Parte 6

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Rigel se masturbaba furiosamente, apoyado de costado. Me aparté de Izar y me recosté para ayudarle. Le agarré los testículos y tiré suavemente de ellos, acariciándolos. Mientras, seguí tocándome de aquella forma que antes nunca había experimentado, con dos dedos en torno a mi clítoris, tratándolo más como el pene que era o había sido en algún estadio temprano de mi vida. La sensación era electrizante. Podía lubricarme con mi propio flujo y volverme a tocar.

Izar se acercó a mí y me abrazó los muslos. Comprendí que ni ella ni él veían nada raro en mí ni, por supuesto, sabían nada acerca de mi revelación. Para ellos yo era un espécimen tan extraño como el uno para el otro, un cuerpo más que follar tal y como les habían enseñado. Y aquello, la sensación de que me aceptaran sin más, terminó de liberarme.

Abrí las piernas para que Izar me chupara y volvimos a ser, una vez más, un triángulo astral durante un par de minutos, los suficientes para que Rigel jadeara y eyaculase sobre mi pecho y mi cara. Le chupé la punta del pene y tragué lo que quedaba de aquel líquido cálido antes de que se derramara hacia abajo. Me supo a gloria. Los cabellos de la mujer serpiente me acariciaban los muslos mientras ella me lamía y se metía mi pene en la boca; con manos expertas, insertó dos dedos dentro de mí y me folló de esta manera, hasta que no pude más y me dejé ir como ambos habían hecho.

Normalmente mis orgasmos con los vídeos de estrellas son bastante mecánicos. Los que he tenido en el descampado junto al observatorio, bajo la bóveda nocturna, también. Son una simple liberación de tensión. En soledad o en compañía, sentía un temblor que me recorría de la punta del pene a lo más profundo del vientre. Esta vez no fue así. El orgasmo se forjó muy dentro de mí y salió de allí hacia fuera, como una explosión. Izar y Rigel lo eran todo y de repente no fueron nada. Eran fascinantes cadenas de ADN que, sin embargo, resultaban absolutamente insignificantes a la sombra majestuosa de los planetas, las estrellas, las galaxias sobre nosotros. Yo eché la cabeza hacia atrás para soltar un grito y me encontré de nuevo fuera de la escena, más allá de mi cuerpo; estaba literalmente fuera de mí de placer...

Sentía todavía, pero no con ojos ni oídos. Algo se había despertado dentro de mí. No sabía si era la percepción aumentada que mencionaban desde estudios científicos a ciertas corrientes religiosas. Me di cuenta de que a mi alrededor había varias figuras luminosas, similares a las que me habían examinado alrededor de la mesa de operaciones. Aún no podía verlas con plena claridad, pero pude distinguir que eran parecidas a mí.

Y, a la vez, totalmente distintas.

Miré a los ojos de una de ellas y pregunté, con algo de timidez:

«¿He pasado la prueba?».

Has excedido nuestras expectativas, respondió el gorg.

Diría que extendió la mano y me tocó, porque sentí una brisa en la nuca; pero no sé si fue un gesto cariñoso, y no tengo muy claro que tuviera manos. A lo mejor esa forma era simplemente como yo me lo imaginaba, del mismo modo que ellos se esforzaban por expresarse en términos que yo pudiera entender.

«Para mí ha sido muy revelador», afirmé. De no ser porque aún no había recuperado mi corporalidad, diría que los ojos se me llenaron de lágrimas. «Cuando el observatorio se despierte, me gustaría hablarles a todos de vosotros». Noté cierta tensión a mi alrededor y las formas se agitaron. «Solo si estáis de acuerdo. A mí me habéis cambiado la vida».

Vega, murmuraron varias de esas voces a la vez. Escuchar mi nombre pronunciado por ellas, aunque fuera tan sutil como un pensamiento, me dio un escalofrío.

Comprendí que lo que al principio había tomado por voces distintas no eran más que matices de la misma voz. Los gorg no parecían tener una sola voz por individuo. Por tanto, era difícil distinguir quién hablaba en qué momento.

Vega, no podemos permitir que vuelvas, dijeron las voces.

De todo lo que había vivido aquella noche, aquello fue lo único que realmente me sacudió. Había sentido temor con el examen médico, inquietud entre las zarpas de Rigel, pero mi sed de conocimiento había apagado el verdadero miedo.

«¿Por qué?», protesté.

Los gorg se acercaban más a mí. Me rodeaban. Vi de nuevo mi cuerpo, entre Izar y Rigel, y me pareció flácido y sin vida. Busqué con los ojos un punto de escape y no lo encontré. Los gorg habían formado una muralla entre mi ser astral y mi parte corpórea.

Porque eres uno de nosotros, respondieron los alienígenas.

Aquello me desconcertó. Miré a cada uno de ellos, pero no encontré paz en sus rostros. Me di cuenta entonces de algo que tenía que haberme resultado evidente desde el principio... pero solo entonces fui capaz de entender lo que implicaba.

Los gorg tampoco tenían las respuestas.

El que me había tocado se inclinó sobre mí, de forma que fue como si me susurrara al oído. Pero todos podían oír aquella voz. Yo podía sentirla en cada parte de mi cerebro. No era de hombre ni de mujer, sino ambas cosas. Como era yo.

Llevamos mucho tiempo buscándoos. Los remanentes. Aquellos humanos en los que nuestro ADN se ha manifestado con más fuerza a través de las generaciones. Tras mucho tiempo, habéis vuelto al origen. Debemos y debéis aceptaros como gorg. Mediante las pruebas que te hemos realizado, has demostrado no solo poseer la anatomía de los dos sexos terrícolas, sino también, y lo que es más importante, la capacidad de trascenderlos. Ahora debes despedirte de tu vida anterior y acompañarnos.

Miré una última vez con desesperación los cuerpos del hombre felino, la mujer reptil y Vega, aquel ser rosado que había nacido humano, pero no lo era... Pensé en todas las experiencias que había vivido en la Tierra hasta entonces: la gente a la que había apreciado, los lugares que me habían inspirado. Las ideas que había perseguido, algunas más tercas que otras, y que todavía bullían en mi mente. Iban a cambiar por completo. Mi vida iba a cambiar. Dejaría de ser mi vida para ser otra cosa, aunque aún no sabía qué.

Ya por entonces supuse que me dedicaría a cartografiar otros aspectos de la galaxia bajo el nombre clave de Vega. Buscaría más planetas en los que los gorg hubieran dejado su semilla para poner a prueba a más seres dudosos. Seguiría persiguiendo las huellas de mi estirpe en los humanos más indefinidos, en los que se sienten alienados, en los que disfrutan más de lo habitual con la contemplación del cielo estrellado. En aquellos que salen de sí mismos durante el acto sexual y en aquellos para los que el placer brota de lo más terreno para convertirse, cuando casi no se dan cuenta, en una experiencia espiritual. Todos esos son los posibles remanentes.

Y por eso, cuando Canopus regresa en el cielo y se hace visible desde la isla de La Palma a finales del verano, es posible que creáis sentir una interferencia en vuestra cabeza que os dice que cerréis el libro o apaguéis el ordenador. Si esto sucede, no os asustéis y dejaos llevar.

Algún día descubriremos los misterios del universo.

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Publicado originalmente en la antología Cuando calienta el sol (http://amzn.to/2wUv89b).

Alienígenas bisexuales del espacio exteriorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora