Prólogo

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La lluvia resbalaba por su cuerpo lentamente hasta llegar al suelo que iba recorriendo con rapidez. Quería evitar mojarse, pero a estas alturas, era prácticamente imposible. Suspiró cansada mientras miraba a uno y otro extremo de la calle. Ahora, ¿dónde estaba? Alzó su vista y finalmente divisó aquel cartel que se elevaba a dos cuadras de su departamento. Sin embargo, aún estaba lejos y la lluvia caía cada vez más copiosamente. Lo mejor era tomar un taxi, como le habían sugerido si se perdía. Mas, era muy terca, siempre lo había sido y finalmente decidió que no estaba tan lejos después de todo.

Cruzó la avenida y su distracción le valió empaparse completamente los zapatos al pisar un charco de manera descuidada. Miró su calzado arruinado ¡que se le hacía! y continuó por un callejón que seguro la llevaba directamente hasta el dichoso cartel que le servía de punto de ubicación. Recordó por qué se encontraba en esa situación... una vez más... por terca.

–¿Te acompaño? –había preguntado su nuevo amigo.

–No hace falta –sonrió, agradecida– ya conozco la ruta. Gracias –añadió despidiéndose y fue a tomar el metro.

¡Mala idea! Porque, si bien las rutas eran muy claras, en el afán de evitar mojarse que se encontraba, se subió a la que contenía su "supuesta" ruta y terminó dándose cuenta del error cuando las paradas anunciadas eran completamente distintas a las de siempre. Pidió un poco de instrucción y se bajó en la más cercana a su departamento. Sí, claro, muy cercana... a más de ocho cuadras.

De todos modos, ahora ya estaba ahí y lo mejor era apresurarse. Estaba hambrienta y deseaba estar en su sala sentada con un libro en la mano y en la otra un buen chocolate caliente... tan solo pensarlo se sintió más animada y reanudó con más vigor la marcha.

Finalmente llegó a las tan familiares y serpenteantes calles. Se felicitó internamente por el logro y sonrió satisfecha, su departamento estaba a tan solo dos cuadras. Caminó con tranquilidad a pesar de que la lluvia amenazaba con volver a arreciar. No importaba, sus zapatos ya estaban arruinados y su ropa estaba salpicada de pequeñas gotas.

Cruzó la calle y empezó a rebuscar las llaves en su bolso cuando un auto pasó a toda velocidad por su lado empapándola completamente. Soltó una maldición por lo bajo mientras concluía que, definitivamente, ese no era el mejor de sus días. Se retiró los lentes que llevaba y los guardó... sin razón porque no podían estar más mojados. Suspiró nuevamente y se dio cuenta que un auto venía por detrás.

–No, no otra vez... –pensó y apresuró el paso.

Pero el auto no avanzaba. De hecho lo hacía, pero tan lentamente, parecía ir detrás de ella. Le entró pánico, ¿quién decía que no era un psicópata o algo peor?

El auto se puso a su altura y el chofer bajó la ventanilla. Ella no lo miró. ¿Para qué? No conocía a casi nadie en esa ciudad y era poco probable que fuera alguno de sus pocos amigos.

Estaba tan cerca de su casa. Dio unos pasos hasta que finalmente estaba en la puerta principal. Ahora ya no le ocurriría nada, porque si no, gritaría.

Tomó las llaves entre sus manos temblorosas y mientras intentaba insertarla en el cerrojo, lo escuchó...

Sintió como las llaves se resbalaban lentamente y un solo pensamiento cruzó por su mente:

–¡Imposible!

A la vez que aquel hombre volvía a repetir, a sus espaldas, más fuerte:

–¿¡Carolina!?

Aún te amo (Italia #4)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora