• La misión •

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- Silas, hermano mío.- Dijo Aringarosa desde alguna parte de la península Ibérica.
- ¿Sí, padre? - Le contestó el albino.
Se encontraba conduciendo por la AP-68 con su Audi negro, sin un destino en especial. Silas conducía porque le relajaba, Silas conducía para sentirse uno más en aquel mundo de desdichados seres.
El coche de delante, un Range Rover blanco, se paró en seco. Pegó un frenazo y su móvil salió disparado a alguna parte del auto. Maldició en silencio y se agachó un poco para buscarlo.
"No blasfemes, pecador. No dejes que el demonio entre en tu alma." Pensó para sí mismo, mientras se apretaba el cilicio que tenía colocado en el muslo.
- El dolor purifica... El dolor sana...- Se repetía.
Finalmente encontró su Iphone negro, que había quedado atrapado bajo el pedal del embrague.
- ¿Qué ocurre, padre?- Preguntó de nuevo.
- Necesito de tus servicios, hijo mío... El maestro me ha llamado y te ha encargado una importante misión. No puedes fallarle.
- ¿Qué necesita?- El coche de delante se puso en marcha, y Silas pisó el acelerador con fuerza, adelantándolo.
Desde hacía ya diez años estaba entregado en cuerpo y alma a sus líderes, y estos le respondían con misiones y tareas que luego agradecían con recompensas. Pero Silas nunca las aceptaba, ya que no le importaba ningún tipo de premio. Hacía ya muchos años que había abandonado cualquier tipo de placer mundano. Este simplemente servía a sus jefes porque sentía que debía hacerlo.
- Necesita que mates a una mujer.- La respuesta no le sorprendió en absoluto.
Silas siempre había estado destinado a ser la máquina de guerra en la que ya se había convertido. Alguien que mataba como el que va a la compra.
A Silas ya nada le afectaba en absoluto.

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