugo y un policía local. Sin embargo, toda la vida de la que tenía memoria había sido así. Luchando por sobrevivir en un lugar que no quería albergar a nadie que tuviera esperanzas. Cruel pero cierto.

Pisó algo cuando iba a irse de ahí, lo levantó con curiosidad y al ver lo que era lo guardó en su bolsillo.
La placa brillaba como oro y tenía una hermosa insignia de "persona con facultades especiales". Seguramente era del guardia que había pasado a su lado.

Lo pensó y sonrió. Las placas no tenían el nombre del oficial grabado, cualquiera podía hacerse pasar por uno.

—Oye muchacho —le habló el guardia que venía sudoroso después de no poder alcanzar al ladrón—. ¿No sabes si mi insignia se cayó por aquí?

Decir que sí o decir que no. La respuesta era obvia.

—No señor, no he visto nada.

Pero a veces la obviedad es aburrida y demasiado fácil para un mundo tan difícil. ¡Qué injusto!

—Rayos... Pero no te entretengas, regresa a tu casa, ya está por comenzar una hora muy difícil del día.

—Sí, muchas gracias.


¡Safe💕!

Oh, bueno. Esto está raro 😹, pero lo entenderán más adelante. Esa insignia es necesaria, solo recuérdenla lo más que puedan...

Tsuhi:

Pues la verdad yo también creo que es raro XD pero que se la va a ser. Lizzy-chan merece dar rienda suelta a su imaginación de vez en cuando.

Propuesta del día:
¡Poned a trabajar vuestra mente!
💋Tsuhi&LizzyHenmoon💋

Primer amor [Alaude x Giotto]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora