CAPÍTULO 4

21 1 0
                                    

 Peony golpeó a Cinder en el hombro, a punto de estamparlacontra una montaña de orugas de androides muy gastadas. 

—¿Cómo has tardado tanto en contármelo? Claro, al fin y al cabo,¿qué? ¿Cuánto hace que estás en casa? ¡¿Cuatro horas?! 

—Lo sé, lo sé, lo siento —dijo Cinder, frotándose el hombro—. Noencontraba el momento y no quería que Adri lo supiera. No quiero que seaproveche. 

—¿A quién le importa lo que piense mamá? La que quiereaprovecharse de ello soy yo. Por todas las estrellas del firmamento, el príncipe.En tu tienda. ¿Cómo es posible que yo no estuviera allí? ¿Por qué no estaba allí?

 —Porque estabas ocupada probándote sedas y brocados.

 —Puf. —Peony apartó un faro de su camino de una patada—.Tendrías que haberme enviado una com. Me habría plantado allí en dossegundos, aunque hubiera tenido que dejar el vestido de fiesta a la mitad. Aaah,te odio. No sabes cómo. ¿Vas a volver a verlo? Es decir, tienes que volver averlo, ¿no? Puede que dejara de odiarte si me prometieras que me llevaráscontigo. ¿Vale? ¿Trato hecho? 

—¡He encontrado uno! —dijo Iko, a diez metros por delante. 

Dirigía el reflector hacia lo que quedaba de un levitador oxidado,relegando a las sombras las montañas de chatarra que tenía detrás. 

—Bueno, ¿y cómo es? —preguntó Peony, apresurándose al verque Cinder apretaba el paso para llegar junto a aquel vehículo incapaz devolver a alzar el vuelo, como si estar al lado de su hermanastra fueraequiparable a estar cerca de Su Alteza Imperial en persona.   

  —Yo qué sé —contestó Cinder, mientras abría el capó del vehículoy lo apoyaba en la varilla de sujeción—. Oh, perfecto, no se la han llevado. 

Iko se apartó de en medio rápidamente. 

—Fue muy educado al no comentar la gigantesca mancha de grasaque llevaba en la frente.Peony ahogó un grito. 

—¡Dime que no es cierto! 

¿Qué pasa? Soy mecánica y me ensucio. Si quería vermeemperifollada, que me hubiera enviado una com antes. Iko, no me vendría malun poco de luz por aquí.

 Iko inclinó la cabeza hacia delante e iluminó el compartimento delmotor. Peony chascó la lengua al otro lado de Cinder. 

—Igual pensó que se trataba de un lunar. 

—Eso me deja mucho más tranquila.Cinder sacó unos alicates del bolso. El firmamento estabadespejado y, aunque las luces de la ciudad impedían ver las estrellas, la afiladaluna creciente acechaba en el horizonte como un ojo adormilado escrutándolasa través de una bruma somnolienta.

 —¿Es tan guapo en persona como en las telerredes? 

—Sí —contestó Iko—. Yo diría que incluso más guapo. Y muyalto.

 —A ti todo el mundo te parece alto. —Peony se apoyó en elparachoques delantero, con los brazos cruzados—. Además, me gustaría oír laopinión de Cinder. 

Cinder dejó de trastear en el motor con los alicates cuando elrecuerdo de la sonrisa relajada del heredero acudió a su memoria. Aunquehacía tiempo que el príncipe Kai era uno de los temas preferidos de Peony —seguramente su hermanastra era miembro de todos los clubes de fans de la red—, Cinder jamás hubiera imaginado que compartiría con ella la admiración quele profesaba. De hecho, siempre había pensado que aquella pasión de Peony por los famosos era un poco ridícula, más propia de una preadolescente. El príncipeKai esto, el príncipe Kai lo otro... Una fantasía imposible. 

CinderWhere stories live. Discover now