Día de playa.

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Eran inicios del verano del año dos mil doce y ella había decido que por las buenas notas del año anterior, la premiaran con un viaje por vacaciones a nada más ni nada menos que a la capital del Perú, Lima.

Sí, y allá fue nuestra protagonista. Se le concedió el deseo de que saliera de su pueblo donde había estado toda su vida . Total, según las predicciones del calendario maya, el día doce, del último mes sería cuando finalice nuestra existencia. Sí, de todos.

Se encontraba disfrutando plenamente de cuanto lugar visitara, con algo de asombro, por su puesto, por la majestuosidad de las edificaciones, por lo temible del tráfico, y por si fuera poco, a esto se le sumaba la inseguridad que acechaba y aún hasta nuestros días a la gran urbe. Es por ello que jamás iba sola. La habían enviado, con la condición de que su tía la acompañara a todo lugar. Y así fue.

Salió ella entonces a conocer la "belleza de Chorrillos".  De la que tanto había escuchado, y más porque en clases le recordarán siempre a aquel héroe, de destreza sin igual para domar las olas y cruzar del Callao a Chorrillos, tanto de ida como de vuelta. Pudo comprender en seguida, al ver las aguas azules que no paraban de mecer a botes y surfistas que se mantenían a flote.

Puedo afirmar con gran certeza que le disgustó la gran afluencia de personas que acudían a la orilla para aprovechar lo último que quedaba del domingo, que más allá de únicamente asistir para tomar un baño iban también por "contemplar una puesta del sol" que a su vez teñían el mar con aquel tono dorado inconfundible.

En su afán de hallarla más desolada, empezó a frecuentarla en distintos horarios del día, sin embargo, durante los días que visitó, la única diferencia que notó fue que no eran las mismas personas, pero que sí acudían todos por lo mismo, bañarse mientras el día se transcurría minuto a minuto. Sin pensar siquiera que así se les iba también la vida.

Sentada en la arena, mirando el incesante trajín de las olas, sentía calmar ese calor insoportable que sentía en su casa. Sus padres discutían más a menudo y si no había oído mal, habían dicho que pronto se separarían. El mar le daba calma cuando venía a su memoria esos recuerdos, miraba a su alrededor tratando de sacudir su memoria.

Con el transcurso de los días esto le empezó a parecer rutinario, pues no conocía a nadie, además callada todo el tiempo, se metía en el agua y salía a secar sus cabellos mojados, cuando se acercaba la noche, disfrutaba también de el ocaso. Cuánto extrañaba su playa lagunera, que con olas celestes, altas, muy limpias, llenas de peces, que de rato en rato aprovechaban los pelícanos y gaviotas que en cuanto su radar detectaba su presencia, se lanzaban persiguiendo algún cardumen de lisas. Que bello era contemplar todo aquello, según los analistas, casi año tras año solían repetir aquella expresión —Uno de los más limpios y aptos—se leía, miraba o escuchaba en los medios de comunicación.

Pensativa y sin importarle lo que había a su alrededor, decidió sumergirse una vez más en las aguas e ir nadando hasta donde se encontraban algunos botes detenidos. Empezo a bracear y  fortalecer sus brazos y piernas, parecía como si volara sobre la superficie. Avanzó sin detenerse. No controlé el tiempo, pero seguramente que si hubiese competido conmigo allí, hubiese sido la ganadora desde el principio. Al llegar allá, subió sobre un bote en reposo, se sentó y otra vez pensativa y con la vista fija en no sé quién o quiénes esperó a que se encendieran las luces de la ciudad para volver, no lograba todavía yo comprender en qué era exáctamente lo que pensaba.

Al regreso,  en la orilla nuevamente, pensativa, con la mirada perdida, parecía buscar algo en que centrar su atención, hasta que sus ojos se posaron en una pareja de jóvenes que coqueteaban bajo una sombrilla que la empezarían a juntar.
La noche había llegado y yo tambien debía volver, el verano no abrigaba el aire.

Un Futuro Sin Querer.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora