Capítulo 3💕

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Alec había visto a Isabelle liarse con todos sus “novios de una semana” y había pensado inútilmente en cómo sería besar a Jace, pero nunca se le habría podido pasar por la cabeza que un simple “choque de bocas” le haría sentir lo que estaba experimentando con Magnus en aquel momento. Sin vacilación alguna, el brujo enredó una mano entre las hebras de su pelo y posó la otra en su pecho. Un fuerte hormigueo recorrió el cuerpo del nefilim. Los labios del subterráneo sabían vagamente a algún tipo de zumo y los lamió dócilmente, como sabía que nunca tendría el valor de hacer de no sentir aquella imperiosa necesidad. Magnus mordisqueó delicadamente su labio inferior. Entonces Alec abrió un poco la boca y la lengua del brujo se insinuó antes de entrar. Cuando sus lenguas se encontraron, soltó un pequeño gemido, y todo su cuerpo se estremeció. Los dos abrieron más las bocas, anhelando más contacto, y se dieron cuenta de que en aquella habitación realmente no hacía tanto frío como para llevar siquiera ropa encima.

Las manos expertas del brujo se deshicieron rápidamente de la cazadora y la camisa de Alec, desvelando un pecho lampiño que hubiera resultado pálido de no ser por el rubor del que se sentía orgullosamente culpable. Se acercó a la cara del nefilim y se empapó un poco en aquellos ojos azules antes de desviarse para mordisquearle el lóbulo y bajar despacio por su cuello, depositando esporádicos besos sobre su piel.

Alec observaba con alarmada expectación la dirección que estaba tomando la lengua de Magnus y se mordió los labios para intentar reprimir un gemido que le subía desde el fondo de la garganta. Sintió la risa del brujo contra la cintura de sus pantalones.

-Veamos cuánto más puedes soportar así de contenido- murmuró el subterráneo. Su aliento le provocaba cosquilleos.

Con un chasquido de dedos, la camiseta (coral o naranja, ¿qué más daba?) desapareció, dejando al descubierto un pecho dorado y sin ombligo que Alec se moría por lamer; pero ni en aquellas condiciones tenía la iniciativa necesaria para hacerlo. Magnus desabrochó sus pantalones negros, liberando la erección que el nefilim tenía desde hacía un rato; humedeció los labios y se inclinó sobre ella. Lo último que Alec vio antes de cerrar los ojos fuertemente y crispar sus manos sobre los cojines del sofá, fueron las rendijas negras que formaban las pupilas del mago mirándole desvergonzadamente.

La primera de muchas  Donde viven las historias. Descúbrelo ahora