1. El famoso asesino, Alaude.

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Giotto nació en el pequeño barrio, en una noche fría y llena de truenos que inundaban el cielo. Ahora que estaba grande, su abuelo Talbot hacía bromas respecto a ello:

—Tal vez hasta el cielo sabía que ibas a ser un crío tremendo —le decía.

Ah, que bellos tiempos, en los que estaba a un paso de tener una consciencia plena, que le permitiría enterarse de la situación en la que vivía.

—¿Me estás poniendo atención?

Asintió con desgano a pesar de no haber escuchado nada. G gruñó y le dio un golpe en la cabeza.

—¡Oye no seas así! —le reclamó cruzándose de brazos y mirando por la ventana, extrañándose—. Oye, G, ¿eso es humo?

El pelirrojo no entendió a qué se refería hasta que también vio por la ventana. El humo se metía por ahí y hasta ese momento el insoportable olor a brazas comenzó a inundar el ambiente.

—¿Qué es lo que está pasando?

Dejaron la discusión para después, saliendo apresurados de la casa. Al abrir la puerta, el humo se intensificó como gas venenoso por todo el lugar. Comenzaron a toser y sentir asfixia en la garganta.

—Hay que salir... —G hizo un esfuerzo por hablar y tomó la mano del rubio para salir corriendo.

Ya estando lejos del peligro que el fuego suponía, se permitieron dar grandes bocanadas de aire y limpiarse el hollín del rostro. Mientras lo hacían, el paisaje era como sacado de un mal sueño. Las casas ardían y las más cercanas se derrumbaban como torres de Babel.

—¿Dónde están Elena y Ugetsu? ¡G tenemos que encontrarlos!

Estando de acuerdo, se abrieron paso entre la gente que gritaba y trataba de reunir a sus familias. A lo lejos, un hombre de cabello rubio cenizo y traje negro ayudaba a salir a algunas personas de una de las tantas casas que se desmoronaban. Los ojos de Giotto se abrieron con curiosidad gatuna e ignoró lo que sucedía, siguiendo casi hipnotizado los pasos de él.

Perdió el rastro de G, pero le restó importancia, le era más importante saber quién eres esa persona que tan solo vio una vez en su vida.

—¡Oye, espera!

Se detuvo y el hombre lo volvió a ver por un instante, volviendo a caminar. Corrió tras él con la necesidad de hablarle, de verle, de apreciar esos ojos azules potentes. Giró en una esquina al ver que el otro también giraba y al cruzarla, sintió que chocaba contra una pared. Dejó salir un quejido de dolor y miró desconcertado un rostro frente al suyo, sonrojándose al instante.

—¿Qué quieres de mí? Ya te dije que no he hecho nada por ti.

—Quería volver a verte —admitió tratando de controlar el rojo de sus mejillas.

—¿Verme a mí? —dijo extrañado arqueando una ceja—. ¿Y qué quieres saber de mí?

Tal vez fuera idea suya y de su mente hiperactiva, pero sentía el rostro ajeno más cerca. La respiración del otro era caliente y calmada, su rostro era inexpresivo, pero en ese momento se le apetecía juguetón.

—No soy tan débil... —dijo, por decir algo y no quedarse callado. O más bien, para que no se enterara de que no tenía nada que decirle.

Primer amor [Alaude x Giotto]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora