• Heridas abiertas •

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- ¿Pero qué haces?- Dijo Alexandra, horrorizada.

Silas le miró a los ojos, con las lágrimas saltadas. Su mirada rojiza contra la de Alexandra. A pesar del dolor que probablemente sentía, sonreía.

La chica no sabía qué hacer. ¿Y si moría desangrado allí mismo? ¿Y si le obligaba a seguir sola el peligroso camino que debía recorrer hasta su hogar? No podía permitirse perder a Silas. Él era su protector. Aquel despiadado asesino era su ángel de la guarda...

Se quitó la camiseta y vendó con esta la herida de su compañero. Mientras lo hacía, este tenía la mirada clavada en una de las numerosas grietas de aquel confesonario. Fuera, se seguían escuchando gritos y disparos, pero cada vez más lejanos.

- ¿Por qué me pones a prueba, Dios mío? ¿Acaso te he fallado? ¿Acaso he pecado con mis pensamientos blasfemos? - Dijo Silas, sin pausas y llorando de rabia. Su respiración se aceleraba cada vez más, así como los latidos de su corazón.

- Mira lo que te han hecho...- Interrumpió Alex, con un tono de voz tranquilizante y maternal.

Silas levantó la vista, los pensamientos de pecador brotaban de su mente como toda aquella sangre brotaba de sus venas hacia el exterior.

- Me han hecho carne.- Sonrió.

- Te han hecho daño... Te has hecho daño... - Bajó la mirada, tratando de dejar escapar su mente de aquella situación.

Entonces Silas se dio cuenta de aquello que tanto escandalizaba a la muchacha. Tenía los brazos llenos de cicatrices, heridas de la eterna guerra que había mantenido contra él mismo desde que tenía uso de razón. Alex le bajó un poco el hábito y aparecieron más cicatrices: las del látigo. Y finalmente llegó a su muslo, apreciando la profunda herida del cilicio que había llevado durante diez años.

Le acarició la piel con cuidado, pasando la mano por su espalda, siguiendo el recorrido de las cicatrices como si de un laberinto se tratase. Silas cerró los ojos, respirando cada vez más pausadamente.

- Eres un ángel.- Le susurraba ella al oído.- Eres mi ángel de la guarda.

- Soy un fantasma... Soy transparente... Pronto me convertiré en aire.- Las lágrimas volvieron a brotar de los ojos del albino.

- No lo eres.- Puso la mano en su hombro y lo acarició.- Eres un ángel.

Silas suspiró y abrió los ojos, encontrándose con la mirada de Alex. Los volvió a cerrar con fuerza y se acercó a ella, volviendo a presionar su cuerpo contra el de la chica. Pero esta vez era diferente, podía notar su piel desnuda contra la suya. Torso con torso, piel con piel. Ella le acarició su cabello blanco y él colocó su mano en la cintura de Alex.

- Todo está bien...- Le susurró ella, con voz tranquilizante.

Y por primera vez Silas le dio la razón. Finalmente todo estaba bien dentro de su demacrada persona, aquella joven le había hecho un hombre de verdad.

"No puedo dar la espalda a mi señor." Pensó. La religión le había dado todo lo que era, y no podía dejarla atrás solo porque aquella chica, en un simple intento de tranquilizar el ataque de ansiedad que le había dado, también le había robado su corazón transparente. ¿Sería consciente Alex de tal hazaña? ¿O quizás simplemente su obra era un acto de buena voluntad?

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⏰ Última actualización: Jan 13, 2018 ⏰

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