Capítulo 2

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Evidencia

La lluvia fragmentaba la luz que se esparcía de forma intermitente y continua, revelando la naturaleza de la noche durante breves periodos de tiempo. Las luces de neón y la tenue luz de las farolas filtraban los colores azul y rojo que emitían las patrullas y le daban un nuevo significado a la atmósfera.

El Distrito L se había convertido en un vertedero donde arrojaban a los más desgraciados del estado desde que incurrió en las vidas de muchos el desastre. Un efecto dominó que se desencadenó en ruinas y miseria humana. Ya nada bueno se podía esperar de este lugar.

Establecí contacto con central. En la pantalla de la patrulla se hizo presente una chica de piel blanca con grandes auriculares que no dejaba de moverse gracias a la interferencia.

—Richard Howard, código de identificación 1, 1, 2, 8, 6, 8. Mi 10 20 en suceso —aguardé un segundo y añadí —: calle 70, entre avenida 48 y 56, Tiendas Roman's, Bayside, Distrito L.

—Copiado, Sargento Howard. La información del caso se transfirió con éxito a sus glasses. Ahora mismo se encuentran activados —respondió la operadora entre estática y ruido blanco—. Los archivos físicos serán trasladados a su oficina en el departamento de homicidio.

Fuera de la patrulla las personas conmocionadas se organizaban alrededor del perímetro. La cinta amarilla, con las palabras «Escena del crimen. No cruce» impresas sobre el soporte, anunciaba la muerte de alguien y aquello les atraía como moscas a una gota de miel. Más allá del cordón varios agentes, con las siglas CGI —group of criminal investigations— en sus chaquetones, inspeccionaban exhaustivamente la zona. Di una última calada al cigarro para disfrutar el humo en mis pulmones.

Con el ánimo de alguien de cuarenta coloqué la máquina sobre mis ojos. El chute de energía no se hizo esperar y un montón de información empezó a dibujarse sobre la pantalla holográfica.

En la actualidad los criminalistas somos solo la extensión de una gran inteligencia artificial, cuya única forma de establecer relación con nosotros son por medio de los glasses. Visores conectados a una gran red neuronal de archivos y protocolos policiales. Ya no tenemos que deducir casi nada, la máquina teoriza por sí sola y se vuelve más inteligente mientras más personas utilicen el accesorio simultáneamente. Sin embargo, el trabajo era igual de agotador, la inmensa carga neuronal nos obligaba a trabajar solo dos horas al día.

El primer paso de la investigación me condujo a unos metros dentro de la cinta, al interior del recinto. La pantalla señalaba las muestras biológicas que arrastraba el agua sobre el asfalto; sangre. Arrojaba todo tipo de datos sobre la misma, pero solo uno me interesaba: «Nombre del portador: Tommy Morricone». Toda la información sobre la victima apareció entonces: «Hombre. Sin antecedentes. Operador de grúa. Estado: Sin vida».

Había avanzado ya lo suficiente para que los visores dejaran de mostrar datos al azar de civiles en la escena y se centrase en aquel charco pestilente de sesos y tuétanos. Treinta años de servicio no me habían preparado para decir «Solo son gajes del oficio» en este caso. Aquel sujeto (o lo que quedaba de él) estaba abierto de par en par. Su rostro estaba completamente deforme, la barbilla estaba fuera de lugar, arrancada y luego hundida dentro de su propia boca, no había ojos en sus cuencas, ni piel en su rostro y los pocos músculos faciales que le restaban se encontraban aguados. El resto del cuerpo no era diferente de su cara. Ambos brazos estaban cercenados. Los glasses concluyeron, que, por la forma en la que estaban distribuidos los pedazos de carne y cartílagos en las terminaciones, fueron extirpados a la fuerza sin ayuda de ningún instrumento cortante. Del pecho a su ombligo había una abertura gigantesca en donde se hacían presentes todos sus órganos, que se encontraban revueltos. Un verdadero espectáculo visceral.

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⏰ Última actualización: Sep 22, 2017 ⏰

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