Capítulo 1

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Abrí los ojos, pero tuve que taparlos rápidamente utilizando mi antebrazo. La bombilla resplandecía y parecía demandar toda la energía de la casa; tuve que esperar varios minutos hasta que mis ojos se acostumbraran a la luz.

Estaba muy confundido, mis pensamientos divagaban y no sentía que las cosas estuvieran bien conmigo. El ambiente era espeso y parecía hundirme dentro de él.

Para cuando me acostumbré a la luz noté que el brillo que irradiaba era rojo. Me incorporé colocándome a un lateral de aquella verja metálica que funcionaba como una cama improvisada. La pintura en las paredes parecía caerse a pedazos y su color estaba impregnado de un fuerte marrón óxido, habían muebles cubiertos de la misma pintura, adheridos a las paredes como si llevaran siglos ahí, no se podía ver nada más allá de las ventanas y sobre mis zapatos empezaba a brotar un gran charco espeso de color oscuro de un inconfundible carmesí.

Fue fijarme un poco más y darme cuenta de que estaba encerrado entre 4 paredes que tenían vida; el óxido cambiaba de lugar, moviéndose lentamente entre espasmos cargados de inercia y sin un patrón fijo, sobre pequeños conductos que se ensanchaban y se retraían. Era grotesco, como si la habitación respirase y esos coágulos sobre la pintura se tratasen de venas cargadas de sangre e ira, a punto de estallar, de alguien demente deseando matar a alguien.

Había pasado varios minutos desde que abrí los ojos y aún no había gritado, no tenía miedo; creí ya haber pasado por esto antes.

En mi cabeza un una insoportable migraña hacía de las suyas. Quise llevarme las manos para sujetarla, pero dudé al instante. Tenía la palma empapada en lo que parecía ser sangre. No soporté ni un segundo más y vomité. Dirías que fue del asco, pero no. Algo más pasaba conmigo; mil hojillas dibujando líneas inconexas en el interior de mi estómago que me privaban de decir algo y me mantenían resollando.

Caí encorvado sobre mis rodillas. Ahí estaba, otra vez torturándome. Él.

Salió como una masa espesa, intentando camuflarse con mi bilis. Una negrura viscosa que se solidificó al tocar la mancha carmesí que ahora se sobreponía por encima de mis zapatos, y me arrastraba a un lugar más abajo del piso. Siluetas de rostros comenzaban a tomar forma sobre las paredes y se desplegaban con manos y pies que, en un principio, danzaban un en estilo caricaturesco, lleno de inconsciencia, ahora deseaban tomarme de las extremidades.

—Mañana. —O eso fue lo que intentó decir algo dentro de la habitación entre gritos guturales. Estoy seguro de que fue Él.

La habitación era presa del silencio (los únicos sonidos provenían de las contracciones de mi esófago y de los grumos en las paredes que rechinaban de forma pegajosa) así que la razón de que aún no esté seguro que lo que haya dicho Él sea «Mañana.» no erradicaba en la supuesta contaminación sónica, si no en que simplemente aquella cosa no sabía hablar, o eso creía.

—Bilan Odear. —Volvió hablar con los mismos tonos, con la misma furia y fuerza.

—William D'Orean ¡Es William D'Orean! —Le corregí quebrando mi pulmón y expulsando cada átomo de oxígeno en mi organismo. Grité hasta desmayarme.

El sonido sintético de un equipo electrónico fue lo único que me ayudo a pararme. Una corriente de aire surfeó mí cabello y un rayo de luz cruzó la pantalla y se proyectó sobre mis ojos. Estaban secos e inyectados en sangre. Pasé más de 5 minutos paralizado sobre mi almohada parpadeando para poder visualizar la primera cosa.

El telecomunicador plasmático sobre el aparador. La ropa tirada en pila dentro del armario abierto. Las pantallas panorámicas que titilaban, haciendo un último esfuerzo antes de morir. Mi habitación.

W.H.I.T.EDonde viven las historias. Descúbrelo ahora