[EN EDICIÓN]
Un extraño estupefaciente aparece cerca de las afueras de Rusia, triple veces más potente que la heroína. Y las consecuencias que sufren los consumidores son devastadoras. Una dolorosa y violenta agonía.
En menos de veinticuatro horas...
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Rebecca.
Repetí su nombre en mi cabeza un par de veces, y a decir verdad era muy mala recordándolos.
Rebecca.
Estaba a punto de decir mi nombre cuando comprendí lo que quería decir aquella frase que había dicho segundos atrás.
—Espera, ¿q-qué has dicho antes? —exclamé horrorizada por su anterior comentario.
—Mira, creo que solamente debes agradecerme por haberte salvado la vida, no me gustaría hablar de lo que sucedido por respeto a mi cordura —Explicó sin mirarme a los ojos y sin bajar la cuchara en mano.
¿Salvarme la vida? ¿De qué hablaba?
No entendía que estaba pasando.
—¿De qué hablas?, yo estaba caminado por la acera cuando, ví un hombre y...
—Ese hombre no era humano y te iba a hacer daño—interrumpió amargamente mi discurso.
—No comprendo; el señor parecía necesitar ayuda.
—Era el señor McLaren, mi vecino, yo...tuve que hacerlo, no tenía otra elección, tuve que sacrificarlo.
Oh. Aún no entendía a que quería llegar con todo esto. Más preguntas se formaron en el interior. La miré con curiosidad y sus ojos conectaron con los míos.
—¿¿No entiendes que maté a alguien?? —exclamó fuertemente sonando como un grito—, maté a alguien... —se sentó en la silla cabizbaja dejando la cuchara a un lado; un mechón de cabello le cayó sobre la cara, impidiéndome observar si estaba llorando.
Al parecer tenía cambios de humor bruscos. Puesto que hace unos segundos estaba bastante normal, por así decirlo.
—¿Matar a alguien?
Levantó su cabeza y efectivamente sus ojos estaban muy hinchados.
—Te vi caminando...creí que estabas drogada porque eras la única que transitaba por la calle mientras que todas las personas “normales” estaban encerradas en sus casas, al menos así lo dijeron las noticias, lo que me pareció tener mucho sentido; solamente un loco o una loca andaría por las calles mientras que el gobierno nos dijo que nos refugiemos en nuestras casas —prosiguió soltando una risa amarga—. Cuando te vi acercarte al señor McLaren pensé que le ibas a hacerle daño, por lo que agarré mi sartén y fui corriendo, te di un golpe en la cabeza y caíste inconsciente, pero cuando volví a McLaren...vi que ya no era el mismo, él...iba a matarme si no hacia algo rápido...por lo que usé el sartén y lo estrellé repetidas veces por su cráneo. Yo...ya no quiero hablar de eso—suspiró mirando al vacío.
Toqué mi cabeza y sentí algo que parecía ser una gasa, enterré aún más mi dedo provocándome un dolor agudo, pero no insoportable; sentí algo líquido, volví mi vista hacia la yema de mi dedo que tenía impregnado un líquido carmesí.
