I. Miradas que Arden

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Mis manos estaban manejando hábilmente una copa y mi cuerpo estaba firme detrás de la barra del bar, pero mi mente y visión estaban atentos a otra cosa totalmente diferente. Por el rabillo del ojo podía ver a mi derecha cómo mi pelirrojo le sonreía coquetamente a una rubia con pechos falsos que se esmeraba en mostrarlos por el escote de su vestido al mismo tiempo que intentaba poner una cara sexy. A mí me dieron arcadas, pero a mi compañero pareció gustarle porque la miró salvajemente y ladeó la cabeza, listo para atacar a la presa.

Los clientes me pedían tragos y los preparaba de memoria, los años de experiencia me permitían realizar trucos con las botellas y los vasos sin necesidad de estar realmente pensando en eso. Hice volar una copa sobre mí dando vueltas en el aire y sonreí falsamente a la mujer cuarentona que esperaba la bebida. Volteé un poco hacia un lado y ahí estaba otra vez, esa preciosa sonrisa que jamás iba a ser dirigida hacia mí. Apreté la mandíbula y pensé que todo eso era una estupidez. Llevaba exactamente cinco meses y siete días trabajando en ese lugar y ni una sola vez el pelirrojo me había dicho algo que no fuera 'hola', 'permiso', 'nos vemos luego'. Como si el primer día hubiera decidido ignorarme el instante después de conocerme cuando me dieron el puesto.

Y para mi mala suerte, el chico era el ser más perfecto que había jamás visto. Era delgado pero con músculos definidos, su piel de porcelana brillaba al sol y su cabello rojizo se encendía en lo que parecían llamas. Los ojos color avellana eran profundos y mostraban decisión cuando se ponía manos a la obra con las botellas, mientras fruncía un poco la nariz. Pero lo que robó mi corazón fue su sonrisa, esos labios carnosos que se curvaban hasta dejar ver una hermosa fila de blancos dientes que eran capaces de enamorar a cualquiera.

Me pasé la mano por el cabello y deseé que la noche acabara en ese momento para poder irme a casa, dormir, y así olvidar mis patéticos pensamientos. No tenía ninguna esperanza con él, pero no podía evitar el vuelco que me daba al estómago todos los días cuando llegaba al bar y lo veía ya listo con el uniforme de camisa blanca y corbata oscura, con el cabello seductoramente despeinado.

Las personas seguían colocándose una al lado de la otra dando codazos para obtener su cuota de alcohol; y mi trabajo era complacerlos, disfrazando el licor barato en bebidas exóticas y costosas. La música no me dejaba oír con claridad los pedidos y eso me alteraba. Aunque por dentro me carcomía la necesidad de escuchar lo que mi compañero hablaba con la zorra, que gracias al alto volumen de la melodía tenía que prácticamente subirse sobre la barra para lograr susurrarle sensualmente al oído. Eso casi me hace querer clavarme vidrios en los ojos y así ya no poder verlos.

Me dije a mí mismo que debería estar acostumbrado a esas escenas, era normal que al final de la noche él se fuera con alguna mujer de abundantes curvas y vestidos tan cortos que sobrepasaban lo vulgar. Sin embargo mi mente se negaba a cooperar e imaginaba otro final para mis turnos. En mi cabeza era yo quien lo besaba apasionadamente en el callejón junto a la puerta trasera para luego acompañarlo a casa y tener largas horas de sexo sin compromiso.

Lamenté que a pesar de todo lo que intentara, nunca iba a obtener ni una mirada por su parte. Porque yo tenía mucho más que esas putas para ofrecerle, estaba dispuesto a darlo todo por él; pero se interponía una sola cosa, la más importante de todas, yo era hombre. No tenía grandes tetas o una cintura pequeña. Y desgraciadamente eso era lo que más valía la pena para el pelirrojo.

Froté el paño mojado sobre la barra con fuerza, como si además de quitar las manchas de su superficie intentara limpiar mis propias imperfecciones, volverme alguien que generara deseo en él, que le encendiera el cuerpo y provocara que sus más sucios pensamientos se enfocaran solo en mí. Si tan solo pudiera por unos segundos...

Volví a enfocarme en la realidad cuando noté que las luces del lugar comenzaban a apagarse, significaba que la hora de cerrar había llegado, y con eso el final de mi turno. Puse los vasos, copas, y licores en su lugar. Me aseguré de que no quedara suciedad por ningún lado y dirigí mis pasos al pequeño vestuario en el que cada día me ponía el uniforme.

Cerré la puerta detrás de mí y me quité la corbata para desabotonar rápido la camisa, necesitaba ir a casa. Tomé el cinturón y lo arranqué de mis caderas, hice todo lo posible por sacarme los pantalones sin caerme en el intento. Abrí el pequeño casillero y sostuve mi ropa en una mano mientras con la otra hacía maniobras para meter dentro el uniforme sin arrugarlo demasiado en el proceso.

Una vez listo me eché un vistazo en el espejo colgado al fondo en la pared. Lucía cansado y mis ojeras eran un asco. Mi cabello estaba desordenado en todas direcciones gracias a las numerosas veces que había pasado las manos por él en esa noche. Tampoco le di importancia a eso y puse una gruesa bufanda alrededor de mi cuello. Fuera del local el invierno no tenía piedad con nada ni nadie.

Salí del cálido vestuario que hacía las veces de cuarto cuando necesitaba descansar un poco en las largas noches de verano y me preparé mentalmente para la rutina de cada madrugada.

Hice mi camino de vuelta a la barra y tomé las propinas que me correspondían. Di la vuelta y ahí estaba, el pelirrojo recostado sobre el marco de la puerta, todavía con la corbata de trabajo puesta, sonriendo traviesamente a la rubia de antes mientras jugueteaba con las manos en sus caderas. La chica sonreía de una forma para nada inocente y se preocupaba por dejar su escote bien a la vista del otro.

Disimulé una arcada y, ya que era la única salida del lugar, avancé en esa dirección. Lo mismo de todas las noches estaba ocurriendo.

—Ehh...Permiso, necesito salir por ahí. — La mujer me miró con mala cara y mi compañero se limitó a moverse un poco hacia el lado.

Pasé por el hueco disponible, y sin quererlo realmente, rocé un poco su muslo izquierdo con mi mano. Me quedé de piedra en el lugar, esperando el insulto o el golpe. Pero como nada de eso pasó, volteé y observé que el chico parecía mirarme de verdad por primera vez desde que nos habíamos conocido.

Ladeó la cabeza igual que cuando analizaba si una clienta tenía pechos reales o postizos, y curvó la boca hacia un lado.

—Nos vemos luego, Hae —.

La mujerzuela dijo algo, pero ni siquiera intenté entender lo que balbuceaba; parecía tan sorprendida como yo de que el pelirrojo se hubiera atrevido a llamarme por mi nombre. Abrí la boca para despedirme pero al final terminé boqueando como pez fuera del agua. En vez de pronunciar un simple adiós, hice la acción menos pensada delante de él, me sonrojé. El calor empezó por las orejas, se desplazó al cuello y terminó subiendo por todo mi rostro. Y ya podía despedirme de mis inexistentes esperanzas de tener algo con ese tipo.

Pero su reacción fue aún menos pensada. Levantó las cejas y sonrió un poco, con un inconfundible brillo de diversión y curiosidad en los ojos.

Me sonrió. Solo a mí.

Tomé el borde de la bufanda y la subí hasta cubrirme la mayor parte del rostro. Todavía embobado con su gesto empecé a caminar por la acera, alejándome de esos dos e inspirando el frío viento que soplaba, calmando el calor que crecía dentro de mí. Después de todo tal vez solo se trataba de imaginaciones mías y esos últimos minutos habían sido nada más un producto de mi estúpida mente.

Necesitaba comprobar que efectivamente era cosa mía y nada de eso había sucedido en realidad. Sin detener mis pasos arriesgué una última mirada hacia atrás. El pelirrojo seguía observándome fijamente, con el cabello cayendo un poco sobre su frente y entorpeciendo su expresión. Pero hubo una cosa que podía asegurar, la sonrisa seguía grabada en su rostro.

El fuego volvió a arder en mi pecho, esta vez con más fuerza. Apresuré la caminata hasta casi correr, no volví a mirar atrás. No me atreví.

Esa noche, una vez entre mis sábanas con los ojos cerrados, tomé en mis manos la dureza entre mis piernas, dando rienda suelta a la llama que crepitaba en mi interior, poniéndole nombre al dueño de ese fuego, llamándolo hasta terminar.

HyukJae —. Fue mi última palabra esa noche, cayendo dormido con su nombre aun haciendo cosquillas en mi lengua.

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Hasta acá el primer capítulo, espero que les haya gustado. La próxima semana voy a publicar el siguiente.

Sigo alegre por estar compartiendo esta historia, un voto de tu parte siempre se agradece. Saludos.

[ EunHae ] Entre Sábanas y Amores Imposibles.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora