capitulo dos

17 0 0
                                    

Capítulo 2.
Leonardo no podía quitar la vista de las urnas, su pulso y respiración estaban demasiado agitados, si no había perdido la cordura estaba a nada de quebrarse. Con voz entrecortada, por fin dijo.
-¿ Podría de una maldita vez quitar esas cosas de mi vista?
-Claro.
La doctora tomó las urnas y volvió a guardarlas dentro de la mochila. De su bolso sacó una pequeña libreta de cuero negro, la abrió y presionó el botón de su bolígrafo.
-Te escucho Leo.
Tomando el pañuelo, Leo lo frotó en sus heridas, había dejado de sangrar pero aun dolían. Se aclaró la garganta y comenzó a hablar.
-Matias y yo íbamos a la misma preparatoria, de hecho fuimos juntos desde la primaria, fue mi amigo de toda la vida. No se como nos hicimos amigos si eramos tan diferentes, él, popular, estudioso, bien portado, todo lo contrario a mi.
Leo hizo una pausa, miró al techo y sus ojos se posaron en una de las parpadeantes lámparas que con su intermiscencia parecía refrescarle la memoria. Tras una larga pausa continuó.
-Hace algunos días Matias llegó muy emocionado, su padre le había prometido que le compraría un auto si concluía sus estudios de manera sobresaliente, yo sabía que el regalo estaba prácticamente seguro. No puedo negar que me dio envidia, Matias tenia todo y yo, yo apenas subsistía con el paupérrimo sueldo de mi madre. Yo tenía muchos conocidos por mi barrio, delincuentes en su mayoría, Nico era uno de ellos. Muchas veces me invitó a dar algunos golpes, nunca lo tomé en serio, hasta ese día.
La doctora dejo de escribir y posó sus ojos en Leo.
-¿Que pasó ese día?
-Después de el episodio de envidia salí a buscar a Nico, necesitaba dinero y el sabia donde sacarlo. Él me hablo de una casa, enorme y lujosa habitada por solo una anciana como de 100 años que podría tener tanto dinero como años. Quedamos que lo vería a dos cuadras de la casa a las seis de la tarde pero nunca llegó, yo le había pedido a Matias que me acompañara, y él, después de tratar de persuadirme, me acompañó.
-Perdón -interrumpió la Doctora - ¿tu amigo se llamaba Nicolás Montes?
- Si Doctora ¿porque?
-Se suicidó hace tres días, se arrojó a las vías del metro
-Por eso no llegó. - Leo mirando hacia el suelo comprendió muchas cosas - yo no creo que se haya suicidado
-Eso dice el informe.
-El diablo empezaba a mover los hilos.
La Doctora volvió a su libreta e invitó a Leo a continuar.
Estuve a punto de desistir, si tan solo le hubiera hecho caso a Matias, él estuviera con vida.
Gruesas lágrimas recorrían el rostro del muchacho al recordar a su amigo, miraba a todos lados, se frotaba las manos, el dolor lo hacia pedazos.
-Perdón Doctora.
-No te preocupes, continúa.
-Nico me había dado algunos detalles sobre la casa, desde donde entrar y como forzar una cerradura así que nos dirigimos hacia allá. La información que me proporcionó Nico era cierta, entramos por una de las esquinas ayudados por un enorme árbol sin podar desde hacia mucho tiempo, con cautela forzamos una de las ventanas del salón y entramos sin ningún problema, le juro doctora, nunca en mi vida había tenido tanto asco de un olor y esa casa olía a podredumbre, a muerte. El sol aun no se metía pero parecía que habíamos entrado a un frigorífico, yo temblaba mucho, no se si por miedo o por el frío que arañaba mi piel. El salón era enorme, frente a nosotros un pasillo oscuro del cual debíamos tener cuidado y guardar silencio por la señora que ahí vivía, al lado de ese pasillo en estantes y mesas había toda clase de objetos de oro y plata y pinturas renacentistas así como muebles de maderas finas que solo una de ellas me darían para vivir sin preocupaciones el resto de mi vida. Le pasé la mochila a Matias y comenzó a guardar toda clase de objetos de oro, él quería salir de ahí lo mas pronto posible, yo estaba estupefacto de todos los tesoros que veía pero algo llamo poderosamente mi atención, era como si eso me llamara, al lado de un cuadro horripilante de Goya había un objeto que brillaba con luz propia, un enorme libro de 40 por 20 centímetros con cubiertas de oro que no podía dejar. Fue tanta mi emoción que , por un descuido, tire una pieza de cristal que se hizo añicos. Matias y yo nos miramos  poniendo un dedo sobre mis labios agudizamos los oídos, de la oscuridad del pasillo, unos golpes hechos con un bastón y unos gritos preguntando quien andaba ahí nos heló la sangre, trague saliva, le hice una seña a Matias y nos escondimos, el sonido del bastón se hacia cada vez mas fuerte, mi temor se acrecentó a cuando vi a la portadora del bastón, una decrépita anciana de mas de 80 años, de su rostro plagado de arrugas sobresalía una enorme y afilada nariz, portaba un sucio vestido rojo que arrastraba al caminar, mi miedo iba en aumento y los temblores eran incontrolables ya cuando descubrió mi escondite, lanzando maldiciones en un idioma extraño tomó el bastón con ambas manos dispuesta a descargar toda su furia en mi, no sabría decir con exactitud que ocurrió, yo cerré mis ojos y después demasiado ruido, cuando abrí los ojos la vieja estaba en el suelo, Matias parado frente a ella jadeando, le había roto la cabeza con la mochila que, al impactar todo su contenido salió desperdigado por todo el salón, tome a Matias por el brazo mientras con la otra mano tomaba el libro del suelo, llegamos a la puerta principal y comenzamos a quitar los seguros, al abrir la puerta eché un vistazo al cuerpo de la vieja y...
La Doctora se encontraba atenta a la historia de Leo que hacia rato que había dejado de escribir.
-Continúa Leo, por favor.
-Mire Doctora, a partir de aquí todo se torna increíble, no la culpo si no me cree, yo mismo no lo creo y, yo lo viví.
Leo temblaba, se había puesto pálido y miraba hacia todos lados, si no hubiera estado esposado al la silla habría salido corriendo de ese lugar.
-Calma muchacho, no quiero sedarte.
-Perdoneme. ¿Tendrá un cigarro a la mano?
La Doctora saco un paquete casi lleno de cigarros y le pidió a Leo que los conservara, encendió uno y continuó.
-Ya estábamos prácticamente afuera cuando la vieja tomó a Matias levantándolo como si se tratase de un simple muñeco, yo lo tome de su mano y comencé a halarlo como si mi vida dependiera de ello, casi de repente la puerta se cerro con fuerza cortándole la mano a mi amigo.
-Una mano, ¿como te explicas que encontramos la cabeza cercenada de tu amigo en tu mochila?
Leo gritaba y lloraba
-¡No lo sé! ¡no lo sé! ¡no se como llego ahí!.
-Esta bien, ¿que hiciste después?
-Al escuchar a la policía corrí.
-Te voy a decir algo Leo. La señora Liebig salio a visitar a su nieta a España una semana antes de que tu y tu amigo entraran a su casa.
-Eso no es posible, ¿los cuerpos?, ¿la sangre?, ¡¿nada?!
-No, nada. Me hablaste acerca de un libro, ¿que hay con el?, ¿donde está?
-Debió caerse en donde me refugie, pero es mejor así. Las urnas son la puerta, el libro la llave, nunca deben estar juntos.
-Hablemos del libro ¿quieres?

Las urnasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora