Los hilos del atardecer

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En ese preciso instante, podía ver como la luz escapaba de sus ojos, a medida que una lágrima rodaba por su mejilla, no era capaz de distinguir aquello que acababa de suceder, pero estaba allí, como si el mundo se hubiese detenido en un leve suspiro, observando perplejo la situación...

—¿Qué hubiese pasado si yo...? —mi mente sofocada se preguntaba a sí misma, cuando en un abrir y cerrar de ojos volvía donde todo comenzó, al principio de temporada.

Ciudad Lyncis

Era 24 de febrero, se aprontaba una tormenta, y unas cuantas hojas de viejos arboles caían sobre mi cabeza, la tarde se comenzaba a cubrir de una leve bruma muy curiosa, me detuve a observar aquel reloj, terminaciones a mano, fabricado en una madera la cual a pesar de los años no envejecía, ubicado donde estaba la intersección de las calles Sanslix con Falamp.

—Muchas veces las mejores cosas nos son invisibles, es la costumbre... — decía en tono amable un anciano, que al igual que yo, se detenía a observar ese objeto digno de admirar.

—Cuando era pequeño este tipo de relojes eran una maravilla, pero ahora, ya a finales del siglo veinte, los intereses han cambiado... —murmuró el anciano.

—He vivido cuatro años aquí, y ninguno de ellos me detuve a contemplar las cosas que me rodean —dije con tono pensativo.

Regresé la mirada hacia el anciano, pero cuando me había dado cuenta, él ya había desaparecido.

—Es una agradable persona —dije, mientras a lo lejos divisaba la silueta de un hombre con sombrero gris, me sentí un tanto observado, lo que no sabía era que aquel día sería el inicio de grandes cambios.

El reloj marcó las 17;00, y yo decidido a continuar rumbo a mi destino, caminando sin un objetivo claro, decidí descubrir todo sentido sin explorar con anterioridad, podía escuchar los marcados pasos de la mujer que venía detrás de mi, la cual con respiración agitada aumentaba el ritmo para alcanzar una parpadeante luz del semáforo próximo.

—¡Ariel! ¡Por fin te encuentro! —se escuchó, mientras la voz se mezclaba con los sonidos de dos señores bebiendo café, y las personas a mi al rededor que platicaban entre sí, quién me llamaba era Nadia, una vieja amiga de mis padrinos.

—Sabía que cruzar el puente de Petri para encontrarte sería lo más correcto... —Dijo Nadia— con voz agitada, pude percibir que traía consigo un libro bastante curioso.

El silencio se apoderó de la situación por un momento.

—Mira que hermosos ojos, son tal cual los de tu padre, grises como si de una tormenta se tratase y con esos tenues tonos marrones, no cabe duda, eres su viva imagen —Afirmó Nadia.

—¿Qué sucede? —pregunté con tono apresurado, mientras ella me abrazaba como gesto de alivio por haberme encontrado.

—Las cosas han cambiado mucho desde tu partida y la de tus padrinos, el regreso de Anna no ha sido del todo oportuno, ¿Oportuno he dicho ?, quise decir un fiasco, y tú eres el único heredero de la casa de tus padres, ya te contaré de camino —dijo Nadia, con una voz susurrante, mientras tomaba mi brazo con gesto apresurado.

Continuamos caminando rumbo a la estación de trenes a pasos agigantados, nuestro próximo destino era el pueblo de Hanfriz .

Estación de trenes #3

—Sus boletos por favor... —Nos dijo el asistente del tren antes de abordar con cabellera abundante y un sombrero marrón.

—Claro, un momento —Nadia ya se había adelantado a todo, tenía en su poder dos boletos con los números 32 y 33, los cuales entregó al asistente con rapidez.

Koeht' Y El  Brillo De Sus Ojos.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora