Al instante noté que la sala se llenaba de una presencia más y que comenzaba otra respiración. No pude prestarle atención, porque Rigel me rozaba el clítoris con los dientes, me empapaba de arriba abajo con su saliva y emitía gruñidos contra mi coño, pero supe que estaba allí. Mi pupila coincidió un instante con la suya. Tenía unos ojos parecidos a los de Rigel, pero más almendrados. Y de alguna manera, mucho más fríos.
Apenas la vi cuando se movió. Solo lo noté cuando Rigel dejó de lamerme y alzó la cabeza para olisquear. Izar se había dado la vuelta y nos estaba observando. No frente a frente, como el hombre león me había mirado a mí, sino un poco ladeada. Me di cuenta (y aquello me excitó) de que su visión lateral era mucho mejor que la frontal.
Las pupilas de los dos se encontraron. Pupilas verticales, inquietas. Veían formas y colores que yo no veía; escuchaban sonidos imperceptibles para mi oído. Las aletas de sus hocicos se movían, percibiendo olores que yo no podía imaginar siquiera. Parecían tener mucho más entre sí que conmigo... y sin embargo, en teoría yo era un miembro de la raza que había perdurado, mientras que ellos eran los últimos —y quizás también los primeros— de sus respectivas estirpes.
¿Era bueno nuestro destino? ¿Era malo? Lo que habían hecho los gorg con ellos y conmigo, ¿era una crueldad, una condena, o formaba parte de algún ambicioso plan? Rozaba el conocimiento con los dedos y, aun así, no obtenía respuestas. Los susurros me llenaban la cabeza, pero esta vez no sabía, no podía entenderlos. Quizás no quería. Lo único que me importaba era algo tan simple como el aquí y ahora: el deseo irreprimible de volver a sentir la boca de Rigel contra mi piel.
Pero ya era tarde.
Rigel e Izar se habían reconocido. Se acercaban el uno al otro, lentamente, mientras yo seguía tumbada en el suelo. Me pregunté en qué momento sus corazones dejaron de latir: si fue antes de una cópula salvaje entre ellos; si sus deseos habían sido, de alguna manera, inducidos; si lo era el mío...
Izar se agachó a nuestro lado y frotó con su nariz la del hombre felino. Un saludo cierto, un afecto incierto. Abrió la boca y deslizó la punta de una lengua larga y fina, de un color casi violáceo, por el labio superior de él. Los párpados de Rigel se entrecerraron. Volvía a ser un gato cariñoso.
La tomó por el hombro y la tumbó sobre la alfombra. Vi cómo pasaba su lengua por su piel como antes había hecho conmigo. Le besó los pechos, aquellos pechos que eran casi humanos y que acababan en dos grandes pezones de color marrón que apuntaban al techo. La mujer reptil comenzó a emitir unos susurros que eran casi siseos cuando Rigel se acercó al sexo entre sus piernas y hundió el rostro en él. Yo lo observaba todo como si fuera una película. La luz sobre nosotros había cambiado y había adquirido una tonalidad rojiza, como la de un amanecer. Me dio la sensación de que el rojo me abría nuevas puertas de conocimiento y con esa idea me acerqué a Izar.
Sus pupilas se movieron, pero ella no. Fui subiendo la mano por su costado hasta alcanzar el pezón, que tomé entre los dedos. Su tacto era extraño: sin llegar a ser escamoso, era más áspero que mi piel desnuda y el tacto afelpado de Rigel. Sorprendida, me di cuenta de que cambiaba de color: el verde oscuro de su cuerpo iba poco a poco empalideciendo. Se hacía más gris, casi pardo en algunas zonas. El sonido de la boca de Rigel sobre su coño me enardeció y comencé a estimularle los pezones con ambas manos. Aquella mujer era completamente distinta a mí y en sus movimientos, sus reacciones, podía advertir una distancia aún mayor respecto a mi código genético que con el hombre felino; y sin embargo... sin embargo, había algo en común entre ella y yo.
Me puse sobre ella a horcajadas, mirando a Rigel. Suavemente, descendí con mi cuerpo sobre su boca, consciente de que en aquella postura iba a cubrirle el rostro con mis nalgas. Ella no se inmutó. Solo sacó la lengua y me acarició la entrada de la vagina con ella. Después, el espacio entre la vagina y el ano. Me fijé en Rigel, que tenía los ojos cerrados, y me abandoné a la sensación. De nuevo, creí verlo todo como una película, pero esta vez yo me encontraba también en la escena. Comenzaba a tener la impresión de que mi cuerpo no me pertenecía, que mi mente se disociaba de él hasta extremos que hasta ahora no había creído posibles. Vi las tres figuras en una especie de triángulo de ciencia ficción: mi cuerpo rosado, de pechos pequeños y pelo corto; la mujer reptil desparramada contra la alfombra; y el inmenso hombre felino, de pelo arenoso, recostado entre sus piernas.
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Alienígenas bisexuales del espacio exterior
Science FictionDesde el observatorio de La Palma, todo lo que desea la solitaria astrónoma Vega es trabar contacto con extraterrestres. No es como había previsto. Es mejor. Historia erótica con contenido adulto. Publicada originalmente en la antología "Cuando cali...