Capítulo 1: Cuando El Rey Salva a un Caballero

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¿Yo...? ¿Dónde...? No veo... Nada. Solo hay oscuridad a mi alrededor ¿Volví...? ¿Estoy muerta...? Necesito abrir los ojos para vislumbrar mi entorno, pero... ¿Ya los tengo abiertos? ¿Por qué la oscuridad me rodea? ¿Por qué la luz me abandonó...? Recordaba mi despedida con Shirou, era tan claro, incluso podría decir que la imagen se volvía traslúcida, ondeante cual río invernal...

A lo lejos avisé un fulgor bruñido, cubriendo lo que parecía una espada, mi espada. Excalibur... ¡Excalibur! Estiré mis brazos buscando alcanzar el pomo de mi reluciente espada, lancé manotazos desesperados hasta que la luz me cegó por completo, mostrándome donde me encontraba... Palpé el suelo en busca del pavimento de las calles de Japón más solo encontré algo suave, húmedo y de altura reducida. Di cuenta de mi estado: Me encontraba con los ojos cerrados, recostada sobre un pastoso suelo y era de mañana u había llovido, debido al rocío que mojaba mis manos y zonas que la armadura no cubría por completo.

Exhale con suavidad, dudosa de abrir mis párpados y encontrarme en una nueva Guerra del Grial o, empeorando la situación, con mi antiguo master. Kiritsugu. Sin embargo, el trinar de los ruiseñores y petirrojos llamó mi atención, logrando que abra mis ojos cuidadosamente, la luz me dio de lleno en el rostro, filtrándose por canales que dejaban las hojas de los gruesos robles, hace demasiado tiempo que no veía un paisaje como aquel... Desde... Desde que Sir Bedivere me había dejado en el bosque y regresado a Excalibur a su dueño original. Arrastré los brazos para acomodarme sobre mis codos y lo noté, una espesa arboleda se alzaba ante y sobre mí, comencé a levantarme lentamente ¿Esto era lo que el Grial recreaba de mi imaginación y recuerdos? ¿El día de mi muerte? Era demasiado real, incluso al tacto parecía no ser de las crueles alucinaciones que la copa destructiva solía arrojar.

El relincho de un caballo llamó mi curiosidad, primero uno, luego dos y tres... Eran casi media docena y podía reconocer voces, busqué con la mirada mi Excalibur, desparramada en el suelo, la tomé y corrí a ocultarme, sabía que no se trataba de sajones los que se habían adentrado al boscaje, me metí en el hueco de un árbol alzando la espada en posición defensiva y esperé, las raíces cubrían mi persona, así como también algo del fulgor leve que desprendía Excalibur.

.- Está por aquí, lo sé. Vi brillar esa espada con grabados. -Sin duda no eran mis caballeros, ¿Sajones...? Aquella era una patrulla de exploración o captura, venían por mi...

Me deslicé fuera del árbol, podía ver el final del bosque a unos metros, al menos veinte, asomé media cabeza por el tronco avistando a los soldados inspeccionar el lugar donde había estado, di pasos silenciosos hacia el siguiente árbol, luego otro y otro, para entonces ya había recorrido al menos siete metros con la espada baja y podía ver las señas que realizaba el líder de la patrulla; un hombre alto, corpulento de cabellos rubios y ojos marrones.

. - Encuentren a la mujer, será una importante prisionera, el rey nos pidió encontrar infiltrados. - ¿El rey? Pensé mientras seguía alejándome más y más, escondiendo mi armadura y vestido tras las florestas, diez metros. ¿Morgana tenía un rey? ¿Sería Mordred? Él nos había traicionado, la última mi lanza le atravesaba de lado a lado por haberse aliado a aquella bruja e intentar destruir lo que yo había forjado. Quince metros. No podía deducirlo en ese momento, cinco hombres eran pocos, pero las heridas que podían provocar sin un mago de su lado... Vio la salida de la zona brillando como un resplandor de esperanza y respiró profundamente antes de echarse a correr como si su vida dependiese de ello y lo hacía, la desventaja estaba en las monturas de los guardias sajones.

Delante de si se extendía una verde colina con árboles esparcidos al igual que flora de gran belleza, más allá... Más allá había una pequeña partida de cacería, iban tras jabalíes gigantes, parecía que dos de ellos eran de renombre y alcurnia, definí que eran el rey y la reina del que hablaron los guardias, no era una sorpresa que estuviesen cerca, una joven de hermosos cabellos castaños y sus ojos, quizás del mismo color. A su lado iba un hombre de cabellos canos y ojos verdosos, pero mucho más adelante podía avistarlo, reconocería esas lanzas donde fuera.

Leyendas Cumplidas... Nuestro RegresoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora