Kapítulo 2

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—Mi nombre es Simón Vazkis y tengo 15 años. Nací en Rusia, exactamente en la capital, Moscú. Me he criado en Kaunas pero hace poco me mudé a Vilnius debido al trabajo de mi padre. Desde muy pequeño mi hobbie y pasión ha sido el fútbol, aunque también me encanta cocinar, o mejor dicho, comerme la comida después. —Se le escapó una risa nerviosa—. Cuando era pequeño sufrí bullying por parte de mis compañeros de clase, no sé muy bien por qué. Puede que fuera por mi complexión ancha, por mi extraño acento o por el hecho de que me gusten también los chicos. Sólo espero que aquí no me cause ninguna molestia. Gracias.

Al terminar la presentación, Simón dirigió una rápida mirada a Jonas, pero éste no se percató. Estaba mandándose notitas con Eddie y tenía su mirada fija en él. En cambio, en el descanso Jonas se acercó a Simón.

—Oye, chaval, ¿cómo es eso de que sufriste bullying por... bueno, ya sabes?

—Bueno, em, yo... —Parecía no gustarle hablar del tema. Tragó saliva y continuó—: Si te refieres a mi orientación sexual, sí, hay gente que no lo entiende, y lo deja notar bastante.

—Yo te apoyo, y además, ten por seguro que aquí nadie te molestará.

—¿Y cómo puedes estar tan seguro de eso?

Jonas no pudo evitar ruborizarse. Entonces Simón lo comprendió.

—Te gusta alguien, ¿verdad?

—¿Te has dado cuenta tú también, verdad?

Simón comenzó a reírse mucho, y Jonas le imitó. Su risa era contagiosa.

—Voy a la cafetería, ¿vienes?

—Claro, tío —respondió Jonas con una sonrisa de oreja a oreja.

Hablaron durante todo el almuerzo, pero no volvieron a sacar ese tema. Tenían bastante en común, y Simón le recomendó el videojuego Call of Duty. Estaba muy de moda, pero no lo había probado aún. Se despidió de él y tomó el bus. Era tarde y no había visto a Eddie a la salida. Miró el móvil de casualidad y tenía tres mensajes nuevos:

"Heyy Jonas!!!"

"Hoy no te he visto al volver"

"Dónde has estado ehh pillín?? ( ͡° ͜ʖ ͡°)"

El corazón se le puso a mil, parecía como si en cualquier momento se le fuera a salir del pecho. Quería gritar, pero se contuvo. La gente del bus le miraría raro. No sabía qué responder, y en ese momento llegó a su parada. Al bajar el escalón se resbaló y se cayó al suelo. "Eso me pasa por estar mirando el móvil", pensó.

Subió las escaleras de su piso y escuchó voces al otro lado de la puerta. Cuando la abrió, su madre estaba en la cocina hablando con alguien. Al ver a la otra persona, no pudo evitar sonreír mucho. Cabeza rapada, pendientes, las gafas de sol... Era su hermano, Jay.

—¡Hey, pequeñajo! Me voy con el BMW a dar una vuelta, ¿te vienes?

—Sí, claro, pero no vayas muy rápido, bestia, que te conozco. Jeje.

Jonas fue corriendo a dejar la mochila en su cuarto y se quedó mirando el móvil. ¿Tendría algún otro mensaje de Eddie?

—¡Vaaamos, no tengo todo el día!

No le dejó ni revisar las notificaciones. Su hermano empezaba a impacientarse. Al entrar en el BMW plateado, Jonas seguía pensando en qué responderle a Eddie, pero le dejó en visto. Durante el trayecto ya había anochecido, y sin darse cuenta Jay ya había alcanzado los cien kilómetros por hora por la ciudad. Jonas se sentía lleno de adrenalina, aunque a la vez con mucho temor de quedar pasmado como una pegatina en la ventana y tener que hacer una visita al hospital. Se quedó un buen rato flipando mirando por la ventanilla, observando los carteles luminosos de colores y a la gente que pasaba, pero esa felicidad no le duró mucho al oír la sirena de la policía que les perseguía por detrás.

—¡¡Joder, hostia, la policía!! —gritó su hermano tan cabreado que hasta la calva que tenía estaba un poco roja.

Frenó por no meterse en más líos de los que ya estaba y alcanzó a ver por el retrovisor cómo se acercaba un señor de unos cuarenta años con pinta de estar un poco amargado, vestía un uniforme de policía negro y, a juzgar por sus notables ojeras, debía tener mujer y muchos hijos, quienes no le dejaban descansar ni en su propia casa.

—Los papeles, por favor.

Jonas miró desconcertado a su hermano, que ya llevaba un buen rato buscando en sus bolsillos y sacando de todo menos su carnet de conducir.

—¿Sabe usted que iba a 120 por una carretera con un máximo de velocidad de 80?

—Bueno, sí... El caso es que...

—Me temo que va a tener que acompañarme, señor...

—Jay Batonai. ¿Podríamos acompañarle a él a casa? Es menor...

—No.

No. La respuesta más fría y amargada que había escuchado nunca. En comisaría llamaron a su madre, que vino a buscarles horas más tarde, y con ella traía el carnet de Jay. Se lo confiscaron por una temporada, aparte de tener que pagar una multa.

Jonas sabía muy bien el castigo que le esperaba a su hermano y le dio pena. Esa noche no cenó, no tenía apetito. Tampoco tenía mensajes. Sólo quería irse a dormir.

Kremita [pausada para siempre] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora