Mantis

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Cuanta lujuria quedaba marcada en las paredes, rojo de vinos y de pasiones tapizaban las paredes blancas del cuarto, paredes imponentes que ocultan secretos.
Contaba ella ya en hojas, porque sus dedos no le eran suficientes, a cada matador que servicial se arrodilló ante su carnicería, a cada matador que intentó tocar su ser como tocan los ojos las puertas de la apariencia. No era más que un protocolo, un protocolo que igual que una sinfonía, a barras melodiosas se realizaba.
Contaba ya más de cincuenta, cincuenta ladrones del sol, de la vida, de lo bello. Ladrones de lo puro. Como lo fue el primer joven, el primer demonio, el nacido y creador de una secta de hombres malheridos por sus cansadas vidas, que se deciden a acabar con la vida de las niñas, acabar en sus manos lo que nunca acabaría en la mente victimaria.
El primer joven, le quitó a ella la luz de los ojos, el brillo del alma, la pureza de sus entrañas, le arrancó lo que cultivaba en tradiciones heredadas. Le quitó después la felicidad de un niño, de la mitad de un humano que hila a sus crías a su alma, un cuerpo tan de ella como del pequeño, que se desprendía como caballo rampante a medio atardecer, el atardecer de una vida. Le quitó la vida a ella y a su ya durmiente niño, quien no debía salir de un cuerpo malogrado teniendo como creador a tal monstruo. Le quitó el derecho a la vida a un niño, y el derecho de morir pura a una mujer.
Ella nunca consiguió castigar a su verdugo, pero se convirtió en la parca de los desdichados, como el que se encontraba abierto y húmedo en su cama, con la cara pasmada en piedra y lujuria, y reflejada en el dolor y el miedo. Escurría su rojo de cobardía por todos lados, su ser estaba estampado contra las paredes.
Más de cincuenta, pero el importante, el primario, el origen de una lista infame que se prolongaría hasta la muerte de otros muchos, hacía mucho tiempo que se resguardaba sólo en su recuerdo.
Con qué moral asesino yo a estos hombres, se decía, si ya yo estoy muerta para decidirles su destino. Con qué gracia me dejó aquel joven, por qué les regalo el descanso a los bastardos.

Peleando consigo misma, limpio su carnicería, sus refinados y agudos cuchillos, cambió las rojas sábanas y salió a la calle. Comenzaba otra vez a buscar en rostros ajenos la cara de su asesino.
Se decía a ella misma, "estos cazadores vienen por mi cabeza, buscan maltratar mi alma, pero yo, injusta y cruel, les mostraré que las hembras son las que devoran a los machos, pensarán ellos que son mi mantis, y se darán cuenta ellos, que yo soy un pájaro"

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⏰ Última actualización: Aug 15, 2017 ⏰

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